Sabrina Rossi
Un estudio centrado en los barrios de la periferia crítica de Montevideo -Casavalle y Jardines del Hipódromo- indica que en sus poblaciones una de cada cinco adolescentes madres tiene más de un hijo y el 75% de ellas hubiera preferido postergar la maternidad.
El estudio se titula “Maternidad en adolescentes y desigualdad social en Uruguay. Análisis territorial desde la perspectiva de sus protagonistas en barrios de la periferia crítica de Montevideo”, y fue realizado en el seno de la Universidad de la República, por investigadoras del Programa de Género, Salud Reproductiva y Sexualidades de la Facultad de Psicología y el Programa de Población de la Unidad Multidisciplinaria de la Facultad de Ciencia Sociales. Con la coordinación de Alejandra López Gómez y Carmen Varela Petito, participaron Cecilia De Rosa, María José Doyenart, Matías Freitas, Cecilia Lara y Sabrina Rossi. Contó con el apoyo del Fondo de Población de Naciones Unidas (Unfpa). Incluye expresiones testimoniales de mujeres y varones adolescentes con y sin hijos, recogidas al efecto en los barrios estudiados.
La maternidad en la adolescencia es tratada como un fenómeno complejo y relacional que incluye el análisis de factores individuales y colectivos implicados: contexto de socialización, estrato social de pertenencia, etapa del curso de vida con sus características peculiares, relaciones y mandatos de género, sistemas de creencias, permisos y prohibiciones sobre sexualidad, legitimación social de los derechos sexuales y reproductivos, disponibilidad de recursos en salud sexual y reproductiva y políticas públicas vinculadas con la educación, la vivienda y el empleo, entre otros.
Segmentación social
La incidencia de la conformación sociohistórica de los barrios seleccionados en el comportamiento reproductivo de sus poblaciones, contextualiza las conclusiones. “Indicadores como la paridez media acumulada y el porcentaje de madres adolescentes muestran claramente las brechas en el comportamiento reproductivo entre estos barrios y la capital (…) Cuanto mayor es el porcentaje de la población con necesidades básicas insatisfechas mayor es el promedio de hijos tenidos por las adolescentes, que aún con sus diferencias muestran desigualdades sociales en materia de bienestar”, previene el estudio.
A las privaciones socioeconómicas se suman los escasos logros en materia educativa de las adolescentes que son madres. La mayoría dejaron de estudiar antes de serlo, no asisten a un centro educativo formal y dedican gran parte de su tiempo a las tareas domésticas y de cuidados de otros. La maternidad parece ser un acontecimiento inevitable, a pesar de que algunas intentan postergarla.
Junto al abandono escolar destaca la escasa inserción en el mercado laboral, determinando ambos la “reclusión en el ámbito doméstico” de las adolescentes mujeres, cuya vida cotidiana se desarrolla en el hogar, han dejado de frecuentar espacios públicos, interactúan solamente con la familia y hasta renuncian a redes sociales como Facebook porque molesta a algunas de sus parejas. Todo ello las coloca en una profunda vulnerabilidad social, a juicio de las investigadoras, percepción que comparten las autoridades.
La historia se repite
La mayor parte de las adolescentes que fueron entrevistadas para la investigación reiteran las pautas reproductivas de las generaciones que las preceden: tienen madres que también se embarazaron en la adolescencia y los mandatos de género se perpetúan.
“La adolescencia está asociada, entre otras, con el centramiento en sí mismo, la necesidad de apoyo afectivo, el conflicto con el mundo adulto, la exposición al riesgo y la omnipotencia, la sexualización de las relaciones y del cuerpo, la importancia de los vínculos con pares y la búsqueda de espacios de socialización fuera de la vida familiar”, se recuerda.
En cambio, a la maternidad se la asocia con la adultez, el cuidado del otro, la (des) sexualización de las relaciones y del cuerpo, el espacio familiar y privado como prioritario.
“Las adolescentes expresan el padecimiento subjetivo que les implica sostener estos lugares, y ‘rápidamente’ buscan ubicarse en uno de ellos: el ser madre adulta, responsable, altruista”, diferencian las expertas.
Por otro lado, la maternidad opera como forma de reconocimiento social y valoración en el entorno familiar. Al tiempo que profundiza su exclusión social, lo que reproduce la pobreza y las desigualdades de género, proporciona a niñas y adolescentes “un lugar en el mundo”.
Estereotipos de género
Sobre métodos anticonceptivos modernos tienen conocimiento esas adolescentes, pero no parecen tener posibilidades de negociar sexualmente con sus parejas. Los embarazos suelen ser producto de relaciones lábiles y muchas veces con varones de más edad, pero en general ellas aceptan el embarazo y no lo perciben como problema.
Para los varones entrevistados, en cambio, es un problema que compromete su futuro, aunque no lo consideran un problema para ellas. Ser padre se relaciona con el ser adulto y no están tan dispuestos a la precoz transición, aunque les reafirme su masculinidad.
Los estereotipos de género están absolutamente presentes en sus respuestas: ellos se identifican a sí mismos con el rol de proveedores económicos, protectores familiares y transmisores de normas y a ellas con el lugar de la mujer en lo doméstico y al servicio del cuidado del hijo o hija como tarea de tiempo completo.
El abordaje debe ser integral
El estudio se concentró en los “núcleos duros” que persisten en la trama social y que se vinculan con una población sujeta a altos niveles de privación socioeconómica, que ha sido desplazada a determinados territorios de la ciudad. Esa vida precaria muestra niveles educativos bajos (los de sus hogares también lo son), dificultades para aproximarse a los centros de salud y transmisión intergenacional de pautas culturales que perpetúan los estereotipos de género, colocando a la maternidad como el papel fundamental de las mujeres.
Para las adolescentes que están en esas condiciones, el ideal de maternidad está incorporado a su subjetividad: tener un hijo a esa edad es para ellas algo “natural” y socialmente esperado.
En tanto producto de la desigualdad social y caracterizado como un problema social y de derechos humanos a priorizar en la agenda pública, para las investigadoras es necesario “definir e instrumentar políticas que atiendan integralmente los distintos factores que lo producen así como sus consecuencias”. “Se trata de un fenómeno complejo, relacional y multidimensional que requiere acciones intersectoriales, en el campo de la salud (en particular salud sexual y reproductiva), en la educación, en la vivienda, en el acceso al empleo, en revertir los estereotipos de género y en favorecer las condiciones sociales y subjetivas para la apropiación y ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos” , concluyen.