Envejecimiento y Vejez desde el campo de la psicología social, con especial énfasis en el trabajo con grupos, organizaciones sociales, procesos de de retiro laboral, educación para la tercera edad, participación ciudadana y políticas públicas.
Instituto de Psicología Social
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Estás loca? ¿A tu edad te vas a poner a estudiar?" Las críticas de sus amigas no fueron un freno para que Gloria Segovia (63) empezase la licenciatura en Ciencias Biológicas. Ella es uno de los 240 adultos mayores de 60 años que cursan una carrera universitaria en Uruguay, un poco por encontrar un marco social, otro tanto por pasatiempo, por el placer de estudiar y mucho más por cumplir con esa asignatura pendiente.
Al caminar por los pasillos del edificio de la calle Mataojo ella siente que vuelve a transitar los corredores de la vieja Facultad de Medicina cuando estudiaba allí, hace unos cuarenta años. Mochila al hombro como en su juventud, ingresa al salón con las mismas ilusiones que la primera vez. Todavía se acuerda cómo la examinaban los rostros de sus compañeros, cuarenta años más jóvenes, el día en que se sentó en el banco de clase. "Señora, ¿a quién busca?", le decían. Y ella explicaba que era una alumna más.
Una más pero en algunos aspectos distinta al resto. "Me da la impresión de que los compañeros jóvenes saben mucho más que yo", dice de hombros encogidos y con la convicción de que está "obligada a saber más" por ser mayor. Para ella, la experiencia se traduce en conocimiento y lo debería demostrar en cuanta materia participa.
También nota que es hija de un tiempo en que los esquemas de aprendizaje eran otros. Estudiaba en una época en la que a los profesores se los trataba de usted y en donde la mayoría de los alumnos eran hombres. Aprendió Aritmética con los libros de Rey Pastor o Copetti y no conocía la palabra Internet. Cuando un docente quería pasar una canción en clase lo hacía en los tocadiscos de plástico y todos los pizarrones eran a tiza. Los temas sexuales eran tabú y la forma de abordar a una compañerita de clase (siempre el varón daba el primer paso) era en el baile lluvia de los sábados.
Sin embargo, "los adultos tienen la experiencia, que es una herramienta muy poderosa para aprender conocimientos nuevos", explica la psicóloga Mónica Lladó. Por asimilación, pueden conectar conceptos y profundizar en pensamientos complejos. "Es un prejuicio creer que por la edad no se puede aprender", agrega.
Por eso, a pesar de las diferencias, Gloria mantiene intacto el ánimo de estudiar lo que le gusta. Como le ocurrió alguna vez en Medicina, hasta que la crianza de cuatro hijos y el horario laboral la llevaron a abandonar la carrera en tercer año.
Hoy le era "muy difícil" volver a esta disciplina. Por similitud, por tratarse de una ciencia y "por probar" se anotó en Biología. Que se anotó es un decir, porque en realidad la inscribió el único hijo que aún vive con ella en la casa. Era un "soberano" trabajo ingresar los datos por Internet, admite, aunque sabe revisar correo y navegar.
"Mamá: a vos siempre te gustó estudiar, dale pa`delante", la entusiasmó este hijo que cursa Agronomía. Ese mismo joven, a quien ella ayudó hace algunos años en un trabajo de ciencias del liceo y que le valió la medalla de oro en la exposición final, es una prueba más, dice Gloria, de que puede "estudiar y colaborar con la sociedad".
Claro que ahora es puro disfrute. No tiene las presiones de los más jóvenes. ¿El título? "A lo mejor alguna vez lo obtenga, a lo mejor no. Tampoco sé si de llegar a obtenerlo estaré con la capacidad de trabajar". No le preocupa.
"Cuando uno llega a los 60 años en un estado de salud excepcional y ya tiene resueltas otras adversidades de la vida, quiere concluir ese estudio que quedó postergado", señala la psicóloga.
En el comienzo, las dudas de todos los estudiantes son similares, sin importar la edad: ¿dónde queda cada sector de la facultad? ¿De qué tratarán las materias? ¿Lograré congeniar con un buen grupo de estudio? ¿Podré con las exigencias? Con el correr de los días se van respondiendo estas interrogantes y los miedos van quedando de lado. Gloria, quien arrancó a cursar hace menos de un mes, está pasando por este proceso: "Tengo susto de meter la pata, el miedo a equivocarme en un comentario", cuenta. Una situación que, reconoce, excede a una cuestión etaria.
"CHUPAMEDIAS". Hay dos tipos de estudiantes en la vejez, dice Lladó. Están los adultos mayores que están solos en la vida. Esos buscan en la facultad un marco social. Se los ve con vulnerabilidad y no necesariamente son buenos estudiantes, porque tampoco es su prioridad. "Tiene que ver con una reformulación del proyecto de vida: `Ahora quiero algo distinto para mí`", explica la psicóloga. Los otros son los alumnos modelos. Esos que los profesores quieren tener en clase porque llegan con todo el material leído y con fundamentos académicos para discutir. Esos que, en la jerga juvenil, son catalogados de "chupamedias". Llegan a la universidad decididos a estudiar. Muchos ya han cursado otra carrera o incluso poseen un título profesional. Son vocacionales y el estudio los "revitaliza".
Francisco Cirimello (69) pertenece a este segundo grupo. Fue médico cardiólogo durante décadas en Artigas, hasta que hace cinco años le llegó la hora de jubilarse. "¿Y ahora qué hago?", se preguntó. Quiso ingresar al Sistema Integrado de Salud como voluntario. Fue la forma que encontró de "devolverle a la sociedad" los conocimientos y, además, recortar la carga horaria laboral de manera gradual. Hasta el momento no obtuvo respuesta. Por eso se inscribió en Humanidades y ahora piensa en ser antropólogo.
"Cursé algunas materias libres para saber de qué se trataba, me gustó y ahora me anoté formalmente", cuenta con naturalidad. Es que él, un médico que tuvo que mantenerse actualizado toda la vida, siente "la necesidad de seguir estudiando". Y eso es lo que hace. Se toma todas las mañanas el ómnibus que demora una hora en llegar desde Shangrilá hasta el Cordón, donde queda el edificio universitario. Su esposa, mientras, "está contenta" de que él pase menos horas en la casa, bromea. Por la tarde anda en bici, lee los repartidos y navega por Internet. Fue, de hecho, de los primeros artiguenses en contar con conexión a la Red.
Claro que su primer objetivo fue cursar directamente un posgrado en Medicina, pero se sintió sapo de otro pozo. "Los docentes me trataban con desinterés y además la relación humana deja mucho que desear", asevera con pena. Eso se refleja, dice, en el "trato médico-paciente". En la Facultad de Humanidades se ha sentido más cómodo y ha podido interactuar sin problema con sus compañeros de clase. "Será porque aquí la estructura de estudio es más libre", aventura. Lo otro, estima, "es que hay más personas mayores cursando". De hecho, de los 42 adultos mayores inscriptos en la Universidad de la República en 2011, 19 cursaban Humanidades; Medicina, solo uno.
"Son carreras, al igual que Bellas Artes, en donde se privilegia la creación, el proceso y no tanto obtener un título. Algunos estudios psicoanalíticos demuestran que en la vejez florece el proceso creativo. Eso puede explicar por qué el interés por cursar Letras, Filosofía o Historia se incrementa a esa edad", explica Lladó.
Otros estudian sin importar qué. Es que "es de las pocas cosas gratis que podemos hacer los viejos sin que se nos ponga ninguna traba", afirma Carlos Bruno. Hizo Ciencias Económicas, fotografía, locución y está próximo a recibirse de antropólogo. Reparó computadoras y ahora, con 76 años, acaba de empezar Ingeniería en Sistemas para "aprender sobre redes".
Primero lo intentó en la UTU, pero notó mucha diferencia con los más jóvenes. La jerga, las inquietudes, el manejo del celular en clase y otro sinfín de diferencias intergeneracionales aparecieron. En Ingeniería, por el contrario, la propia carrera le permite seguir los cursos con intensidad y, a veces, hasta a distancia, por Internet. Cuando asiste a clase busca el asiento más próximo al profesor para oír y ver mejor (no usa lentes por "prejuicio"). Una compañera incluso le reserva una silla si él no llega a tiempo.
El trato con los compañeros es "excelente". "Me ayudaron a armar los horarios y me explicaron los perfiles de cada materia". El único problema, dice, es "congeniar el grupo de estudio". En Antropología hizo una buena dupla con un alumno de 68 años. En Ingeniería está a la búsqueda de sus futuros colaboradores.
Fruto de esa multiplicidad de intereses, también intentó ingresar al Instituto de Profesores Artigas para ser docente de Idioma Español, pero no lo dejaron estudiar "por una cuestión de edad", afirma.
En su experiencia como alumno-adulto-mayor nunca notó que lo hayan tratado como "un ejemplo". Es uno más, aunque, reconoce, "en algunas cosas me quedé en el tiempo. Yo sé de jazz, me falta saber de No Te Va Gustar".
Como dice la psicóloga Lladó: "La vejez no pone límites. Salvo por alguna enfermedad, las barreras las establece la propia sociedad".
PREJUICIO SOBRE LA FRAGILIDAD
La experiencia funciona como una herramienta potente para aprender y la edad, a diferencia de lo que se cree, no es un "impedimento" para absorber conocimientos, dice la psicóloga Mónica Lladó. Tampoco es limitante para interactuar con los más jóvenes.
ADULTOS AL PIZARRÓN
"Ofrecer oportunidades, programas y apoyo para alentar a las personas de edad a participar o seguir participando en la vida cultural, económica, política y social y en el aprendizaje a lo largo de toda la vida", fue una pauta clara que se fijó hace diez años en Madrid, en el marco de la Asamblea Mundial sobre Envejecimiento. Desde entonces hubo, al menos en los papeles, un cambio "paradigmático" en el que la educación pasó a ser una prioridad, explica la socióloga y demógrafa Mariana Paredes, del Programa de Población de la Universidad de la República. En Uruguay, hay dos institutos principales de educación en la vejez: Uni3 y Cicam. Ambas instituciones, sin fines de lucro, son autogestionadas por los propios adultos mayores. El objetivo se centra en generar un contacto con la sociedad. "Nosotros como adultos mayores podemos seguir aportando y tenemos que aportar", ilustra la psicóloga Mónica Lladó. La importancia de lo social también se refleja en los propios grupos en donde vale tanto el marco como los contenidos académicos que se incorporan.
MÁS ALLÁ DE UN TÍTULO EN MANO
Cuando su marido murió, Marta Huertas Prego (65) no dejó pasar ni un mes para anotarse en Psicología. Mucho antes fue profesora de francés, traductora, estudiante de Literatura en la Sorbona, madre y compañera inseparable de un cantante de ópera. Pero en aquel febrero de 2004, cuando la invadió la angustia, entendió que era el momento de estudiar. En definitiva, comprender la psiquis humana era entender sus propias emociones y, por tanto, "una forma de aliviar el dolor". Hace medio año se graduó como licenciada de una profesión que le "ayuda a escuchar a los demás". Organizó una fiesta de recibimiento para los allegados y algunas compañeras jóvenes de su clase (con quienes tiene una excelente relación y hasta sale de paseo) y le tiraron papel picado en la puerta de la Facultad (no permitió huevo ni harina; "Ya soy mayor", dice en chiste). Este bien podría haber sido un final feliz en su historia, pero ella fue por más. Comenzó una especialización en Psicología de la Vejez. Cursa a distancia (usando la computadora con total facilidad) en la Universidad Maimónides de Buenos Aires. Y, por si fuera poco, no descarta ejercer la profesión, aunque no fuera remunerada. "Es mi proyecto de vida. Muchas familias imponen a los viejos el título de pobrecito, y yo me siento muy apta para devolverle a la sociedad todo lo que me dio". Obtener el título en este posgrado es un primer objetivo, aunque en el fondo ella reconoce que tiene el placer "inmenso" de estudiar y una "necesidad" de profundizar en contenidos que no obtuvo con el primer grado. Antes de fin de año deberá viajar a Argentina para defender la monografía final. A priori, no es un momento que la asuste ni un impedimento para seguir cursando, como no lo fue ningún obstáculo que se le presentó durante los cursos. "Es una cuestión de ganas", dice. "La experiencia te sirve si uno la quiere usar".
SISTEMA PRIVADO
Pagar por estar más próximo
Hace 51 años Roberto se inscribió en la carrera de Contador Público. El primer día ingresó al colosal edificio de la calle 18 de Julio, hoy Facultad de Derecho, con las ilusiones de un joven veinteañero dispuesto a recibirse. Con el paso de los días el estudio se le hizo cuesta arriba. Se casó joven, tuvo hijos en forma temprana y una hepatitis que le duró casi un año tumbó sus planes. En septiembre de 2012, con 71 años, regresó al ruedo en busca de "lo único" que le falta hacer, según afirma. Lo hace con las mismas ganas que aquella primera vez que subió las escaleras de la Universidad, aunque con dos salvedades. La primera: ahora no quiere el título para ejercer sino por el placer de estudiar. La segunda: cursa en la Universidad de la Empresa. ¿Por qué un instituto privado? La flexibilidad de horarios, la relación más directa con los docentes y la facilidad para encontrar un asiento adelante de la clase que le permite escuchar mejor son las razones que señala este exfuncionario público. Y agrega otra motivación que sale de todo pálpito: "En la pública sentía que le quitaba el lugar de estudio a otra persona". María Cristina (68) estudia Historia en la Universidad de Montevideo. Su justificación es simple: "Fui a la (universidad) pública, no me encontré a gusto y opté por la privada". Ellos son las únicas dos personas mayores de 60 años que cursan una carrera de grado en una universidad privada uruguaya.
LAS CIFRAS
58%
De los 240 adultos mayores de 60 años que asisten a una universidad están ocupados. En el total de la población de esa franja etaria, ese porcentaje desciende al 20% (Censo).
19
De los 42 inscriptos mayores de 60 años en la Universidad de la República en 2011 cursaron en la Facultad de Humanidades. Sigue en cantidad Bellas Artes con 6 y Psicología con 5.