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"El derecho a la ternura"

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Formar hombres más empáticos, con mayor inteligencia emocional y menos violentos
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Conductor/a - Periodista
Patricia Mántaras
Fecha
FUENTE
https://www.busqueda.com.uy/nota/el-derecho-la-ternura

Por algún extraño preconcepto, antes de ver nacer y crecer a mi hijo varón, era más propensa a imaginarlo jugando a ser G. I. Joe y haciendo barricadas en mi casa con sillas que diciendo algo como: “Te amo hasta donde está tu abuelita (el cielo)” (sic). Como si trajera un chip insertado en alguna parte de su anatomía y la crianza no pudiera hacer nada al respecto. Después, nació y todas esas ideas previas se esfumaron. En esos primeros años, con alegría y algo de temor, constaté lo permeable que es al entorno, y cuánto le gusta dibujar corazones y hablar del amor justo antes de hacer chocar estruendosamente dos autitos supuestamente de colección.

La sensibilidad vista como una fortaleza, también en los hombres, puede ser la que cambie las reglas del juego. Cualquiera sabe que nada mejor que conocer los engranajes de un mecanismo para que funcione óptimamente. Conocerse a uno mismo, las emociones propias, lo que lastima más y lo que no duele tanto, es estar más cerca de sobrellevar situaciones adversas, frustraciones, y responder a ellas con mayor inteligencia y menos violencia. Es sacar mejor provecho de la vida, contar con las herramientas para vivirla de la manera más feliz posible. Si les enseñamos a no asomarse en el balcón, a no correr con tijeras y a no abrir la heladera descalzos; si cuidamos tanto su integridad física, ¿cómo es que no se nos hace tan evidente guiarlos para que sepan discernir sus propias emociones, distinguir qué les hace bien y qué les hace mal? ¿Por qué al varón hay que decirle “arriba, arriba, que no pasó nada”, asumir que elegirá la pelota antes que la cocinita (o directamente sesgar su gusto o alterar su cartita navideña), pedir que el paquete vaya envuelto con moña azul? Hacer de cuenta que algo no duele, no significa que no duela. Lo primero es formularnos, como padres, algunas preguntas. Y lo segundo, según los especialistas, es hacernos conscientes de que los niños tienen la misma capacidad emocional que las niñas, y la crianza y el ejemplo es lo que los incentiva a expresarse en ese sentido sin vergüenza y a ser empáticos.

Los niños, las niñas y las emociones. “Hombres y mujeres somos diferentes”, aclara de antemano la doctora en psicología y psicoterapeuta Delfina Miller. No solo el cuerpo guarda diferencias, también la funcionalidad cerebral es distinta. En los cromosomas y hormonas, la constitución física y las aptitudes naturales se apoyan las diferencias mentales que se desarrollarán en acuerdo con las pautas que ofrezca el entorno. “No es lo mismo la constitución sexual, que es determinada genéticamente y que como tal debe de ser respetada, que la identidad de género, que es lo que se adquiere a través de las pautas de crianza que da el entorno, a través de los modelos y especialmente a través de las expectativas y las aprobaciones o reprobaciones de quienes nos acompañan especialmente en nuestra niñez”, explica Miller.

Según la experta, hoy la expresión “los varones no lloran” ya no está tan vigente; se tiende a educarlo de acuerdo a un modelo que toma más en cuenta los afectos, no hace tanto énfasis en una “superioridad que genera una atención casi servil de parte de la mujer”, y se acepta más que el varón no sea violento y que sus intereses puedan ser diversos. Pero esto es únicamente la observación de una tendencia: “Los estereotipos de género, que incluyen una lista de comportamientos y sentimientos casi opuestos entre niña y varón, aún se mantienen”, asegura la experta.

Esa brecha no es solo perjudicial para las mujeres, también lo es para los hombres, y para los niños. “Estadísticamente nos morimos 10 años antes que las mujeres, y en la adultez joven morimos mucho en accidentes de tránsito, en peleas callejeras, de sobredosis. Si uno va a la cárcel, 9 de cada 10 personas que están presas son varones, si vamos a puertas de emergencia, 9 de cada 10 son varones, si vamos a grupos de adictos que buscan ayuda, 9 de cada 10 son varones”, dijo Fernando Rodríguez, licenciado en psicología, docente del Programa de psicología y derechos humanos del Instituto de psicología de la salud de la Facultad de Psicología y miembro del equipo técnico de la ONG Centro de estudios sobre masculinidades y género en una nota publicada en galería en junio del año pasado. Según él: “Ser un hombre diferente es saber cuidarse y no cometer excesos, para con uno mismo primero, para poder estar bien y no cometer excesos con los demás”.

Muchos sostienen que parte del problema está en la división que hay entre los sentimientos y la capacidad/oportunidad de regularlos y expresarlos. Eso contenido, sin herramientas para manejarlo, es lo que puede ser dañino tanto para uno como para otro. “Me alegra que hayamos empezado a criar a nuestras hijas más como a nuestros hijos, pero eso nunca funcionará hasta que empecemos a criar a nuestros hijos más como a nuestras hijas”, dijo la escritora e icono feminista Gloria Steinem.

Hacer a un lado los estereotipos a la hora de educar, permitirle a los varones ser vulnerables, los hace más sensibles, más capaces de identificar las emociones y de lidiar con ellas. En definitiva, los hace personas más complejas. “La sociedad tiene muy marcados sesgos para la educación, y eso hace que se suela aún enfatizar la fortaleza, la agresividad y el pensamiento lógico en los varones y la sensibilidad, la empatía y la expresión emocional en las niñas. Si bien esto tiene un apoyo en las diferencias biológicas, de todas formas suele ser reforzado al punto de creer que si a un niño no le gustan el fútbol, las peleas y el dominio, y prefiere la lectura, el arte y llora con frecuencia, no es suficientemente varonil”, dice Miller. De acuerdo a algunas investigaciones, las madres conversan menos con sus hijos varones que con sus hijas. Según la psicóloga, la educación basada en las individualidades y no tanto en el sexo supone ayudar a niñas y varones a desarrollar por igual su capacidad cognitiva, afectiva y de relacionamiento, respetando que tienen una constitución que marca ciertas diferencias, pero que “de ninguna manera determina que un varón no pueda y deba de ser sensible, o que una mujer no pueda y deba de tener su agresividad”.

Los padres. Algunos estudios demuestran que en la primera infancia, antes de que la educación les indique lo contrario, los varones y las niñas lloran a la par. Aun así, los padres tienden a esperar más de los varones que de las niñas que se levanten rápido al caerse, que no hagan tanto escándalo, si fue solo un raspón. Y se lo manifiestan. Tony Porter, escritor, activista y cofundador de A Call to Men, una organización que atiende temas como la “socialización masculina y su intersección con prevención de la violencia contra mujeres y niñas”, dice que es alrededor de los cinco años que los varones empiezan a percibir de su entorno que está permitido sentir enojo y demostrarlo, pero otros sentimientos no son tan bien vistos. Con el tiempo, eso se va internalizando, las emociones se van reprimiendo y como todo lo que deja de utilizarse, empieza a oxidarse. A los varones con este tipo de crianza no solo se les empieza a dificultar exteriorizar sus sentimientos, también escuchar e interpretar las de los demás en la sutilidad de los matices. Shira Myrow, una terapeuta estadounidense especializada en familia y relaciones de pareja, dice que es frecuente que los hombres lleguen a su consulta con un “gran déficit” en este aspecto. “No conocen el lenguaje para hablar de sus emociones, así que no pueden descifrar lo que su pareja está intentando comunicarles debajo de su reacción emocional”.

¿Los padres hoy están preocupados por criar varones más empáticos, con una mayor inteligencia emocional? Según Miller, se dice más de lo que se hace. “Los padres suelen criar a sus hijos varones de acuerdo a como fueron criados ellos y entonces los quieren ‘bien varoncitos’, lo que no favorece la inteligencia emocional. Esto es un grave error. La inteligencia emocional es la que nos permite no solamente comprendernos mejor al ser más conscientes de qué nos pasa, qué sentimos, por qué lo sentimos y en consecuencia por qué actuamos como actuamos, sino que también es lo que nos habilita a entender mejor a los demás”. De eso se trata, en definitiva, de cultivar la empatía, de darle un espacio más preponderante a los sentimientos. “La afectividad está en la base de nuestro comportamiento y reconocerla nos vuelve más dueños de nosotros mismos, nos permite vivir con más intensidad. No debemos de confundirla con descontrol, con falta de lógica o con dependencia, por el contrario, la afectividad es la que nos permite comprometernos más y mejor, elegir con más fuerza, disfrutar y sin duda también sufrir”.

Si bien las madres suelen ser más proclives a esta educación afectiva en hijos varones y disfrutan más de un hijo sensible, empático y cariñoso, los padres tienden a fomentar en ellos lo que entienden como fortaleza, que suelen asociar a una menor sensibilidad y a una agresividad e impulsividad aumentada con base en lo que marca el estereotipo masculino. Aunque en esto claramente interfiere la personalidad de cada padre, y la experiencia de su propia sexualidad, según Miller lo deseable es favorecer la sensibilidad respetando la expresión diferente en cada sexo. Sin subestimar nunca el poder del ejemplo.

imgLos hombres del futuro. Para formar hijos que experimenten a pleno sus emociones y sepan también regularlas, que sean capaces de manifestarlas, debe haber un hombre en la casa capaz de conmoverse y, llegado el caso, de dejarse ver triste. Un hombre que sea capaz de comprender, de ponerse en el lugar del otro, de abrazar a sus hijos, de reír con ellos o dejarlos llorar en su hombro.

“Lo más importante es el modelo. Si queremos criar hijos sensibles debemos en primer lugar mostrarnos atentos a sus pensamientos y emociones y a las nuestras, preguntar qué sienten y dar como válida la razón de lo que se siente para dar cuenta de un comportamiento”, opina Miller. “Transmitir que sufrir o llorar no nos hace más débiles, sino que, por el contrario, muchas veces nos habilita a encarar eso que nos entristece. Quien no puede sentir tristeza tampoco podrá sentir auténtica alegría, y perdernos esto es casi como perdernos la vida”. A través del llanto se liberan tensiones y angustias que de otra manera quedan reprimidas y haciendo daño. El derecho a llorar debería ser universal.

Varias iniciativas llevadas adelante por hombres se proponen derribar los estereotipos y hablan de una nueva masculinidad. Una de ellas es justamente A Call To Men, cuyo trabajo es visto por la autora y vocera del feminismo Gloria Steinem como “la base de la paz mundial”. 

Existen también otras organizaciones de esta índole, como Good Men Project, una comunidad de hombres que “luchan por ser buenos padres y esposos, ciudadanos y amigos, ser un buen ejemplo en casa y en el lugar de trabajo, y entender su rol en un mundo cambiante”.

Tal vez sea necesario aclarar que no se está hablando de una hipersensibilización, ni de que los varones pierdan ni un ápice los juegos físicos que hasta biológicamente los atraen, sino de fortalecerlos en otros aspectos fundamentales hasta el momento olvidados o reprimidos. “El tema está en regular la afectividad, en permitirle ser una señal que dispare los pensamientos que nos permitirán tener una reacción adaptada y efectiva. La falta de sensibilidad nos empobrece y reduce tanto nuestros intereses como nuestras reacciones. En definitiva, nos reduce a nosotros mismos a pautas de comportamiento rígidas, que lejos de favorecer nuestro crecimiento nos apresan en convicciones que cada vez volvemos más estrechas”, explica Miller.

Es criar varones habilitados a sentir y demostrarlo, que en un futuro podrán ser hombres plenos. Y es también minimizar el germen de la violencia. Enfocarse como padres en ese aspecto en particular es necesario —hasta imprescindible, según los expertos— para efectivizar la equidad de género por la que lucha el movimiento feminista, que necesita también de la mitad masculina de la población para instalarse y que implica, para los hombres, la oportunidad de ser sensibles. “Sin duda eso influirá en cómo tratará a mujeres y a hombres, y en cómo se tratará a sí mismo; en cómo disfrutará y en cómo reconocerá éxitos y fracasos. Incidirá por ejemplo en su elección de pareja y en la forma de llevar adelante esa relación”, agrega la psicóloga. Y concluye que las emociones y el manejo que hacemos de ellas “es lo que nos diferencia como especie”. Un día la sensibilidad será vista como una fortaleza. Esperemos que sea pronto. 

Los juguetes

imgLa división por sexos de la industria de los juguetes está más marcada hoy que nunca, según la socióloga de la San José State University Elizabeth Sweet. “Los fabricantes de juguetes están diciendo, bueno, podemos vender a cada familia un juguete o, si hacemos diferentes versiones dependiendo del género, podemos vender más juguetes y hacer que las familias compren más”, dijo para explicar el fenómeno. Los padres suelen caer en la trampa asociando el juguete con el que juegue el niño con su identidad. Aunque muchos se empezaron a cuestionar ese preconcepto de que si es varón se inclinará por las cajas de herramientas de plástico y los muñecos de acción y si es niña por princesas o juegos de té, sigue siendo difícil encontrar, por ejemplo, una cocinita que no tenga todas sus terminaciones en rosado y ultrafemeninas.

Tan estricto y rígido es ese límite que Lego introdujo su línea Friends, orientada a niñas; como si sus bloques de colores primarios fueran exclusivos para varones. Los nuevos sets, con piezas en colores pastel, se acercan bastante a las actividades que propone Barbie con sus accesorios. La línea vendió el doble de lo estimado por la compañía.

“Los niños naturalmente se interesan por cosas diferentes. Es bueno no cerrar a un niño la posibilidad de jugar con muñecas ni a una niña con autitos. Creo que lo mejor es respetar los gustos de uno y otro e intentar no dejarnos dominar ni por la convicción más tradicional que estipula a qué debe jugar cada sexo, ni tampoco creer que no hay diferencias y pensar entonces que todos somos iguales. Por suerte esto no es así. Somos diferentes y eso es una enorme ventaja, porque nos permite complementarnos”, concluyó la psicóloga Delfina Miller.

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