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Estudiando en libertad: la lucha continúa

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Desde que fue liberado en abril de 2018 hasta ahora, Mathías aprobó cuatro materias de la Licenciatura en Psicología. Había comenzado la carrera en 2016, mientras cumplía condena en el Penal de Libertad. En ese tránsito fue apoyado por compañeras del programa de Tutorías entre Pares de la Udelar, que lo ayudaron a adaptarse a la vida universitaria, y también a la libertad.

En el semestre pasado se inscribió para cursar tres materias, exoneró dos y aprobó otra a través de un examen reglamentado. En febrero aprobó otra materia dando el examen en modalidad libre. Su idea fue ir de a poco, para ver si este año «se animaba» a cursar y rendir más materias, planteó en una entrevista con el Portal de la Udelar.

Mathías explicó que en el Penal de Libertad (Unidad 3 del Instituto Nacional de Rehabilitación) su avance en la carrera había sido lento porque allí se viven «muchas dificultades que te afectan para sentarte enfrente a un libro, más cuando están presentes algunos factores de ansiedad. Hay muchas cosas que te genera la cárcel, que te influyen en un montón de cosas, hay elementos distractores, ruidos, no es un lugar que te facilite estudiar». En particular el Penal de Libertad es «un lugar muy complicado», afirmó, «de repente en otras unidades hay un espacio educativo donde el preso puede ir a estudiar, yo me la tenía que rebuscar en la celda y con pila de cosas complicadas, externas e internas».

La historia de Mathías en la cárcel comenzó cuando tenía 18 años recién cumplidos y se extendió por más de una década. «Cuando ingresé estuve tres años en Comcar, después fui trasladado al CNR [Centro Nacional de Rehabilitación], donde funciona ahora la Cárcel de Mujeres, ahí estuve un año y medio más o menos, y me escapé. Estuve casi un año fugado; después reincidí con otros delitos de rapiña, un atentado contra la policía —un tiroteo que se caratula como atentado—, y cuando me recapturaron me llevaron para Comcar de nuevo. En menos de tres meses intenté escaparme nuevamente, me detuvieron y fui para el Penal de Libertad. Ahí pasé los últimos seis años, un poco más».

Cuando Mathías tenía 14 años, su mamá falleció. «De repente fui eliminando un poco a los que eran mis amigos digamos “sanos”, más bien del liceo, del barrio o del baby fútbol, y me empecé a relacionar con otro tipo de gente. Eso capaz que influyó un poco y empecé a delinquir». Abandonó el liceo e ingresó por primera vez a un hogar del INAU (ahora INISA). «Estuve en casi todos los hogares de la Colonia Berro, salía, me fugaba también, y ya por mi cuenta empecé a tomar malos hábitos, que me llevaron a ese mundo delictivo que ahora por suerte estoy dejando atrás».

A conciencia
Antes de estar privado de libertad por primera vez, Mathías había estudiado hasta 4.° año de Secundaria. Ya en la Unidad 3, «empecé a tomar un poco de conciencia de que todo lo que estaba haciendo era muy perjudicial para mí», contó. «Vi que no daba para más, que lamentablemente si seguía en ese camino estaba destinado a pasar el resto de mi vida en la cárcel. Empecé un proceso de transformación por así llamarlo, empecé a proyectarme objetivos, a trazar mis metas para poder llevar una buena vida, una vida digna como debe ser para todas las personas». Entonces se decidió a estudiar.

Mathías terminó allí el segundo ciclo de Secundaria, y fue el primer recluso del Penal de Libertad que ingresó a la Universidad mientras cumplía condena: «nosotros desconocíamos que había tutores que iban a las cárceles. Ahí nunca había ido ninguna facultad ni ningún estudiante universitario, fue la primera vez, a otras cárceles sí. Esa unidad está vista como lo peor de lo peor, es donde se considera que están los presos de más nivel de peligrosidad, pero ahora gracias a dios se están abriendo algunos caminos y existe esa oportunidad».

En ese momento la Licenciatura en Psicología fue una de las pocas opciones que se le presentaron, y aunque siempre tuvo interés por esa disciplina, le hubiera gustado estudiar Educación Física: «me gusta mucho el deporte, pero donde yo estaba alojado era casi imposible estudiar eso. En aquel tiempo había una prueba física y sorteo para entrar, entonces no era viable y menos donde yo estaba, que era de máxima seguridad y era muy complicado para todo».

La ayuda de su hermana fue fundamental en ese proceso: «Ella me apoyó siempre en todo mi recorrido por la privación de libertad, todos estos años fue a visitarme, me brindó lo que verdaderamente necesitaba. Ella fue un poco la gestora de que yo pudiera empezar la carrera, comunicándose con gente de facultad, enviando email a la decana». Así comenzó la licenciatura y pasó a tener como referente a Cecilia Barone, la docente que coordina el trabajo de la facultad con estudiantes privados de libertad.

Nada que ver
Desde abril hasta diciembre del año pasado fue acompañado por un grupo de tutoras que también estudian Psicología, en una actividad coordinada por el Programa de Respaldo al Aprendizaje de la Udelar. «Son unas genias en lo que hacen», comentó. Se reunió con ellas una vez por semana durante dos horas, para estudiar, para despejar todas las dudas que se le presentaban cotidianamente en facultad, y conversar de la vida. El espacio semanal le encantó: «me gustó muchísimo, lo disfruté, y aparte del buen clima que tuve con ellas, noté muchos cambios, muchos resultados favorables en la calidad del estudio. La verdad estoy muy agradecido».

«Me hacía falta un poco de apoyo porque son muchos años de encierro y al ir de un día para otro a la facultad uno ignora muchas cosas del mundo universitario. Le pasa a cualquier estudiante cuando ingresa aunque no haya tenido que estar preso, pero ta, yo cargo un poco con lo otro. Muchas veces en la cárcel me hacía la película, "pah, cómo será la facultad, cómo será el primer trato con mis compañeros", y ese día llegó, hace meses que estoy yendo pero me quedan anécdotas como mi primer día de clase que me equivoqué de salón», comentó.

También experimentó «cosas más particulares, a veces me aislaba un poco, al principio me costaba relacionarme. Ahora estoy mucho más suelto, bien de bien, ya tengo amigas en la facultad, porque la mayoría son mujeres. Al principio me imaginaba que se daban cuenta que estaba un poco perdido, incluso me llegué a imaginar que ya sabían que había salido de la cárcel hacía poco, ¡nada que ver! Pero ahora la verdad estoy chocho, me gusta mucho la facultad. Capaz dentro de unos años la detesto pero ahora me gusta un montón, la verdad».

Material y espiritual
De la vida en libertad Mathías valora especialmente el hecho de «estar cerca de mi familia al despertarme, con la gente que me bancó siempre, la que más quiero»; es lo más importante luego «de un día para otro, con 18 años, estar en la cárcel lejos de ellos, con gente desconocida, en un mundo muy violento donde se vive con la agresividad, y lamentablemente las diferencias se resuelven mediante conflictos, muchas veces a las puñaladas, pocas veces se acude al diálogo», reflexionó.

En la cárcel tuvo amigos, contó, sin embargo «con el tiempo uno va viendo cómo es el mundo carcelario, a veces no es conveniente tener muchos amigos o tener confianza con alguien que recién conocés, por muchísimas cosas que pasan, como acá afuera también. Te podés sentir traicionado por algo, hay algunas emociones negativas que a veces se incrementan por el encierro. Maldad hay en todos lados, pero en un contexto como ese, de máxima seguridad, se incrementa y hay que aprender a convivir con eso».

Una de las cosas que rescata de su experiencia es pensar ahora que «lo material no es todo en la vida, porque en realidad lo que me llevó a delinquir fue lo material. Siempre recibí buena educación por parte de mis padres, ellos siempre trabajaron, mi hermana también siempre estudió y trabajó. Yo fui el rebelde que tomó malas decisiones en un etapa de mi adolescencia por querer tener cosas caras, por no querer depender de mi padre».

Las ocho horas
El padre de Mathías falleció en 2016, y enseguida su hermana le planteó: «cuando salgas venite a vivir con nosotros, con el tiempo se verá cómo independizarte, cuando te consigas un trabajo». Ahora vive con ella, su cuñado y su pequeña sobrina, nacida en enero, por eso intenta ayudar bastante en la casa. Asegura que le han tenido mucha paciencia, «recibo mucho amor de ellos, mucho apoyo, porque no es que en cualquier familia te aloje un familiar y te diga "quedate el tiempo que necesites, acá está todo bien". Me siento muy afortunado porque no todos tienen esa posibilidad. Hay mucha gente que sale de la cárcel y no tiene dónde ir, de repente vuelve al mismo entorno donde hay gente relacionada a lo delictivo y ya empiezan a aparecer malas propuestas. A veces por más que quieras cambiar tenés que resistirte a alguna tentación, y yo estoy un poco libre de eso. Por ahí va la cosa. Mi hermana ha sido fundamental en mi vida y lo es hoy».

También retomó el vínculo con otros familiares, pero con respecto a las amistades explicó que «cuando vas a la cárcel en general los amigos desaparecen, sin tener ninguna obligación; sinceramente no culpo a nadie de que se haya olvidado de mí porque yo soy el responsable. Si a mí me gustaba hacer esas cosas, me la tengo que bancar yo solo, nadie tiene el compromiso de ir a verme a la cárcel, de llamarme todos los días o de llevarme cosas. Ahora voy bien, con los temas sociales bastante bien».

Al salir Mathías recibió apoyo de la Dirección Nacional del Liberado. Le ayudaron a realizar trámites, como por ejemplo la obtención de la Credencial Cívica y la afiliación a ASSE; también lo orientaron para buscar y postularse a un trabajo. Por convenio con esa dirección se presentó para una oferta laboral en OSE, y luego de varios meses de espera ansiosa, en diciembre ingresó allí a través de un contrato. Trabaja ocho horas diarias de lunes a viernes, en el Área Social: «hago salidas de campo, con un compañero visitamos asentamientos puerta por puerta por distintos trámites: convenios de pago, cambios de titular, etcétera. Después volvemos a la oficina y de tarde hacemos el trabajo administrativo». Si obtiene una evaluación favorable de sus superiores, Mathías podría continuar en el organismo con un cargo efectivo.

El trabajo le gusta y lo motiva, y si bien el año pasado contó con una beca de Bienestar Universitario, tener un salario le da más seguridad. Además, este semestre cursa tres materias en la facultad. Desde antes de salir en libertad, Mathías se ha preocupado por lograr un equilibrio emocional a través de la terapia psicológica: «padecí con muchas crisis emocionales cuando era más joven y ahora con mi terapeuta estoy tratando algunas luchas con dificultades que me afectaron durante muchos años, como estados de ansiedad, tristes o depresivos en que estuve sufriendo muchísimo. Pienso que al estudiar Psicología vas identificando cosas que de repente te han pasado, y puedo adquirir conocimientos que me van a servir para descubrir mucha cosa sobre mí», reflexionó.

Fuente: http://www.universidad.edu.uy/prensa/renderItem/itemId/43214/refererPag…

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Publicado el Jueves 4 Abril, 2019

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