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"Bajo presión"

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Temática
Sexualidad, Masculinidad y Género
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Conductor/a - Periodista
Patricia Mántaras
Entrevistado/a o mencionado/a por Facultad
Fecha
FUENTE
http://www.busqueda.com.uy/nota/bajo-presion

Dos atributos, rendimiento y potencia, y parece que estamos hablando del último modelo de una camioneta todoterreno. Una máquina que funciona a motor, que se alimenta a combustible, que tiene sí o sí que dar resultados. Una máquina fuerte e infalible, no importa las circunstancias. No.

Estos son, según el sexólogo y presidente de la Sociedad Uruguaya de Sexología Santiago Cedrés, los dos aspectos de la sexualidad masculina a los que, muchas veces, le dan más relevancia los propios hombres. Anteponer al placer las exigencias del cómo se ha vuelto para muchos en la regla, y para ello consumen fármacos en busca de proezas sexuales o, simplemente, para reafirmar aquello de que, como varones que son, tienen que estar “siempre listos”.

Mientras la nueva masculinidad parece dar paso a un modelo de hombre más en contacto con sus emociones y su sensibilidad, los mandatos (o sus propias exigencias, o las de su pareja) en el plano sexual lo siguen alejando del placer, de lo lúdico y de la intimidad del encuentro.

 

Hasta que el cuerpo aguante

Fernando Rodríguez es licenciado en Psicología, docente del Programa de Psicología y Derechos Humanos del Instituto de Psicología de la Salud de la Facultad de Psicología y forma parte del equipo técnico de la ONG Centro de Estudios sobre Masculinidades y Género. En 2011 llevó adelante un trabajo con un grupo de reflexión de varones para hablar, precisamente, de qué era ser varón. A partir de ese y de trabajos posteriores concluyó que el “siempre listo” es un “código cultural bien fuerte”, que los lleva a manifestarle al resto —fundamentalmente al resto de los varones— que las experiencias sexuales son siempre positivas, disfrutables, y que se sienten seguros en ese ámbito todo el tiempo. “Los textos clásicos que refieren a la masculinidad hegemónica dicen que a la masculinidad hay que reafirmarla constantemente, porque uno no es hombre y ya está; uno tiene que demostrar que es hombre todo el tiempo, esforzándose, siendo aparentemente valiente, demostrando esa hombría en cuanto al rol proveedor, a la defensa de su propiedad privada y de su prole, que muchas veces es sentida como propiedad privada”, explicó Rodríguez. Por “muy equivocado, muy a deconstruir y a desarmar” que esté el concepto, “está todavía muy presente, y de alguna manera es el sustento de muchas violencias”.

Aunque hay muchos hombres que ya se permiten sentir y pensar diferente, tomar distancia de esos mandatos en el ámbito sexual y romper con eso de “hasta que el cuerpo aguante”, cuatro de cada 10 pacientes varones menores de 40 años que consultan a Cedrés —que además es miembro de la Academia Internacional de Medicina Sexual— no tienen disfunciones sexuales, sino que se acercan presionados por la necesidad de tener más de una relación en el mismo día o para demorar más la eyaculación. “No se trata de disfunción eréctil, eyaculación precoz o trastornos del deseo; solo quieren una vivencia de la sexualidad con mayor rendimiento”, dijo el sexólogo. Quieren rendir a cualquier precio y entonces recurren al fármaco sin indicación médica, al consumo de proerectógenos con fines recreativos, para rendir en situaciones particulares o novedosas en las que, según Cedrés, “sin una ‘ayuda’ no es fácil sostener una erección”.
 

La presión y el placer

Lograr entrar en la categoría de buen amante suele ser una preocupación constante tanto en hombres como en mujeres. En los varones que consultan a Cedrés, la inquietud por tener una mejor performance es frecuente. “Muchas veces, lograr determinada potencia sexual aleja al paciente de su vivencia del placer, ya que se convierte en una exigencia que se ‘debe’ cumplir. Con frecuencia se confunde placer con formar parte de la norma. Se cree que si se hace lo que se espera, va a salir ‘todo bien’. Es crucial como punto de partida del tratamiento hacer coincidir las expectativas del paciente con sus reales necesidades”, dijo el sexólogo.

“La presión es enemiga del placer”, aseguró, y resulta más que lógico. Con presión, con esa imposición de no fallar, no hay forma de relajarse, y el placer se vuelve definitivamente esquivo: “Si nos ponemos a pensar en cómo está nuestro cuerpo cuando disfrutamos de algo que nos gusta y nos da placer, fácilmente nos damos cuenta de que el tono muscular es diferente a cuando estamos bajo presión. Podemos deducir entonces que la presión se puede dejar para otras actividades donde su presencia pueda favorecer los resultados”, dijo el sexólogo.

La presión en forma de competitividad comienza en los varones en edades muy tempranas. Quién es el más rápido, el más fuerte, el más grande: la comparación, que se inicia como un juego de niños, eventualmente deja de serlo y empieza a erosionar la autoestima. “Puede haber mucha incertidumbre o mucho miedo por mostrarse. Algunos de esos miedos se combaten haciendo lo contrario, mostrándose: para vencer el miedo a que se me vea, me muestro. Y lo hago como un acting. De hecho, en la mayoría de los clubes deportivos, los niños, los adolescentes y los adultos varones tienen duchas comunes (mientras que las mujeres tienen divisiones); entonces, ir a un lugar de estos y no querer mostrarse y no querer ver a los otros hombres desnudos es un imposible. Conozco casos de gente —incluso niños— que dejan de ir a determinados lugares porque sienten vergüenza y porque no tienen ganas de estar mirando a todo el mundo desnudo”, contó Rodríguez. “Creo que esta decisión válida de algunas personas no es respetada justamente porque parecería que los hombres no deberíamos tener conflicto con estar desnudos frente a otros hombres. Esto ya va marcando qué debes hacer y qué no debes hacer. Entonces, si estás acostumbrado a mostrarte frente a un montón de gente, cuando llega el momento de mostrarte frente a tu pareja sexual, para algunos es mucho más fácil por toda esta práctica. Para otros se reavivan estas dificultades que ya se tuvieron, sobre todo cuando pudieron comprobar que no tienen un pene del mismo tamaño, forma o color que la mayoría”, dijo el psicólogo.
 

Ella y él

Dos anatomías complementarias, dos respuestas sexuales diferentes. En ella, las diferencias individuales, los factores aprendidos y las influencias socioculturales pueden redundar en respuestas variadas, difíciles de predecir, sin una definición clara o unánime de lo que sería la “normalidad”. “En la mujer los modelos son más complejos, cíclicos; un feed-back entre componentes emocionales y cognitivos, donde se pone en juego la entrega que siente de su pareja, la intensidad del encuentro, la afectividad, los beneficios, la intimidad, lo especial que se puede sentir. Todo esto es lo que provoca en el prototipo femenino el deseo”, explicó Cedrés.

En el estereotipo masculino, en cambio, el deseo se desencadena, fundamentalmente, por un estímulo externo visual o interno, directamente vinculado a las fantasías o al nivel de testosterona en sangre. Como su respuesta sexual es dependiente del deseo, sigue el modelo sexual lineal: excitación, meseta, orgasmo y resolución.

Es cierto que la expectativa de la mujer con respecto a la performance del hombre ha ido en aumento (ahora tiene más información, más experiencia, se siente más habilitada a decir lo que le gusta y lo que no), sobre todo respecto a otras épocas —no tan lejanas—, en que el placer de la mujer era algo secundario y hasta ignorado por los varones. Entonces, ¿qué tanto ha cambiado eso en los últimos tiempos? Según Rodríguez, están los hombres a los que les importa muy poco, “como históricamente ha sucedido”; están los que les importa tanto como su propio placer; y están también los varones que buscan que su pareja sexual disfrute, pero como una forma de placer propio: “Si ella disfruta conmigo entonces yo soy un buen amante”. En algunos casos, esto se lleva a un extremo en el que su propio disfrute se ve anulado. “Es como una cuestión de ‘mirá qué bien que hago las cosas, entonces me siento orgulloso de mí”, señaló el experto.

Cedrés también hizo referencia a este comportamiento, que definió como el “placer de dar placer”: “Es decir que el estereotipo masculino muchas veces confirma más su masculinidad cuando la mujer logra un placer con él mayor que con otros. Muchas veces, el foco de la satisfacción del varón también está en la evaluación que la mujer haga de su performance como amante”.

La práctica ideal sería, por supuesto, esa en la que ellos son capaces de ocuparse de sí mismos y del otro, en la que se pueden contemplar los miedos y los deseos propios y los del otro. Pero no todos lo buscan, y como sucede con los ideales, tampoco todos los que los buscan los alcanzan en cada oportunidad. “Esto es cambiante. No siempre tengo la posibilidad de estar atento a todo, pero si se maneja más o menos dentro de determinado parámetro o entorno, donde existe el diálogo, mi pareja se siente habilitada a decírmelo”, explicó el psicólogo.

Rodríguez recuerda algo que, siendo él adolescente, le comentó un muchacho de su edad: “Me decía ‘yo quiero tener una novia virgen así la hago a mi manera’. Fijate qué terrible el mensaje. Era como un objeto al que le iba a enseñar lo que él quería. Hay muchos hombres que en su adolescencia ya piensan así, y esto no está en el ADN, eso es aprendido”. Y eso es, de alguna manera, violencia sexual.
 

El hombre complejo

Ellos dicen “te amo” primero, la mayoría de las veces (70%). Lo demostró una encuesta realizada por un psicólogo del MIT, que entrevistó a veinteañeros y treintañeros. Ellas demoran unas seis semanas más, en promedio. La información la publicó hace un tiempo “Psychology Today”, en un artículo escrito por Eric Jaffe en el que decía que los hombres, debajo de su aparente simplicidad, pueden ser “sorprendentemente complicados”. “Deseamos a las mujeres, sí, y deseamos tener sexo. Pero no siempre queremos curvas marcadas. A veces queremos una buena personalidad. Y una buena comedia romántica. Y acurrucarnos. Estos son descubrimientos científicos, no una tarjeta de Hallmark”, escribía el autor, intercalado con los resultados de otros estudios, como uno realizado por el psicólogo Richard Jackson Harris, de la Kansas State University, que concluyó que a los hombres les gustaba más ver una comedia romántica en una cita de lo que las mujeres habrían asumido que les gustaría.

La investigación iba un poco más allá, y les preguntaba a los participantes qué escenas de aquella película les gustaría representar: 40% eligió una con un encuentro romántico sin sexo, 15% optó por una en la que sus protagonistas mantenían una conversación íntima, y solo 20% se inclinó por la escena de sexo. Según Julia Heiman, psicóloga y sexóloga del Kinsey Institute, “los hombres heterosexuales tienen problemas en reconocer que les gusta besarse y abrazarse”.

No todo en ellos es tan simple o primario como aparenta ser, y aunque a veces les cueste reconocerlo, no siempre están listos, ni siempre tienen ganas; “darse la oportunidad de hablar y de ver por qué sí y por qué no, y entender que no todos estamos siempre listos, que no todos estamos dispuestos todo el tiempo, y que está bueno darse el permiso de disfrutar de la sexualidad cuando se tiene ganas, y cuando uno está cansado, distraído, pensando en otra cosa, o con otra preocupación, capaz que está bueno atender eso otro, en pareja también, y construir más solidez en el vínculo”, dijo el psicólogo.

A su consulta llegan hombres que no responden al modelo clásico de macho, y que plantean otras necesidades. “Históricamente, los hombres estamos como en partes: por un lado está el cerebro, analítico, que todo piensa y calcula; y por otro lado están sus genitales y punto. Como si ninguna otra parte del cuerpo interviniera en la sexualidad. Pero la complejidad está, lo que pasa es que hubo un reduccionismo fruto de este machismo, de esta cultura que impone que frente a un estímulo la respuesta aparentemente es única”, explicó Rodríguez. Un campo en el que falta educación es en el de las emociones: “Muchas veces somos analfabetos los varones en ese sentido. Si le preguntas a un varón cómo se está sintiendo, dice bien o mal. No saben decodificar tres, cuatro emociones básicas”. El psicólogo advierte una evolución en este sentido en las nuevas generaciones, y también en algunos hombres más veteranos que se han ido aggiornando, en muchos casos a raíz de una crisis o una situación límite.

“La masculinidad hegemónica mata, a hombres y a mujeres”, dice Rodríguez: a ellas por los raptos de violencia, y a ellos porque seguir el modelo tradicional implica no cuidarse, ponerse físicamente en riesgo. “Estadísticamente, nos morimos antes que las mujeres, y en la adultez joven morimos muchos en accidentes de tránsito, en peleas callejeras, de sobredosis. En la cárcel, nueve de cada diez personas presas son varones; si vamos a puertas de emergencia, nueve de cada diez son varones; en grupos de adictos que buscan ayuda, lo mismo. La masculinidad de por sí es muy tóxica y genera proximidad a la muerte. Ser un hombre diferente es saberse cuidar y no cometer excesos, para con uno mismo primero, para poder estar bien y no cometer excesos con los demás”.La educación en todas sus etapas, a todas las edades, es la que puede terminar de descompartimentar al hombre, de unir sus partes y hacerlo, en general, más atento y perceptivo a sus propias emociones y a las de su pareja. “El problema es que la masculinidad tradicional centraba lo sexual solo en un sector del cuerpo, y en todo caso en un sector del pensamiento. Yo tenía una idea, se me disparaba una erección y ya no podía hacer nada más que intentar penetrar. Así de básico. La nueva masculinidad apunta a desarmar esa reacción más ‘animal’, porque no somos animales, somos seres humanos; tenemos muchas capacidades y las debemos usar; no usarlas es renunciar a ser seres humanos”, dijo Rodríguez.

Tal vez sea como una pequeña muerte, para dejar de ser el hombre que supuestamente había que ser, para ser un hombre nuevo. Más honesto consigo mismo y con los demás, en la cama y fuera de ella.

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