La tesis explora la figura del adscripto como mediador y cómo las familias logran acompañar a los adolescentes.
Paulo Romero es psicólogo y educador social, y tiene una especialización en políticas de juventud. Para su tesis de maestría en Psicología y Educación, que cursó en la Universidad de la República, se propuso estudiar qué sentido le dan a la experiencia liceal los jóvenes que viven en Casavalle que son la primera generación de su familia en estudiar en secundaria.
La elección del tema se remonta a su trabajo como educador en un aula comunitaria en Casavalle en 2007, espacio al que se acercaban muchos estudiantes cuyas familias no habían superado la primaria. De hecho, entre todos los estudiantes del programa Aulas Comunitarias, 60% eran primera generación. “En ese período empezaron a aparecer distintos centros educativos en Casavalle, era algo que no tenía antecedentes. Se empezaba a trabajar la universalización de la educación media. Me parecía que había algo relevante para pensar en términos de universalización: qué pasa con las historias previas de estos que son los que llegan”, contó en entrevista con la diaria.
Para explorar los sentidos que le dan los jóvenes al liceo, la investigación, que se tituló Generación inédita, debía ser cualitativa. “Del 2000 en adelante aparecieron muchas investigaciones cuantitativas que ayudan a pensar el estado de la educación media, pero tenía mucho interés en traer las voces de los jóvenes, en conocer qué implicaba para ellos”, explicó. Para su investigación entrevistó a 14 jóvenes que estudian en secundaria, y les preguntó por la “experiencia liceal”, es decir, no sólo por lo curricular: “En los relatos de los jóvenes aparece el tener que empezar a tomarte un ómnibus, el pasaje de un solo maestro a 12 profesores, lo que pasa en la salida, en los recreos; todo eso que hace a la vida liceal y a veces no está contemplado”. El educador asegura que es relevante pensar en lo extracurricular que involucra el liceo, “porque ayudaría a dar mayor continuidad. En la medida en que veo que la experiencia liceal es significativa para los chiquilines puedo pensar otras cosas que pasan en los entretiempos. Ahí hay mucho del tiempo vital de los jóvenes, y a veces en los formatos más clásicos se pierde”.
Mediadores
Los cambios que involucra el pasaje de la escuela al liceo son comunes a todos los adolescentes, pero Romero indagó en quién hace la transmisión de la experiencia liceal cuando en la familia nadie llegó a ese nivel educativo. En la investigación identificó una serie de figuras mediadoras: algunas maestras, compañeros pares o primos son los que pueden anticipar algunas de las experiencias que les tocará vivir a los jóvenes.
Los profesores también juegan un rol particular en estas historias de adolescentes primera generación: “Aquellos docentes que logran sostener las temporalidades, que logran decodificar, que logran acompañar, son relevantes para los gurises”. Destaca en particular la figura del adscripto cuando este adopta un rol pedagógico y busca “conocer algo de tu historia para entender tu tiempo vital”, pero también a “los profesores que explican”: “Muchos de estos adolescentes tienen historias que llevan otras temporalidades; para ellos, el profesor que explica es significativo”. Sobre los adscriptos, Romero entiende que son una figura que “históricamente no ha tenido fuerte presencia, pero en estos gurises, en particular en los de primera generación, son importantes. Hay algo de la educación de la presencia, de ser mediadores: los adscriptos son los que están. A veces los centros educativos tienen vorágines complejas, y la idea de la presencia en la vida de un adolescente es significativa”.
Las familias y sus formas de acompañar
Otra de las conclusiones del trabajo apunta a “diversificar la idea de familia: las abuelas se vuelven relevantes, acompañan y tienen efectos subjetivantes; hay algo de ese impulso que viene de la familia, que insisten”, apunta Romero. “A veces hay una mirada como que estas familias están ausentes; para mí de lo más rico del trabajo de escuchar a los jóvenes fue encontrar esto: que había otros que apoyaban, que eran insistentes; capaz que no en la lógica que uno espera o que se puede ver a primera vista, pero en el relato aparecía eso: ‘me insisten’”. En gestos como poner el despertador, prestar el celular para buscar en internet o reiterar que “no termines como yo”, las familias logran “acompañar, a pesar de no haber tenido la experiencia liceal”, concluyó el investigador.
Para desmitificar esa supuesta ausencia del sostén familiar en estos sectores, propone pensar “en cómo uno construye la idea de familias. En estos casos son familias diversas, monoparentales, con jefaturas femeninas, con figuras de abuelas, familias ensambladas [...] pero en los relatos la familia está presente”.
Otro de los conceptos que maneja Romero en su tesis es lo que los jóvenes heredan o desheredan de su entorno familiar, y lo que implica para algunos jóvenes continuar estudiando. Una de las entrevistadas por el psicólogo le dijo que en el liceo había encontrado “palabras nuevas”. “Ella dice: ‘Yo me hacía la linda. Aprendía palabras nuevas, las traía y a veces mi familia no entendía’. Todo lo que se da en ese juego intergeneracional es un ejemplo de las familias que generan soporte, que acompañan”, consideró.
En las herencias también cuentan las palabras. “Si en mi entorno familiar existe una serie de palabras, cuando estoy en el entorno liceal cuento con eso. Hay determinados sectores de la sociedad, con determinados soportes económicos, que lo que hacen es trabajar para que eso se herede, y en estos casos de primera generación eso no es posible. El trabajo implica generar algo nuevo, por eso es inédito. Es hacer un recorrido que en mi entorno no se había hecho” y, por lo tanto, “implica ciertas negaciones de mi entorno”, añadió Romero.
“Futuro bien”
Uno de los sentidos que los jóvenes le dan al liceo es el de, según palabras de uno de los entrevistados, habilitar “un futuro bien”. “Hay algo imaginado en ellos o en sus familias de que el estudio, en una situación de vulneración, puede ser una posibilidad que permite generar mayor acceso al trabajo o mayor movilidad”, mencionó Romero. El investigador apunta que, más allá de su interés por conocer qué pasa en los entretiempos no curriculares, para los jóvenes que entrevistó el liceo tiene que ver con aprender: “Ellos tienen muy claro cuál es el oficio de ser estudiante, pueden describir qué implica; quieren ser estudiantes y lo valoran”.
“Que el liceo no es válido para ellos, es muy distinto a creer que para ellos no tiene valor”, dice Romero en su investigación, y la pregunta inevitable es qué pasa con aquellos que no logran seguir estudiando. “No es válido para ellos porque dicen ‘no pude ser estudiante’, ‘no era para mí’; hay cierta introyección de la responsabilidad. Eso significa que no es válido. Pero no he escuchado en los relatos que el liceo no tiene valor, sigue siendo un espacio relevante”.
En lugar del concepto de abandono, que coloca la responsabilidad en el sujeto y “no interpela a la institución educativa”, Romero prefiere trabajar con la idea de ruptura del lazo educativo, que empieza a resquebrajarse cuando falla lo educativo. “Me decían: ‘Voy y no entiendo’ o ‘no se me pega’. La situación de vulnerabilidad puede favorecer la ruptura”, añadió. “A veces en personas con otros soportes sociales la idea de ruptura con lo educativo no está imaginada; lo natural es estar y continuar en la educación media. ‘Mi familia, mi entorno, esto es lo que todos hacemos’”. Pero cuando eso no está, la situación cambia. “Me acuerdo de que uno de los gurises me decía: ‘Me fue mal, no continué, se lo dije a mi padre y me dijo que iba a tener que ir a trabajar. Y al otro día fui a trabajar’. Esas transiciones de ruptura son muy aceleradas”.
“Aún seguimos en un paradigma que responsabiliza al otro por su desvinculación, y eso es un problema en términos educativos, porque hay algo de los reconocimientos, de lo significativo que es el vínculo, que se juega en las relaciones educativas. Todo se recarga en el sujeto, y eso marca mucho las trayectorias. Lo que acontece acá, me parece, es que a veces el lazo puede fragilizarse más, entonces lo que en otros lugares puede aparecer como un tiempo o un vaivén, acá puede ser una definición. En otras situaciones te puede ir mal en el liceo pero hay tiempo, repetiste, cambiaste de liceo. En estos casos dejar es algo real y posible. Es muy rápido”.
Romero, que en lo laboral se ha dedicado a la educación no formal, planteó que los centros educativos pueden pensar, desde un punto de vista institucional, cómo acompañar a los jóvenes que son primera generación: “¿Implica otros modos de acercarnos? ¿Implica ampliar los lenguajes, identificar mediadores? Me parece importante, para pensar la educación, traer más la voz de los estudiantes”.