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“El despertar psicodélico”: una oportunidad para nuestra salud mental"

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Temática
Salud Mental
Medio
La Diaria
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Medio digital
Conductor/a - Periodista
Gustavo Robaina
Fecha
FUENTE
https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2021/11/el-despertar-psicodelico-una-oportunidad-para-nuestra-salud-mental/

En los primeros 20 años del siglo XXI, Uruguay ha atravesado transformaciones que lo desafían a tomar decisiones para seguir apostando a un futuro en comunidad. Algunos indicadores respecto de la salud mental de la población uruguaya prenden las alarmas en los organismos públicos, en la academia y en la sociedad. Nos encontramos atravesando una pandemia con daños humanos irreparables y secuelas económicas y sociales profundas a causa de las medidas de aislamiento social, que repercuten de forma negativa en las personas. En 2020 se suicidaron 718 personas, con lo que se llegó a una tasa de 20,6 suicidios cada 100.000 habitantes.1 En particular, la tasa de suicidios en jóvenes y adolescentes aumentó 45% respecto del año anterior. De acuerdo con el informe de la Organización Panamericana de la Salud para Uruguay, los trastornos mentales representan un tercio de las enfermedades no transmisibles que revisten discapacidad. Este proceso evidencia el deterioro en materia de salud mental de un número creciente de personas, que se manifiesta a través del incremento en los índices de suicidio y de los trastornos por depresión y ansiedad, así como en el aumento del uso problemático de drogas legales e ilegales,2 especialmente en los sectores más desfavorecidos y las personas privadas de libertad.3

Si bien estos procesos se han puesto de manifiesto en esta coyuntura tan particular, quizá evidencien tensiones propias de los vertiginosos cambios que estamos viviendo, de los cuales podríamos perder perspectiva y para los que necesitamos soluciones innovadoras y profundas. Las sustancias psicodélicas como la dietilamida de ácido lisérgico (LSD) contenida en el cornezuelo de centeno, la psilocibina contenida en hongos como la Amanita muscaria y la ibogaína contenida en la planta iboga, así como la dimetiltriptamina contenida en la ayahuasca y la mescalina proveniente del peyote y el san Pedro, están siendo estudiadas por sus potenciales terapéuticos en múltiples afecciones de salud mental. Varias universidades han creado centros de investigación dedicados a psicodélicos. En Estados Unidos, el estado de Seattle ha suspendido las penas para tenencia y uso de psicodélicos, y Oregón y New York se aprestan a brindar tratamientos terapéuticos basados en la psilocibina. Los resultados de las investigaciones y la experiencia documentada son prometedores para considerar seriamente su utilización en nuestro país.

En este último tiempo Uruguay ha atravesado una de las mayores crisis económicas de su historia, al inicio del siglo XXI. El deterioro económico y social del país se agudizó de la mano de la crisis regional, y exhibió los altos niveles de dependencia del país y la precarización de una parte importante de la población. La salida de dicha crisis introdujo a Uruguay en un cambio profundo a nivel de vida y bienestar de la ciudadanía, con impacto en nuestras condiciones materiales y subjetivas.

Pero no sólo cambiaron las condiciones materiales de las personas. También se están procesando transformaciones subjetivas a través del desarrollo de nuevos arreglos familiares e individuales.4 La mayor incorporación de las mujeres al mundo público, junto con la legislación de protección de derechos ante la discriminación sexual, étnica y religiosa, entre otras, son algunas de las transformaciones más relevantes en las últimas décadas. El despertar de la libertad y el quiebre de los prejuicios respecto de la identidad sexual y los roles de género tradicionales nos han sumido en una experimentación sexual, afectiva e identitaria, en busca de la felicidad y la autenticidad. Estamos procesando una nueva transformación en la sensibilidad con el fortalecimiento de la autonomía, la diversidad y la libertad. Sin embargo, estos procesos no están exentos de costos humanos; el aumento del nivel de violencia hacia las mujeres y un recrudecimiento de los conflictos interpersonales son algunos de los que estamos viviendo. Además, cada vez somos más conscientes de las situaciones de abuso y violencia con las que muchas personas se desarrollan durante la infancia y la adolescencia y las consecuencias que esto acarrea en la salud mental y la demanda de atención psicológica y tratamientos.

El desarrollo acelerado de internet y las redes sociales ha posibilitado el acceso a una infinidad de contenidos académicos y artísticos en sus más diversas y variadas manifestaciones, así como la posibilidad de ser prosumidores (productores de símbolos, imágenes y contenido personal) de construir comunidades virtuales. No obstante, con el incalculable beneficio democratizador de la conectividad devino la mediatización de la vida cotidiana, con riesgos y consecuencias negativas para la salud mental, especialmente en adolescentes.5 El consumo de información también es acompañado por el consumo de sexo, violencia, política, religión, así como de bienes y servicios nacionales e internacionales. La profundidad de los cambios es tal que nos encontramos transitando una revolución tecnológica que está cambiando las relaciones laborales y de producción, con las consiguientes incertidumbres y desplazamientos.

A finales del siglo pasado, el uso recreativo de drogas ilegales estaba concentrado en las élites educadas y pudientes. En este siglo, el mayor acceso a estas drogas y sus adulterantes producto del prohibicionismo ha permeado todos los sectores sociales y ha generado consecuencias desiguales: mientras un sector de la población hace un uso recreativo de drogas como el alcohol, el cannabis, drogas de síntesis y la cocaína, en otro sector, estas drogas se han capilarizado sobre un tejido social que exhibe fuertes vulnerabilidades, lo que ha generado consecuencias devastadoras en algunos casos, como en el de los usuarios de pasta base de cocaína, en parte debido al filoso corte de clase de la división del trabajo en el mercado de drogas ilegales, en el que las personas más pobres han quedado ubicadas en los últimos eslabones de la cadena como escudos humanos. Buena parte de los jóvenes que se han involucrado en los circuitos ilegales ha tenido como destino la cárcel o la tumba. Nuestro país tiene de los índices de prisionización más elevados de Latinoamérica, y también ha visto un aumento significativo de muertes violentas a causa de ajustes de cuentas vinculados al mercado de cocaína o pasta base. Nuestras cárceles están abarrotadas de jóvenes pobres condenados por su involucramiento en redes de microtráfico. En 2000 el número de personas privadas de libertad era de 4.369; al finalizar 2021 el número de personas está próximo a llegar a los 14.000, un aumento de 220%.6

Otro sector de la sociedad también está desarrollando usos problemáticos de drogas, con independencia de su nivel socioeconómico. Pero ¿estos usos problemáticos se generan sólo con relación a las drogas? ¿La compulsividad en el consumo, en la alimentación, en los juegos o en el sexo no forma parte de un mismo patrón de conducta? ¿Qué pasa en la sociedad con estos fenómenos?

Es necesario aventurar preguntas que nos permitan pensar distinto los problemas actuales. ¿Cuánto del deterioro de los indicadores sociales y psicológicos se debe a las exigencias, los valores y las expectativas de la vida contemporánea? ¿Cuánto al conflicto entre el deber ser y el querer? ¿O a la transformación de las instituciones estructurantes de la vida, así como a la necesidad de reconocimiento, amplificada por la mediatización de la cotidianeidad? ¿Cuánto se debe a la mayor disponibilidad de drogas, cuyo consumo en parte recae en personas que luego desarrollan usos problemáticos? ¿Cuántos de estos fenómenos se agudizan en situación de pobreza y vulnerabilidad? ¿Estos procesos podrían estar relacionados con el aumento en los niveles de ansiedad, de uso problemático de sustancias y de depresión, de los cuales el peor de los desenlaces es el suicidio o una vida dependiente de psicofármacos y terapias?

Una hipótesis posible es que parte de estos problemas de salud mental, hasta ahora tratados con independencia, tengan en común un evento traumático, una herida afectiva –de la cual se puede ser consciente o no– para la cual se desarrollan “estrategias de afrontamiento” que producen síntomas físicos y psíquicos (angustia, ansiedad, miedo, entre otros). Estos procesos se podrían entender como una “automatización de patrones evitativos”, para los cuales los tratamientos psicológicos y farmacológicos hasta ahora exhiben limitaciones, en muchos casos, para su resolución en el corto plazo. Ejemplos de experiencias que podrían configurar eventos traumáticos pueden ser situaciones de abuso en la infancia, la exposición a violencia intrafamiliar, el bullying, el acoso o la violación, que dejan “marcas” en las personas que luego podrían manifestarse a través de conductas evasivas. En otros casos tendrá que ver con predisposición biológica o patologías de salud mental para las cuales los tratamientos actuales y la investigación futura deben seguir avanzando. Pero es posible que, para un conjunto de personas, los tratamientos con psicodélicos representen una gran oportunidad.

Para el caso del LSD y la psilocibina, las investigaciones datan de la década de 1950, con su interrupción debido a su inclusión en las listas de sustancias prohibidas en 1971. Actualmente la investigación clínica con LSD a nivel mundial se ha documentado como potencialmente efectiva y segura, con importantes efectos positivos a corto plazo en pacientes para varias afecciones psiquiátricas, en particular para el alcoholismo, el tabaquismo y los trastornos por depresión, ansiedad y enfermedades psicosomáticas, así como para trastornos por consumo de heroína y ansiedad por enfermedades potencialmente mortales.7 Otro estudio, basado en el análisis de 34 ensayos clínicos controlados, analiza el potencial de los psicodélicos, principalmente la psilocibina. Se documentaron cambios duraderos en la personalidad y las actitudes con relación a la depresión, la espiritualidad, la ansiedad, el bienestar, el abuso de sustancias. Los principales predictores de efectos positivos a mediano y largo plazo fueron las experiencias místicas y el aumento de la conectividad neuronal (entropía neuronal).8 A nivel de tratamientos con ayahuasca, sus usos tradicionales y rituales son de larga data en contextos de la selva amazónica. Además, existen experiencias de centros privados, como el Centro Takiwasi en Perú o la Iglesia del Santo Daime en Brasil, entre muchas otras. Pero también se han publicado prometedores estudios científicos con ayahuasca para la prevención del suicidio.9

En nuestro país se ha conformado un núcleo interdisciplinario sobre psicodélicos llamado Arché,10 dentro del cual se están desarrollando investigaciones respecto del uso y el potencial terapéutico de la ayahuasca para el tratamiento de adicciones, estudios preclínicos relacionados con la ibogaína en conjunto con el Instituto Clemente Estable, así como sobre el potencial de la psilocibina para el tratamiento de la depresión, entro otros trastornos de salud mental. Recientemente el equipo de Arché publicó un artículo científico en la Revista Uruguaya de Psiquiatría con el título “¿Es posible desarrollar investigaciones clínicas utilizando sustancias psicodélicas en Uruguay?”.11 Meses atrás el mismo equipo presentó un estudio observacional para el tratamiento de adicciones basado en ayahuasca, así como una caracterización química de un conjunto de muestras en nuestro país.
El despertar psicodélico es una poderosa oportunidad de ofrecer otra herramienta terapéutica para las personas que busquen experimentar mayores niveles de bienestar, que redunden en mejoras de la salud mental.

De la mano del quiebre del prohibicionismo vinculado con las drogas afloran la investigación y la experiencia de estas sustancias, hasta ahora clasificadas como “sustancias peligrosas y sin potencial terapéutico”. El despertar psicodélico se nos presenta como una poderosa oportunidad de ofrecer otra herramienta terapéutica para las personas que busquen experimentar mayores niveles de bienestar, que redunden en mejoras de la salud mental. Si las conductas adictivas o evasivas representan el escudo con el cual las personas enfrentamos los desafíos de la contemporaneidad, los psicodélicos podrían contribuir a una mayor conexión de la persona con su “trauma” para ayudar a resolverlo a través de la inhibición de la “red neuronal por defecto” (asociada con la memoria autobiográfica y de sí mismo), lo que se denomina “disolución del ego”, y permitirían procesos de aceptación, perdón y gratitud, de la mano de mensajes positivos transmitidos a través de música, imágenes y la cosmovisión que los acompaña, con ayuda de psicoterapia profesional para realizar la integración de la experiencia en la vida de los pacientes. A esto último se le denomina el setting de las experiencias psicodélicas, que además influirán en el resultado final de la terapia. La experiencia psicodélica en sus múltiples manifestaciones podría fortalecer la oferta de tratamientos, siempre y cuando las condiciones de salud física y psíquica de las personas lo permitan.12

Para enfrentar los enormes desafíos que nuestra contemporaneidad nos impone necesitamos apelar a soluciones innovadoras. La búsqueda de la felicidad pública nos impone reconocer lo que nos pasa como sociedad, analizar las consecuencias del modelo económico, social y cultural que generamos y encontrar opciones terapéuticas de calidad, accesibles para toda la población. También es necesario seguir derribando mitos, para acceder a experiencias terapéuticas que han estado prohibidas por más de 50 años por razones alejadas de la evidencia científica.

Gustavo Robaina es licenciado en Trabajo Social y activista en política de drogas.

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