Los resultados indican que la música facilita la interacción social ya que genera oportunidades de imitación, sincronización y coordinación de movimientos. Contribuye al desarrollo de la función psíquica de la voz y la flexibilización del desarrollo de células musicales en motivos y figuras más complejas.

Según el docente la música también tuvo un efecto más eficiente que las órdenes, pedidos y reprimendas verbales en la contención de movimientos agitados y agresivos.

En el estudio, a cargo de Daniel Camparo Avila, participaron con frecuencia semanal cinco niños entre cuatro y nueve años, durante un año. A través del registro de las 20 sesiones que implicó el estudio, Camparo microanalizó el empleo de la improvisación musical, el juego musical y la recreación de canciones a los que posteriormente les incorporó estudios de caso individuales que utilizaron las categorías de la Evaluación Psicoanalítica.

El objetivo de esta investigación fue evaluar si la musicalidad de niños y niñas con autismo puede ser abordada por el uso de canciones como mediadores terapéuticos que se relacionen con su identidad sonora e instauren un campo posible para el surgimiento de movimientos expresivos y procesos de subjetivación e interacción.

Camparo subraya que una de las dinámicas que produjo interacciones sociales más intensas fue la construcción a nivel grupal de narrativas a partir de temas e ideas musicales propuestos por los/as niños/as.

Concluye que a pesar de poder ser perfeccionada con especializaciones técnicas y recursos materiales adecuados, la música puede ser una herramienta accesible tanto a los profesionales vinculados al tratamiento y escolarización de niños y niñas con autismo, como a los padres y familiares. La canción, a su vez, puede ser incorporada a distintas técnicas terapéuticas y educativas.