Betty Weis y Mónica Olaza protagonizan la presentación audiovisual de una investigación realizada por los 300 años de Montevideo. En 22 minutos de montaje ágil, los testimonios de vecinas y vecinos de distintos barrios dialogan en contrapunto con el lenguaje académico. Se entrelazan experiencias personales con dimensiones sociohistóricas, sociales y culturales del territorio. El resultado es un recorrido que narra cómo cambiaron las sensibilidades y los imaginarios barriales, los procesos de resistencia, las acciones para mejorar la vida y el lugar que ocuparon —y ocupan— el Estado y las políticas públicas desde los años 60 hasta hoy.
Suena música instrumental, melancólica, mientras el relato nos sitúa en las décadas del 60 y 70. La dictadura aparece como un mojón en el camino hacia el individualismo y el repliegue puertas adentro. En la intención deliberada de quebrar el lazo social, se pasa del “barrio solidario” al “barrio silenciado”. En respuesta al “ahogo de lo colectivo” y al “silenciamiento de la vida”, surgen iniciativas comunitarias para mejorar el entorno.
Con los 90, dicen, el neoliberalismo impulsado por el gobierno provoca el cierre de fábricas, crece la fragmentación social y aumentan los asentamientos irregulares. En otros puntos de la ciudad se multiplican los comercios en torno al shopping, cuya instalación se percibe como el inicio del desalojo de casas habitadas por vecinos. Sin embargo, emergen políticas de descentralización, como el presupuesto participativo, que aportan a la resistencia de lo comunitario.
Con la crisis de 2002, se activan experiencias de solidaridad y ayuda mutua: el trueque, las ollas populares, las huertas comunitarias.
Hoy, en la hipermodernidad, plantean que el barrio se habita desde la distancia. Los vínculos son más débiles. Se agravan las exclusiones por clase, género, origen y edad. Proliferan las rejas, las cámaras, y la narcoviolencia tensiona algunos territorios. En otros, las casas ceden lugar a edificios y entonces, “donde antes llegaba el sol, ahora hay sombra”.
En los minutos finales, las docentes identifican espacios y redes que aún sostienen los vínculos locales. En algunos barrios, los clubes —como los de tenis— cumplen ese rol. “En otras zonas, los varones, aunque no solo ellos, se vinculan a través de clubes deportivos”. Y en los barrios más desfavorecidos, destacan mujeres con gran capacidad de lucha para transformar las condiciones de vida de su entorno.
El video no es un repaso histórico. Es, más bien, una invitación a reconocer que el barrio cambió, que lo colectivo se replegó, pero que, 300 años después, persisten memorias, afectos y prácticas de resistencia.