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"De tripas corazones"

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Temática
Radio Vilardevoz en el Comcar
Medio
La Diaria
Medio
Medio impreso
Conductor/a - Periodista
Amanda Muñoz
Entrevistado/a o mencionado/a por Facultad
Fecha
FUENTE
http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:trDpvLwFQsEJ:ladiaria.com.uy/articulo/2015/8/de-tripas-corazones/+&cd=1&hl=es-419&ct=clnk

Radio Vilardevoz hizo una fonoplatea en el Comcar: compartieron reivindicaciones, carencias del Estado y ganas de cambiar.

Temprano, desde las 8.00 del viernes, el equipo de la radio Vilardevoz se reunió para aprontar parlante, computadoras, cables, calcomanías, guitarra, boletines y marcalibros especialmente hechos para la ocasión. Empezó a llover, pero eso no fue impedimento para colocar al frente del ómnibus el cartel que anunciaba la salida de Radio Vilardevoz, que por primera vez desembarcaría en el complejo penitenciario Santiago Vázquez (más conocido por el acrónimo de su nombre anterior, Comcar). La actividad fue parte de la agenda cultural de Pres y Diario, un periódico anual dirigido por los docentes de Filosofía y Dibujo Óscar Rorra y Flabia Fuentes, en el que participan alumnos de la Comunidad Educativa del Comcar.

La delegación de Vilardevoz estaba compuesta por participantes -pacientes del hospital Vilardebó-, docentes y estudiantes de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. El viaje en ómnibus fue cantando, con los acordes de Gustavo y las voces del resto. La emoción era grande. Ninguno de los participantes había pisado jamás una cárcel, e incluso una de ellas, Analía -autora de uno de los textos de los marcalibros: un acróstico de Pres y Diario-, no se animó a ir por miedo a que la dejaran adentro.

Orondo con el cartel, el ómnibus estacionó a la entrada del Comcar. Cada uno de los participantes atravesó el escáner, la instancia de identificación y aquellas rejas. Bajo lluvia se hizo la caminata hasta el Centro Educativo, en donde unos 60 internos y docentes recibieron a los visitantes. Mientras los técnicos montaban la radio, se dieron las primeras charlas, con las curiosidades de un lado y del otro. En tanto, unos terminaban una partida de ajedrez, otros releían textos que presentarían más tarde y otros dos, cámara en mano, filmaban para un documental que producirán en el marco de un taller de cine en la usina cultural instalada en el centro educativo.

Rompiendo el silencio

“Ustedes se preguntarán ‘¿qué hace Radio Vilardevoz acá?,’ y nosotros nos preguntamos ‘¿qué vamos a hacer nosotros allá?’. Y creo que depende todo de la integración. Qué lindo es empezar esto”, planteó Manuel, que abrió la fonoplatea y cedió el micrófono a Líber y Roberto, quienes, en nombre del resto de los anfitriones, estuvieron a cargo del recibimiento. Agradecieron “expresar por primera vez nuestras opiniones e inquietudes sobre salud mental” y plantearon uno de los puntos centrales de su problemática: “Representamos la voz de muchos que no pueden hablar, acallados por la situación carcelaria. De los 3.600 privados de libertad en este centro, solamente 360 tenemos los papeles en regla para estudiar, y, de ellos, únicamente 140 podemos acceder a este derecho humano que nos facilita la enseñanza secundaria”. Por lo bajo se comentaba el problema subyacente: la asistencia a clases y talleres no es fluida porque los internos no pueden salir de los módulos si no van operadores o policías a buscarlos, y tanto operadores como policías suelen alegar que ésa no es su función, por lo que, además de que sólo 10% tiene la posibilidad de estudiar (un derecho reconocido por la Constitución de la República), menos de 5% lo hace y muchos menos son los que concurren, efectivamente, con interrupciones y decepciones frecuentes.

“Tenemos en común con los pacientes de un manicomio el método de disciplinamiento. En la cárcel y el manicomio se encierran los fracasos sociales al no funcionar los programas educativos, laborales, familiares”, dispararon. “Nuestra realidad es opacada por las famosas canicas [psicofármacos], que ocultan las verdaderas causas de nuestras situaciones respectivas: la de ustedes y la de nosotros”, agregaron, y pidieron: “No más trancas, no más rancho rancio, no más chaleco de fuerza; más trato humano, basta de marginación al diferente, al pichi, al malandra, al terraja, al colifato, al caniquero, al chapita”. Cerraron pensando en los cambios posibles y necesarios: “No somos sólo un problema. Queremos ser parte de la solución siendo parte de la sociedad. Tenemos necesidad de ser parte de la solución”.

Entre mates y guitarras

Se abrieron los micrófonos, al tiempo que los anfitriones invitaron con bizcochos de la panadería del lugar. Se leyeron mensajes y textos breves que habían preparado los participantes de Vilardevoz.

Cuatro músicos, internos en distintos módulos, iniciaron recientemente clases de guitarra, percusión y solfeo, a las que asisten 60 alumnos. Con guitarra y voces firmes cantaron y corearon “No saber de ti”, de Los Nocheros. Fueron arrancando voces y lágrimas del resto de la fonoplatea, o aquel canto de uno de los internos que coreaba en voz muy baja toda la letra, como una plegaria: “Desde que no estás aquí ya no puedo encontrar de nuevo el sentido de la libertad”. La música los aproximó todavía más. “Clara”, de No Te Va Gustar, fue el siguiente tema, que habilitó palmas y movimiento, como también “El murguero oriental”, de Tabaré Cardozo, con el que cerraron el repertorio. Los micrófonos pasaron por algunos de los docentes del espacio educativo, y Julio, otro interno, cantó el rap con el estribillo “La gente quiere paz, y la Tierra, justicia”.

Las semejanzas de ambos mundos estaban a la vista, pero, con su relato, Francisco Mellado los relacionó de forma más explícita, por medio de la lectura de un texto que preparó para la ocasión: “Estoy tan preso como tú, tus cadenas son las mías […] Mi chaleco marca la distinción que la sociedad impone, el mío amarillo con cadenas invisibles, el tuyo blanco de fuerza”. Todos los que asisten a la comunidad educativa tienen que ponerse un chaleco amarillo flúo, y los que trabajan, uno rosado. “Cambiamos rabia y soledad por esperanza y amor. No somos locos, no somos animales, no somos inhumanos. Todos tenemos una vida detrás, que denota nuestro sufrimiento”, decía otro pasaje. “Hoy estamos aquí como lo que somos, parte de la sociedad”, remarcaba.

Otro de los internos regaló cuadros intercalando conceptos de amor y libertad. La cosa terminó con la cuerda de tambores. Todos contentos, se despidieron. Los de la radio les decían a los presos que esperaban que los visitaran cuando pudieran salir, y los de adentro pidieron que hicieran otro desembarco. Nadie pareció salir de allí como había entrado. Las palabras habían sido como un remolino, un chapuzón de alegría.

“Bonito, hermoso, coqueto y simpático. Mucha libertad, mucha entereza, mucha creatividad y sueños de libertad”, opinó después Ruben en el ómnibus. “Había muchos gurises con chalecos, pero no son peligrosos ni nada”, consideró Luis. “Tenemos algo en común: la música nos libera, terminamos todos cantando. Todos estamos para libertarnos, para ser libres, de una manera u otra”, expresó Manuel. Blanca dijo que le gustó conocerlos y que se divirtió; incluso había bailado al ritmo del tambor. Lourdes apuntó: “Éramos todos iguales, no había discriminación, ni color, ni nada, y nos invitaron a volver”. María José dijo estar feliz: “Me movió, fue muy fuerte el Comcar, primera vez que fui. Me dio como miedo y después me acostumbré”. Gustavo también estaba contento: “Vinimos con alegría, nos vamos con alegría”.

Los técnicos también estaban radiantes. Mónica Giordano observó que “esto cambia totalmente la lógica de las cárceles y del encierro”. “Estaría bueno que se reprodujera y que no fueran tan poquitas personas las que tuvieran acceso”, agregó. “Instalar la radio ahí es como decir que es posible hacer lo que venimos haciendo, me parece que eso se contagió”, dijo Belén Itzá. Cecilia Baroni valoró que “la cárcel no es un lugar accesible, y es muy difícil que se generen las condiciones para abrir las puertas”, y reafirmó el fin de la radio: “Darle voz a la gente que lo sufre realmente, porque siempre son hablados por otros. Es un intento de darle la palabra en primera persona a la gente que sufre las políticas, los establecimientos. Que digan ‘ésta es nuestra realidad’ es una forma de trascender los muros”. “No necesitamos la represión para funcionar, pero sí necesitamos las oportunidades y gestiones que nos permitan apoyar una verdadera rehabilitación mediante la educación”, recordó después Flabia Fuentes.

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