En el año 1992 se recibió como licenciado en Psicología de la Universidad de la República (Udelar) y en 2013 obtuvo el título de magíster en Psicología Clínica en la misma casa de estudios. Además, está especializado en Psicoterapia Corporal Bioenergética (International Institute for Bioenergetic Analysis), EMDR (EMDR Institute) y otras técnicas de PsicoTraumatología.
Desde el año 1990 es docente de la Facultad de la Psicología donde se desempeña como coordinador del programa Psicoterapias: Teorías y Técnicas y de la Unidad Curricular Obligatoria: Articulación de Saberes III. Clínica y Subjetividad en el Instituto de Psicología Clínica.
Es investigador principal del CIC-P de la Facultad de Psicología de la Udelar y miembro del Comité Científico Internacional de las Psicoterapias Corporales. También se desempeña como coordinador del convenio inter-institucional entre la Facultad de Psicología de la Udelar y el Ministerio de Relaciones Exteriores, para la investigación y la asistencia de los retornados al Uruguay en condiciones de retorno, deportación y repatrio. Se desarrolla en la práctica “Trauma y trastornos de ansiedad”.
Participó en la elaboración de más de 20 libros académico-científicos y artículos en revistas especializadas en las materia de Clínica y de Psicología. Dentro de estos se destacan: “Trauma y pandemia. Efectos psicosociales e intervenciones clínicas” (2021, Psicolibros Universitario), “Las paradojas de la migración. Estrategias psicocorporales para el abordaje del estrés postraumático. Estudio de un protocolo de EMDR y Técnicas Energéticas en una población de uruguayos retornados” (2018, CSIC-UDELAR), “El cuerpo en la psicoterapia. Nuevas estrategias clínicas para el abordaje de los síntomas contemporáneos” (2008, Psicolibros Universitario) y “Arqueología del Cuerpo. Ensayo para una Clínica de la Multiplicidad” (1999, TEAB).
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Incorporar el signo zodiacal dentro de una estrategia de campaña electoral es no solo una jugada novedosa en la política uruguaya, sino que también refleja otro fenómeno: el auge que vive la astrología en todo el mundo
Había una vez un candidato a la presidencia de Uruguay a quien se le ocurrió decir en su spot de campaña que es “muy de Capricornio”. En el video reproducido cientos de miles de veces durante la primera semana en redes sociales, el colorado Andrés Ojeda no se molestó en explicar qué significa haber nacido bajo este signo de zodíaco. Las aclaraciones llegaron después, cuando lo entrevistaron en diferentes programas de televisión y streaming en medio del pico de notoriedad que causó el anuncio. “Yo no creía en nada hasta que (la astróloga) me arrancó a leer las características del signo y me estaba describiendo en la piel. Entonces, empezamos a creer o reventar”, dijo en el canal de streaming Miedo al Éxito.
En otra entrevista realizada por la astróloga Lourdes Ferro, reconoció que cumple con “todas las características” de este signo, y que dos de ellas son “el escepticismo absoluto” y una manera “muy racional” de ver el mundo. Recientemente, en entrevista con Galería, se refirió al tema: “Miro los horóscopos, confieso. Seguro la astrología me ayuda a entender características mías y a entenderme mejor. Ver dónde mejorar y cambiar para la vida”.
Incorporar el signo zodiacal dentro de una estrategia de campaña electoral es no solo una jugada novedosa en la política uruguaya, sino que también refleja otro fenómeno: el boom que vive la astrología, tanto en Uruguay como en el resto del mundo.
En Estados Unidos, por ejemplo, son más quienes saben su signo zodiacal (66%) que los que conocen su tipo de sangre (51%), según un estudio de 2023 del laboratorio Quest Diagnostics. Y unos 70 millones de estadounidenses leen su horóscopo a diario, conforme a la Federación Estadounidense de Astrólogos.
Este auge va de la mano de un mercado que crece a pasos agigantados. Del 2018 al 2021, el valor de la industria global de la astrología saltó de 2.200 millones a 12.000 millones de dólares, y se proyecta que alcance los 22.000 millones para 2031, reportó la empresa investigadora de mercado Allied Market Research.
Antes de la campaña de Ojeda, en Uruguay ya existía un clarísimo indicador del creciente interés por la astrología. En la categoría interés general, desde el 2006 hasta el 2018 los libros más vendidos fueron las ediciones anuales de Horóscopo chino, de Ludovica Squirru. En 2019, la uruguaya Lourdes Ferro destronó a la argentina y, desde entonces, sus guías astrológicas pasaron a ser los libros más vendidos de cada año en esa categoría.
Como creencia, como búsqueda de respuestas o como simple entretenimiento, la astrología crece en un contexto de declive de las religiones. En Uruguay, los devotos cristianos alcanzan año a año mínimos históricos, según el Latinobarómetro. En Argentina, donde la realidad es similar, un 62,9% dice ser católico, mientras que un 76% admite creer en “la energía”, según un estudio sobre creencias religiosas realizado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina). En ese contexto, la astrología no parece ser una moda pasajera, sino un fenómeno en expansión. “Las modas desaparecen, pero la astrología se popularizó y democratizó. Nos guste o no, es un tema que transversaliza”, dice el sociólogo Ricardo Klein.
Astrología desde antes de Cristo
Entendida como el estudio de la posición y movimiento de los astros y cómo afectan a las personas y a su carácter, la astrología se practica desde al menos el 2000 a. C., cuando los humanos se guiaban por los cuerpos celestes para interpretar presagios divinos. Fue Claudio Ptolomeo, astrólogo y astrónomo, quien sentó las bases sobre las que se crearon los horóscopos personales, además de la concepción de que las personas pueden leer e interpretar las estrellas para aprender sobre sus vidas.
En la Edad Media era practicada por médicos y otros profesionales científicos, e influía de manera extendida en las decisiones cotidianas. Más adelante, los astrólogos se convirtieron en figuras clave de las cortes reales, y los monarcas en sus clientes más frecuentes. Astronomía y astrología fueron campos entrelazados hasta la revolución científica, cuando la astronomía se consolidó como ciencia y la astrología no pasó la prueba y quedó relegada como pseudociencia. Su práctica, entonces, se esfumó durante al menos dos siglos, para resurgir en el siglo XX de la mano de los primeros horóscopos de las revistas. En 1930, Sunday Express publicó la carta natal de la princesa Margarita —hermana menor de la reina Elizabeth II— para comentar rasgos de su personalidad a pocos días de nacer. Predijo que tendría una vida “agitada”, algo que despertó gran interés del público. Desde entonces, la popularidad de la astrología no ha parado de crecer, y ni los grandes avances científicos de los últimos años lograron disminuir el interés que despierta por estos días.
Para la astróloga Valeria Fernández, su disciplina es un lenguaje simbólico. “También me gusta pensarlo como un arte interpretativo en el que se interpretan símbolos que se manifiestan en la psiquis colectiva y personal”. Su vínculo con la astrología se profundizó hace unos ocho años a raíz de una crisis personal. “Quería entender qué era lo que estaba pasando en mi vida. Siempre pienso que la astrología se acercó a mí, no fue algo que busqué, sino que apareció”. Entonces investigó, estudió y se fascinó con los símbolos y su interpretación, hasta que comenzó a ver el mundo a través de este lenguaje, y a “utilizarlo para desarrollar herramientas creativas y para ayudar a otras personas a hacerlo”.
Como tantas otras disciplinas o recursos, la astrología provee a los seres humanos de respuestas a preguntas generalmente universales, indica la filósofa y psicóloga Magdalena Reyes: “Si tuviéramos que pasarlas por un embudo, podríamos decir que las preguntas a las cuales responde son preguntas sobre el sentido de la vida: ¿quién soy?, ¿cómo me explico a mí mismo?, ¿qué hago? Históricamente y hasta el día de hoy, los seres humanos miramos los astros y qué representan”.
En la misma línea, el psicólogo y profesor adjunto del Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología (Udelar) Luis Goncalves Boggio plantea que las personas que consultan a la astrología “buscan otorgarle un significado a eventos de su vida que, de otro modo, no tendrían sentido o quizás no se lo están pudiendo encontrar”. Reyes añade que las estrellas son luminosas, y que filosóficamente la luz simboliza la posibilidad de arrojar claridad sobre lo que no se sabe o no se puede ver. Además, repara en la idea de “superioridad”. “Los astros están por encima de nosotros. Hay una cuestión de lo que nos trasciende. Es el ser humano buscando sentido, respuesta, explicaciones, y mirando hacia arriba con fe o con esperanza”. Desde esa perspectiva, la filósofa concluye que a mayor incertidumbre, mayor es la necesidad del ser humano de encontrar respuestas que le permitan sentirse más seguro, confiado y en control. Y en ese marco la astrología aparece como una vía cada vez más recurrente.
Entre el hobby y el autoconcimiento
“El gran cambio es que la corriente no se limita a las personas tradicionalmente más ‘espirituales’: abarca figuras de todos los sectores de actividad, científicos, políticos, analistas”, explica la investigadora de mercado y tendencias Verónica Massonnier.
Mercedes es abogada, tiene 33 años y le interesa la astrología desde niña. “Me parece que las características de cada uno pueden estar basadas por los signos y las casas en nuestra carta natal, pero no creo en el horóscopo diario. Me sirve más que nada para el autoconocimiento, pero no me limita”, cuenta.
Luisa, también de 33 años y psicoanalista, cuenta que le “encanta” conocer sobre su mapa astral y todo aquello a lo que pueda acceder de forma gratuita, pero que no pagaría por un servicio de astrología. “No es algo en lo que crea. Me gustaría creer. Hay veces que dudo porque encuentro cosas que me resuenan y hacen sentido. Como psicóloga, la astrología contradice mi formación y me pongo testaruda en torno a eso”. De todas formas, dice que es un tema que “la engancha” y que juntarse con sus amigas para buscar los mapas astrales le parece “un planazo”. El sociólogo Ricardo Klein observa que muchos de los nuevos adeptos a la astrología no se cuestionan su existencia como base empírica o espiritual, sino que la toman como un hobby o entretenimiento. En ese sentido, Rodrigo, de 29 años, analista de comercio exterior, opina que si bien tampoco cree en la astrología, las conversaciones alrededor de los signos o cartas natales no solo le divierten, sino que ofician de disparador para hablar en grupos de amigos sobre temas más profundos, como las características de la personalidad de cada uno, algo que en suma le parece positivo.
Pero la astrología está lejos de ser un simple hobby. Como astróloga, Fernández cuenta que a su consulta acuden personas de todas las clases sociales que tienen cubiertas sus necesidades primarias, ya que acceder a una consulta astrológica “hoy tiene ciertos privilegios”; y lo hacen más que nada con fines de autoconocimiento y orientación. “No vienen por temas predictivos. Me llegan temas vocacionales y de creatividad”, muchas veces como complemento de alguna otra terapia.
Detrás de este boom conviven varios factores que se entrecruzan: pandemia, auge de la posverdad, atomización de la información y búsqueda de mayor introspección son solo algunos de ellos. Fernández, que ofrece sesiones personalizadas de carta natal, revolución solar, consultoría astral y lectura de tarot, percibe que desde la pandemia “hay un interés de querer conocerse un poco más, de querer investigar cosas que capaz antes no nos atrevíamos o creíamos que era para otras personas”. Observa que “hay mucha gente saliendo de los clósets esotéricos” y que no por eso son desprestigiadas.
Esa búsqueda de introspección viene acompañada de una apertura cada vez mayor a expresar públicamente aquello que antes se mantenía en la privacidad, sostiene la investigadora de mercado y tendencias Verónica Massonnier. “Muchas creencias y conceptos que fueron tabú se van develando; hay menos temor a manifestar, a compartir en los espacios de cercanía pero también a través de las redes sociales. Significa hacer públicos ciertos temas que fueron históricamente privados: se habla con mayor libertad acerca de la vida y de la muerte, de la salud, de las experiencias íntimas”.
Klein asocia esta tendencia con el uso de la astrología en el marco de una campaña política, como lo hizo Ojeda. Dice que más allá de entender o no lo que significa ser de Capricornio, mencionarlo en el spot “genera una cierta cercanía”, y que en las campañas políticas está cada vez más presente el costado emocional. “Las campañas racionales en las que un candidato explica los 40 puntos más importantes de su programa ya no existen más”. A diferencia de otras fuentes de respuestas, la astrología resulta accesible, lo que no significa que sea banal o superficial, aclara Reyes. “Arte, filosofía, psicología pueden dar respuestas. Pero ¿qué tiene la astrología, al igual que otras fuentes de respuestas? Que es accesible. Para acercarte a la ciencia y leer una explicación científica necesitás más tiempo, recursos, formación. En cambio, el horóscopo está en todos lados. Eso no quiere decir que no haya ahí una gran riqueza, porque es un lenguaje muy metafórico, muy abierto a la interpretación. Es un lenguaje más accesible para prácticamente todo el mundo (...). Hay un prejuicio de que cuanto más difícil, más verdadero, pero es un prejuicio falso. Que sea difícil no quiere decir que sea más serio”.
De ciencia y astros
Desde la ciencia hay quienes perciben el boom de la astrología con inquietud. El astrónomo Gonzalo Tancredi advierte que si bien “una gran cantidad de la población sabe que se trata de una especie de juego y de actividad social”, la ciencia trata de combatir las pseudociencias, es decir, las creencias sin base científica.
Según Tancredi, la única respuesta frente a esto es la educación. Subraya que la astrología está basada en “ideas obsoletas, como el geocentrismo” (la Tierra como centro del universo), y en el desconocimiento de los avances científicos. “La construcción de los signos zodiacales está basada en las observaciones de Ptolomeo de hace más de 2.000 años, y hoy en día la ubicación que tienen las constelaciones zodiacales no se corresponde con las que tenían hace 2.000 años, por un fenómeno que se conoce como la precesión de los equinoccios”. El astrónomo afirma que la correlación que existe entre la fecha de nacimiento de una persona y los rasgos de su personalidad está más bien dada por fenómenos sociales o hasta alimentarios, pero no por la influencia de los astros. “No es lo mismo que un niño nazca previo al invierno que previo al verano; se pueden encontrar ciertas relaciones, pero existen una cantidad de estudios que muestran que no hay ningún tipo de asociación entre la ubicación de los astros y consideraciones de la personalidad de una persona”.
Por su parte, el profesor Luis Goncalves Boggio señala que la astrología no tiene una base empírica que justifique su uso como herramienta predictiva o de análisis personal. Desde la psicología, la astrología “no es siquiera un ‘arte’ que se acostumbre a consultar en el marco de un proceso psicoterapéutico ni forma parte de la currícula de formación de los futuros psicólogos y psicoterapeutas”. Según el psicólogo, fenómenos como el efecto Forer o sesgo de confirmación (tendencia de las personas a aceptar descripciones generales como si fueran altamente específicas y personalizadas) explican la influencia de la astrología en las personas. “El alivio psicológico que les produce a muchas personas intentar conjurar un padecimiento (de salud, amor, laboral) puede ejercer una influencia significativa en sus vidas”, plantea. En su opinión, la astrología provoca “conjeturas aleatorias que por saturación temática terminan ‘acertando’, cuando lo hacen, por el propio determinismo del azar y de la ‘saturación temática universalista’”.
Sin embargo, lejos de correr por un carril opuesto, los avances científicos podrían, paradójicamente, explicar el auge de la astrología. Massonnier señala que “el interés por lo no comprobado científicamente es, indudablemente, una tendencia de nuestro tiempo”. Plantea que la sociedad se muestra abierta a considerar posibilidades que la ciencia actual todavía no ha avalado. “La clave está en este concepto: todavía. En las últimas décadas ha surgido con mucha fuerza información que proviene de la investigación en diversas áreas. Se dispone de datos concretos que involucran aspectos que antes estaban en el terreno de la experiencia humana, pero todavía no tenían explicación. En este contexto, ¿por qué no estar dispuestos a considerar aquello que todavía no está avalado por la ciencia pero podría estarlo más adelante?”.
Massonnier compara la situación con el tiempo en que los seres humanos creían que la tierra era plana por falta de “otra información”. “Hoy se comprende que hay muchas creencias que no se pueden dar por definitivas. Estamos intuyendo un futuro que nos va a proporcionar fundamentos en terrenos que hoy son incomprensibles a través de la razón. Aquí surge la astrología y tantas otras áreas, tal vez aún algo misteriosas pero potencialmente explicables a futuro”.
Ante esta posibilidad, Tancredi es categórico: “No es que no esté científicamente comprobado; es que no hay posibilidades de que se compruebe científicamente porque las hipótesis están erradas. O sea, pensar que un planeta o una estrella pudo afectar a una persona es científicamente incorrecto”. La astróloga Valeria Fernández defiende que la astrología no es una ciencia, sino “un arte y un lenguaje”, y que quienes la cuestionan “es porque nunca se acercaron a un astrólogo, y también está bien”. En esa línea, apunta que “no hay que creer” en ella porque no es una religión. En cambio, se trata de “saber o no saber, estudiar o no estudiar”.
Reyes, por su parte, entiende que filosóficamente “el ser humano necesita más que ciencia”, ya que hay preguntas que, justamente, la ciencia no puede responder. “Hay preguntas cuyas respuestas no son pasibles de ser fundamentadas empíricamente. Y el ser humano se nutre del conocimiento científico, falsado, pero las preguntas por el sentido de la vida no son falsables”. La ciencia, dice, provee soluciones, y el conocimiento obtenido a través de ella trajo progreso y mejora en la calidad de vida. Las preguntas del ser humano, sin embargo, no son solamente empíricas, y muchas de ellas tampoco tienen respuesta concreta.
Lo cierto, concluye Massonnier, es que quienes antes se ubicaban en el terreno de lo absolutamente tangible hoy se animan cada vez más a exponer sus intereses o curiosidad hacia lo que —por ahora— es menos tangible: “Se vive un camino amplificador, tanto para creer en lo invisible como para abrirse a comunicarlo”.
Sol, luna y vida natural
Agricultura y astronomía han estado desde siempre interrelacionadas. El ciclo de las estaciones determina las decisiones en el sector y el comportamiento de los animales está regido por “el momento de la Tierra en torno al Sol”, explica el astrónomo Gonzalo Tancredi. “De todos los seres vivos, la principal fuente de energía es el Sol; empezando con las plantas, con todo el fenómeno de la fotosíntesis”, subraya.
La Luna, por otra parte, explica fenómenos como las mareas, que cambian los niveles del mar a lo largo de los días. Ahora, si el Sol y la Luna tienen su efecto sobre la naturaleza y los seres vivos, ¿por qué no pensar que los astros pueden influir sobre las personas? “A nivel más micro, muchas veces se habla de fenómenos asociados a la Luna que podrían afectar el comportamiento de la gente. Eso ya es más cuestionable”, agrega Tancredi. Sostiene que la Luna sí impacta en la vida animal y ha influido en el ser humano debido a su iluminación. De todas formas, la influencia sobre la vida natural, dice, se limita al Sol y la Luna, pero no al resto de los cuerpos del sistema solar. “Las afectaciones, por ejemplo, de los otros planetas, del sistema solar, empezando por Venus, Marte y Júpiter, son despreciables totalmente. Una de las cosas que decimos en términos de la astrología es que la atracción gravitatoria de una partera que está con el bebé al momento del nacimiento es más relevante que la de un planeta distante”.