El debate público que generó en Uruguay la discusión sobre la Ley Integral para Personas Trans dejó en evidencia –entre otras cosas– la importancia que tiene la visibilización de los procesos que atraviesan las infancias que deciden transitar una identidad de género trans. Pero, sobre todo, planteó interrogantes sobre cuáles deberían ser los abordajes para un acompañamiento integral, desde qué áreas y con qué perspectivas. Y no sólo para niñas, niños y adolescentes trans: también para sus familias y entornos sociales.
El Centro de Referencia Amigable (Cram) de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Udelar) decidió poner el tema sobre la mesa e invitó a especialistas a reflexionar sobre los posibles abordajes en un conversatorio que tuvo lugar el 30 de agosto. Una de las participantes fue la española Noemí Parra –antropóloga, trabajadora social, sexóloga feminista y profesora del Departamento de Psicología, Sociología y Trabajo Social de la Universidad de Las Palmas–, invitada para exponer sobre las experiencias de acompañamiento a niñas, niños y adolescentes trans en Canarias.
La experta desentrañó algunos conceptos que vienen a cuento a la hora de pensar estrategias para acompañar de manera integral a las infancias trans. La primera regla, a su entender, es “salir del dualismo brutal sobre lo que significa el sexo y el género”, porque la experiencia es mucho más compleja de lo que establece la norma. Parra dijo que esa normatividad nos obliga a dar por hecho que hay sólo dos maneras de articular la corporalidad (como macho o hembra), la identidad (como hombre o mujer) y la expresión de género (masculina y femenina). Y establece además, agregó, que “todo tiene un sentido lógico, que es la heterosexualidad y la erótica reproductivista”.
El abordaje de lo trans tiene que ser desde otra perspectiva, una que entienda que la experiencia sexuada de las personas está atravesada por múltiples dimensiones. Cuando hablamos de la “transición de género”, dijo, “¿nos estamos refiriendo a un proceso corporal o a características sexuales secundarias? ¿A una dimensión más subjetiva, y ahí entra tanto lo identitario como la expresión de género? ¿A una orientación del deseo? ¿O, quizás, a una erótica muy concreta? Porque si hay algo que hemos oído históricamente es esa pregunta sobre cómo las personas trans van a tener relaciones sexuales”. La respuesta es que todas estas dimensiones se entremezclan. Y cómo se cruzan también dependerá de los contextos culturales y sociales en los que esté inmersa la persona y de otras lógicas relacionadas con la clase o con la etnicidad, aseguró la antropóloga. “Todo esto me parece muy importante porque nos ayuda a empezar a complejizar los procesos sexuados y de acompañamiento, y a salirnos de ese acompañamiento basado en la normatividad que estamos intentando combatir”.
Parra aseguró que un “buen acompañamiento” a las infancias trans debe ser, entonces, “no normativizador, de escucha y en el que debemos ponernos al lado de la persona, ni delante ni detrás”. La especialista española explicó que el “delante” es el conjunto de “maneras habituales en las que nos hemos movido dentro de ámbitos como los profesionales, basadas en directivas de cómo tiene que ser tu vida, hacia dónde tienes que caminar o lo que tienes que hacer”. El “detrás”, en tanto, es interpretar las transiciones como procesos no tan complejos y “dejarlos fluir”. Según Parra, esta es la posición más habitual en España. “Dejar fluir significa poner en situaciones de vulnerabilidad a la gente, no atender que hay situaciones de diversidad que se están mostrando y que tienen como consecuencia un disciplinamiento de las disidencias, lo cual a la vez supone desigualdad”, dijo la experta. Vinculado con este disciplinamiento, aseguró además que el acompañamiento tiene que ser despatologizador y no medicalizante: no puede ser percibido únicamente desde la perspectiva sanitaria.
Por otro lado, la experta dijo que el acompañamiento a niñas, niños y adolescentes trans tiene que ser “de corte comunitario y no individualista”, es decir que debe tener en cuenta si la comunidad y el contexto social están acompañando o aplacando a las disidencias. “Las lógicas de acompañamiento no pueden estar centradas en procesos individuales que no incluyan las lógicas en las que se relacionan los seres humanos, ya sea el contexto familiar, la escuela o el barrio”, dijo Parra en ese sentido, y aseguró que eso implica “hacer un trabajo de cambio cultural potente”.
Por último, pero no menos importante, la especialista recalcó que las infancias trans tienen que encontrar en ese acompañamiento un espacio en el que puedan desarrollar “competencias personales que ayuden a enfrentar la adversidad que efectivamente van a tener en situaciones específicas y complejas de los procesos trans, que no están desprovistas de violencia y desigualdad”.
¿Cómo se manifiestan las disidencias de género en la infancia?
La experta española Noemí Parra identificó tres formas:
- Rechaza las categorías binarias, lo que puede llevar o no a la identificación en categorías no binarias, como “niñe”.
- Muestra una expresión que desafía las fronteras de las categorías de género.
- Inicia transiciones porque es la manera que encuentra de aplacar determinados malestares que está viviendo.
El tránsito en familia
“Cuando una niña o un niño nace, llega con una serie de atribuciones sobre las que se generan enormes expectativas por parte de los padres, abuelos, vecinos y quienes van a estar involucrados en su crianza”, dijo en el conversatorio Alicia Muniz, profesora del Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología y encargada de un enfoque más familiar sobre las niñeces trans. Todo lo que se sale de esa línea prescripta es entonces lo diferente. ¿Qué hace la familia cuando el niño desde muy temprana edad declara que no es lo que se espera que sea? Muniz responde: “Va a hacer lo que pueda, acorde a la capacidad que tenga ese núcleo familiar de alojar la novedad y hacer duelos”.
La psicóloga coincidió con Parra en que el abordaje de esas situaciones tiene que ser comunitario. “A veces la familia hace un vacío, entonces tiene que haber otras instituciones, hasta llegar al Estado, que contengan a esta persona. Cuando hay un sufrimiento encarnado en este niño que está haciendo la transición, y en los papás también, los psicólogos clínicos tenemos que armar un espacio en el que poder pensar, que para nada es un espacio patologizador ni normativizador o que estigmatiza, es un espacio de pensamiento sobre esto que les está pasando”, afirmó Muniz. Sobre todo, agregó, un lugar en el que quien esté transitando el proceso pueda “encontrarse con su intimidad y su mismidad”, para evitar caer en un “vacío existencial”.
Su colega Irene Barros, integrante del Cram, dijo por su parte que la “creciente visibilidad de las infancias trans” permite que el entorno adulto pueda entender cómo mirar, escuchar y comprender estos procesos de construcción identitaria de niñas, niños y adolescentes trans, pero además ayuda a que ellos mismos puedan percibir de manera más temprana lo que les ocurre. Esto va a generar, en definitiva, “que no tengamos adultos que hayan sufrido toda la vida por no percibir lo que les está pasando y no encontrar una sociedad que les brinde un reconocimiento a esas experiencias identitarias”, dijo la psicóloga. Y agregó: “Creo que uno de los papeles fundamentales que tenemos quienes estamos trabajando estos temas, en las universidades, en las organizaciones sociales, en los diferentes espacios, es el de generar nuevas representaciones, más amplias, que puedan albergar diferentes expresiones identitarias y sexuales”.
Archivo octubre 2018.
Un pantallazo de Canarias
A la hora de enfocarse en la situación en Canarias, Noemí Parra aseguró que una de las batallas más difíciles sigue siendo la lucha contra la despatologización de los procesos trans. En ese sentido, dijo que el protocolo que rige en esa comunidad española desde 2009 para la atención integral de las personas trans en la salud es “novedoso”, pero fue parido con una lógica “totalmente medicalizadora” y “binaria” de los procesos de transición.
De todas formas, aclaró que la realidad es distinta, ya que en la práctica, y gracias al trabajo de los colectivos sociales, ha habido avances en la última década. Por ejemplo, hoy en Canarias las personas trans pueden cambiar el nombre y el sexo en la tarjeta sanitaria, pese a que esto no está incluido en el protocolo y tampoco en la ley trans autonómica aprobada en 2014. Esa norma, de hecho, establece la exigencia de un informe de disforia de género para acreditarse como persona trans, algo que las familias y el movimiento social rechazan por considerar que vulnera el derecho a la libre autodeterminación de género.
En el ámbito educativo hay más esperanzas. Parra dijo que el protocolo de acompañamiento y atención al alumnado trans aprobado en Canarias hace dos años plantea, por ejemplo, que para que se active y se pongan en marcha todos los recursos educativos de acompañamiento no se requiere en ningún caso el informe de disforia, aunque así lo establezca la ley. Al mismo tiempo introduce algunos modelos novedosos, como la figura de “agentes de igualdad” en los centros educativos, que son profesores o profesoras que reciben formación en diversidad sexual y de género cuya tarea es velar por el cumplimiento del protocolo.
El Estado español aprobó una Ley de Identidad de Género en 2007 que permitía a las personas trans cambiar el nombre y el sexo en su documento de identidad sin necesidad de una cirugía genital. Sin embargo, esta norma supone un “disciplinamiento médico”, cuestionó Parra, para que las personas trans puedan ser reconocidas en el sexo con el que se identifican, como la exigencia del certificado de disforia. Además excluye a algunas poblaciones, como menores de edad, personas migrantes que no tengan la nacionalidad española y personas con discapacidad intelectual. Actualmente, 12 años después de la aprobación de esa norma, el Parlamento español tiene entre sus manos al menos tres leyes orientadas a amplificar los derechos ya conquistados.
Las infancias trans en las políticas públicas
La reciente aprobación de la ley trans en Uruguay establece un marco normativo que favorece la implementación de distintas políticas públicas que protejan los derechos de las niñeces trans, pero la tarea se plantea como un gran desafío en el seno de una sociedad que, tal como expuso Parra, todavía mira los procesos trans con la lupa medicalizadora.
El profesor e investigador del Área de Política, Género y Diversidad del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar Diego Sempol dijo precisamente que una de las barreras que se imponen es que el testimonio de las personas trans no se percibe como una “voz interpelante”, sino como un “dato subsumible bajo el metalenguaje médico o psiquiátrico”. Esto es un problema a la hora de pensar la política pública, porque el sujeto trans está “socialmente legitimado” por estar “sometido a formas de tutelaje, y en particular a formas de tutelaje de la medicina”, entonces su voz no se reconoce como tal. El primer desafío, entonces, es crear políticas públicas que reconozcan e incluyan esta voz, dijo Sempol, en tanto que el siguiente sería “desmedicalizar sin vulnerar derechos”, algo que también es importante “porque estamos en un contexto tercermundista en el que reclamamos al Estado que se aleje, pero si se aleja es la desprotección total, y si está es la regulación normativizada”.
La cuestión del tutelaje también generó la narrativa del “cuerpo equivocado”, dijo Sempol, lo cual constituye una “asimetría epistémica, porque el cuerpo cis se toma como natural y no existe la exigencia de argumentar por qué este cuerpo es así, una concepción que está presente en todas las políticas públicas”. Detalló: “Esto matriza permanentemente el sistema educativo, el sistema de salud, las políticas de infancia e incluso los criterios de asignación de roles de adultez”.
El investigador cuestionó además que las políticas públicas dirigidas hacia la infancia hayan sido creadas desde una óptica “adultocéntrica” que no reconoce la fluidez, esta característica constitutiva de la infancia, que por definición es una etapa de experimentación y autoconocimiento. “La experiencia trans se considera legítima sólo cuando se basa en la premisa de que va a ser inmutable”, afirmó Sempol. “Esto es muy problemático porque genera narrativas en las que estás de este lado o del otro, con una rigidez tan fuerte que no permite la lógica de la fluidez. La inmutabilidad obliga a negar la fluidez, y no hay nada más fluido que la infancia”.