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Mujeres migrantes: Riesgo y oportunidad

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El jueves 22 se realizó la mesa de diálogo «Mujeres migrantes, refugiadas y apátridas», cerrando el ciclo de actividades que organizó el Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio (SCEAM), para conmemorar el Mes de la Mujer. Las participantes indicaron que la migración transforma las relaciones de género, y pusieron en duda que Uruguay sea un país «de brazos abiertos».

Participaron Alba Goycoechea, consultora en temas migratorios y encargada de la Organización Internacional para las Migraciones en Uruguay; Susana Rostagnol, antropóloga e investigadora en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE); Pilar Uriarte, investigadora responsable del Núcleo de Estudios Migratorios y Movilidad de Poblaciones de la FHCE; Martina Iribarne, estudiante de la FHCE y participante del proyecto «Construyendo redes de diálogo entre mujeres migrantes que llegan al Uruguay»; y Hendrina Roodenburg, fundadora de la red de apoyo a personas migrantes Idas y Vueltas.

Goycoechea explicó que durante mucho tiempo hubo «ceguera de género» en el estudio académico de las migraciones. Se analizaba «con un sesgo androcéntrico y economicista que impedía ver los factores estructurales y sociosimbólicos responsables de las desigualdades de género en ese fenómeno». En la década de los setenta se comenzaron a diferenciar sus componentes, dando cuenta de que «la mujer ya no era solo una acompañante del migrante hombre».

Según los organismos internacionales, en 2015 el total de migrantes en el mundo llegaba a 244 millones de personas. Actualmente la mitad son mujeres, indicó Goycoechea, y esa proporción aumentó en los últimos años. En América Latina, donde se verifica una fuerte migración interregional, 16 de 20 países presentan una prevalencia mayor de mujeres migrantes, señaló. En tanto, las mujeres que emigran de la región del Caribe tienen Estados Unidos como principal destino.

Para el caso de las mujeres el fenómeno migratorio tiene «particularidades que deberían preocuparnos: seis de cada diez mujeres son víctimas de violación en su ruta hacia Estados Unidos, según informes internacionales», destacó. «Las relaciones de género determinan y son determinadas en cada uno de los pasos del ciclo migratorio, desde los motivos por los cuales las mujeres migran, las rutas por las que transitan, y las particularidades que tiene su inserción en los países de destino». Goycoechea indicó que desde la academia la migración debería analizarse considerando las relaciones de poder, los roles y estereotipos de género, las dinámicas de funcionamiento de los hogares llamados transnacionales, así como las redes de cuidado. También debería interesar qué pasa en los mercados de trabajo y cuáles son las redes sociales que amparan al migrante, y a nivel macro se debe observar cómo los sistemas económicos determinan la división social y sexual del trabajo.

La migración influye en las relaciones de género para perpetuar las desigualdades y los roles tradicionales, indicó, pero también para desafiarlos y cambiarlos. Al migrar «la mujer adquiere nuevos roles, es por ejemplo proveedora de ingresos, toma mayor participación en las decisiones de la comunidad y genera autonomía de las viejas figuras patriarcales». El fenómeno impacta en los modelos de familia, en la edad del matrimonio, en tasas de fecundidad, y en la expectativa de educación en las niñas, entre otros aspectos. «La decisión de migrar puede representar un ejercicio de oportunidades, de autonomía, de empoderamiento», pero también supone la exposición a los riesgos que se le asocian: «trabajos mal pagos, falta de reconocimiento de competencias y calificaciones, doble discriminación como mujer y como migrante, distintas formas de explotación y de abuso».

Rostagnol se refirió a la trata de mujeres y contextualizó el tema en base al informe del Observatorio Latinoamericano Contra la Trata y Tráfico de Personas ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En el Capítulo Uruguay del Observatorio trabajan la FHCE, la Facultad de Psicología, y dentro de la sociedad civil la Asociación El Paso, Gurises Unidos, Juventud para Cristo y CasAbierta. La trata, explicó, «es el coptamiento, traslado y explotación o uso abusivo de una persona, sin embargo a veces estos elementos no se presentan tan claros. Por ejemplo, la coptación no necesariamente es secuestro, sino que se puede hacer mediante engaños o toma formas más sutiles y se habla hasta de cierta forma de consentimiento de la víctima». Los Estados tienen muy poca información sobre el fenómeno de la trata, por tanto, el informe del Observatorio recoge datos de aquellos casos que pudieron ser judicializados o que estuvieron registrados oficialmente. Entre 2010 y 2014, en 14 países que llevaban registros se detectaron 13.166 víctimas de trata, de esas personas el 78% son mujeres y el 22% restante son hombres. Desde el punto de vista etario, la mitad son menores de 18 años. Las actividades o finalidades de la trata generalmente son la explotación sexual y laboral: en el caso de las mujeres la explotación es mayoritariamente sexual, mientras que para los hombres es laboral.

Más desigualdad

Desde el Observatorio, uno de los retos que las sociedades deben enfrentar para esta problemática son las causas estructurales que hacen que exista la trata. Rostagnol hizo hincapié en los factores socioeconómicos, pues «en los países donde existe una alta informalidad y un porcentaje elevado de trabajo ilegal o en negro, es más fácil que haya trata». La pobreza y la desigualdad son elementos importantes porque es generalmente en las poblaciones más pobres donde se obtienen o coptan las personas a ser tratadas. Esto también determina que en el caso de la explotación sexual el que paga principalmente es una persona con altos recursos económicos, entonces «la existencia de desigualdad es fundamental para la existencia de la trata, y nuestro continente es el más desigual de todos, de modo que eso favorece la trata».

Dentro de los factores socioeconómicos, Rostagnol destacó la globalización, desde la dimensión económica y de los medios de comunicación, y el crecimiento de las migraciones. Asimismo, hay factores socioculturales muy influyentes como la violencia basada en género y su naturalización, que hace que casi el 80% de las personas tratadas sean mujeres. Al mismo tiempo, la invisibilización de esta violencia, producto de su naturalización, favorece que los hechos de violencia no sean observados con la entidad que merecen. Otro factor es la legitimación de la explotación y el mercado sexual, de un panorama «sexoerótico» que está instalado en los medios de comunicación y en la manera en que nos relacionamos como algo que sucede y que a la mujer le gusta. Por otro lado, también está el factor de la familia, las organizaciones y dinámicas familiares: el altísimo índice de violencia intrafamiliar, que existe en todos los países latinoamericanos e incluye relaciones incestuosas y otras formas de violencia sexual, hace que un grupo importante de chicas víctimas de estos abusos escapen de sus casas a vivir en la calle, y es así que «fácilmente entran en relaciones de explotación sexual comercial».

Por último, los factores institucionales que refieren a la presencia estatal débil en los puestos migratorios y los controles de trabajo, y la corrupción en todos los niveles y áreas del Estado que otorga impunidad a los tratantes. En general, los países no tienen el presupuesto y la capacitación, y quizá ni siquiera la voluntad política, para poder enfrentar el crimen organizado de la manera necesaria para terminar con la trata. Tampoco han logrado desarrollar adecuadamente los programas y protocolos para restituir los derechos de las víctimas: faltan programas educativos, de reinserción laboral, de acceso a la justicia y protección de testigos, y protocolos que no impliquen, por ejemplo, que una víctima de trata sea expulsada a su país de origen sin tener en cuenta los riesgos que corre al volver. «Es muy difícil restituir un derecho cuando las víctimas de trata son personas que están muy desestructuradas y deshechas», concluyó.

Iribarne y Uriarte expusieron sobre su experiencia de trabajo en torno el fenómeno migratorio en Uruguay, que desarrollan desde 2012 integrando investigación, enseñanza y extensión. Desde un principio, pretendían estudiar las especificidades del fenómeno migratorio en el contexto de una reversión del saldo migratorio en Uruguay. Frente al aumento del ingreso de personas y al desconcierto o desconocimiento general, «empezamos a querer saber qué pasaba con esos migrantes que llegaban». Esto las llevó a establecer diálogo con organizaciones sociales y algunos actores del Estado que estaban recibiendo migrantes e intentando construir agenda y política para la inmigración en Uruguay. «Encontramos un Uruguay con un desarrollo bastante importante de las políticas sociales, pero con una imposibilidad de pensar políticas que tuvieran una especificidad en el tema migratorio», afirmó Uriarte.

A partir de esto, su línea de trabajo se basó en pensar: qué significa ser un migrante en Uruguay, qué desafíos implica y qué desafíos implica específicamente ser un migrante regional, caribeño, afrocaribeño o que proviene de «un lugar que nadie imagina cómo es», como pueden ser aquellas personas que provienen de África y Oriente Medio y «se encuentran con un Uruguay que se piensa europeo, blanco, y de brazos abiertos, pero no es el Uruguay que estas personas encuentran». En ese marco, las investigadoras desarrollaron varias líneas de extensión: trabajaron con alfabetización digital dentro de FHCE; apoyaron al Centro de Lenguas Extranjeras en la implementación de cursos de español como segunda lengua para población migrante; trabajaron con el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional para pensar ofertas de formación apropiadas para los migrantes; y en una línea vinculada a vivienda identificando los problemas más «candentes» en el acceso a la misma.

La voz de las mujeres

En todo este proceso, notaron que siempre dialogaban con migrantes varones, aún cuando querían trabajar con problemas que afectan fundamentalmente a las migrantes mujeres, entonces decidieron construir herramientas y espacios de participación para ellas a modo de pensar las especificidades de ser mujer, «no solo desde la perspectiva migratoria, porque si bien hombres y mujeres migrantes tienen mucho en común, mujeres nacionales y extranjeras también pueden tender lazos de trabajo conjuntos y compartir experiencias». De ahí surgió Mujeres de Todos Lados, que es un espacio integrado exclusivamente por mujeres: cuatro uruguayas estudiantes de Antropología y un grupo de entre 10 y 20 mujeres que provienen de República Dominicana, Perú, Cuba, Venezuela y Haití. Desde el comienzo, lo definieron como «un espacio de construcción colectiva, que genera un terreno fértil para que surjan posibilidades de problematizar trayectorias y situaciones que están marcadas por la intersección entre ser mujer y ser migrante». Actúan y militan en colectivo frente a problemáticas específicas que las migrantes proponen en ese espacio, sobre todo ante cuestiones vinculadas con la particularidad de ser mujer. Muchas migrantes que asisten a ese espacio ya están insertas en la sociedad y tienen más experiencia, entonces «generan una vía alternativa de integración y actúan como colchón o articulador para otras mujeres que van llegando».

Roodenburg reflexionó sobre las diferencias entre hombres y mujeres migrantes: «cuando un hombre parte y deja a la familia recibe aplausos porque es un héroe que se sacrifica, cuando una mujer lo hace es una mala madre», expresó. Sin embargo poco se piensa en el sufrimiento de esas madres, que viven historias muy crudas, muchas veces en soledad. Las mismas diferencias se perciben cuando el hombre cría un hijo solo: «recibe aplausos de todo el mundo, pero cuando una mujer cría sola uno, dos o tres, no hace nada más que el deber que le corresponde, nadie la va a felicitar por esa labor».

Explicó que cuando algunas mujeres de una colectividad de migrantes se dedica a la prostitución, «se piensa que toda la comunidad se dedica a eso», una situación como esa se dio en Uruguay con la comunidad dominicana, y así se difundió en notas de prensa. Dijo que la instalación de ese prejuicio resulta muy molesta para las mujeres de esa comunidad, que se sienten discriminadas y presionadas. Roodenburg se refirió a la violencia que sufren las mujeres migrantes, aseguró que «el acoso a las mujeres migrantes está a la orden del día». Puso como ejemplo una situación en la que varias mujeres que compartían un festejo, e incluso una niña, fueron acosadas sexualmente por la misma persona. Si bien la policía respondió, las denuncias no llegaron a la fiscalía, y cuando las migrantes acudieron directamente a la fiscalía, la gestión no tuvo los resultados esperados.

La coordinadora de Idas y Vueltas señaló que la problemática se relaciona con la ubicación de mujeres migrantes en refugios del Mides, porque son acosadas allí mismo. Muchas veces no tienen las mismas posibilidades de defenderse que una ciudadana uruguaya, no saben a quién recurrir, no tienen familia ni referentes, por eso «tiene que haber políticas específicas dirigidas a esta población. Se nos dice que hombres y mujeres son lo mismo en todo el mundo, pero eso no quiere decir que tienen las mismas necesidades cuando llegan a un país diferente», puntualizó.

En su vida cotidiana las mujeres migrantes también sufren violencia intrafamiliar, y muchas llevan una vida sumamente «sacrificada y aburrida». Tienen jornadas laborales muy largas, cocinan y realizan las tareas de limpieza en sus viviendas, y no se permiten ningún gasto fuera de lo necesario, envían todo el resto de su salario a su país de origen, «sienten que están traicionando a su familia si se permiten algo», explicó. En medio de ese panorama hay espacio para el empoderamiento de las mujeres migrantes, indicó Roodenburg. Como ejemplo refirió la experiencia que se da en una pensión del centro de Montevideo, donde los inmigrantes tuvieron varias dificultades. Las mujeres que viven allí se hicieron cargo de reclamar sus derechos, impidieron desalojos y están participando de una comisión que se creó para abordar la problemática de las familias que allí se alojan. «Duele muchísimo que Uruguay siga recibiendo así a la gente», indicó Roodenburg.

Las mujeres migrantes también relatan que es sumamente difícil «hacerse con una amiga que no es de su colectividad, eso pasa a todos los niveles culturales de la sociedad en Uruguay, lamentablemente». Cuestionó la idea de «una sociedad “de brazos abiertos”. Podríamos pensar un poquito más en todo esto», concluyó.

Fuente: http://universidad.edu.uy/prensa/renderItem/itemId/41861/refererPageId/…

 

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Publicado el Martes 3 Abril, 2018

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