DANIELA BLUTH
Soy uno entre cuatro hermanos, soy politólogo, soy frenteamplista de nacimiento, soy hincha de Nacional y del Barcelona, soy un retornado al país, soy director de Políticas Sociales del Mides y soy gay. Claro que es esto último, que dentro de 20 años seguramente no llamará la atención, lo que hoy la llama". Con esas palabras, en noviembre de 2011 Andrés Scagliola hizo pública su orientación sexual y puso sobre el tapete un asunto que sabe polémico. Hasta hacía no mucho, él pensaba que este tema "le competía a cada uno", que no tenía "una dimensión política". Pero la "discriminación instalada" contra gays, lesbianas y transexuales lo hizo cambiar de idea. "Si pertenecer a una minoría sexual (...) todavía convive en esta sociedad con una serie de prejuicios, discriminaciones, estereotipos, eso necesariamente tiene que tener una dimensión política, pues es a través de la política que se perpetúan o se cambian las relaciones entre las personas", decía en Brecha.
Scagliola sabía de lo que hablaba. Pocas semanas después, varias organizaciones sociales apoyadas por Naciones Unidas presentaron los resultados de la primera investigación cuali-cuantitativa sobre la realidad de los jóvenes gays, lesbianas, bisexuales y transexuales (LGBT) en Uruguay, donde el tema de la discriminación es clave. Un equipo multidisciplinario y "humanamente diverso" realizó 33 entrevistas a personas de entre 19 y 29 años con el objetivo de explorar cómo construyeron su identidad y sus trayectorias afectivas y sexuales. Fueron 12 mujeres, 15 varones y seis transexuales de Montevideo y la región metropolitana.
Para obtener la muestra se utilizó un sistema que consiste en identificar un "capital semilla" y luego sumar personas a partir de los datos aportados por los propios entrevistados.
Si bien los resultados no pueden considerarse representativos ni generalizables al resto de la población, el informe apuesta a generar "informaciones calificadas" que permitan el diseño de políticas públicas y acciones de movilización ciudadana.
Más allá de las cifras y los porcentajes, que permiten tener una idea aproximada de la calidad de vida de esta población en Uruguay, lo más valioso del estudio son los testimonios que surgen de los propios protagonistas. Son historias que hablan de "miedo", "frustración", "culpa", "angustia", "vergüenza" y "rechazo". También de "liberación" y "alivio".
"Igual te quiero". Población oculta, discriminada, marginada, minoría. Cualquiera de estos términos se aplica al colectivo LGBT. A ellos, incluso el entorno familiar, supuesto núcleo de contención, les resulta hostil. Revelar su identidad, mostrar quiénes son y cómo se sienten, no suele ser sencillo. Según el estudio, la familia se destaca como el espacio "menos amigable" para compartir su opción sexual. Casi un tercio de los varones gays y homosexuales no logró hablar del tema en su casa. En el otro extremo, el círculo de amigos prevalece como "un lugar de empatía y comprensión". El grupo de pares muchas veces oficia "de sostén" ante el abandono o el desprecio de la familia, señala el licenciado en psicología de la Universidad de la República Paribanú Freitas.
La respuesta de las personas allegadas puede incluir rechazo, ocultamiento, indiferencia y violencia. "Me echaron de mi casa, mi padre me fisuró las costillas a patadas, incluso le tuve que hacer una denuncia y todo. Eso fue feo", cuenta uno de los entrevistados. Con el tiempo, aparecen frases como "igual te quiero" o "seguís siendo mi hijo/a". Tampoco conforman.
En ese dilema, la figura de la madre es recurrente. Y su reacción deja huellas. "Siempre tuve muchos bajones, por decirlo de alguna manera. Pero fue muy fuerte cuando mi madre se enteró. El rechazo de mi familia, de ella principalmente, que es tu madre, que es la persona que más querés, fue frustrante. Al principio fue un lío en casa enorme. Después se calmó, y calmada me dijo que me fuera de casa", dice otro de los jóvenes.
Según la psicóloga y sexóloga Myriam Puiggrós, no contar con el apoyo incondicional de la familia afecta la autoestima y la valoración personal. "Que 40% no haya hablado de su identidad con compañeros de clase, junto a 27% que no lo habló con su familia, nos permite consignar que los entornos más importantes en la formación personal muestran características poco amigables o receptivas", agrega la especialista.
EN SHOCK. La situación es aún más compleja para las mujeres y varones trans. En ellos, la sensación de haber nacido en el cuerpo equivocado existe desde "siempre", pero las dificultades del entorno para comprenderlos es casi absoluta. En los procesos de reconocimiento de la identidad aparecen hechos de violencia, con golpes, insultos e incluso abuso.
En general una etapa de ocultamiento precede a la "liberación". Una de las entrevistadas lo recuerda así: "Me presenté a mi familia así toda cambiada. Quedaron todos en shock. Pero eso fue muy importante porque después de ahí siempre pude ser yo, no me tuve que andar escondiendo ni nada. Fue en una fiesta, en Navidad". El alivio luego de "la confesión", por llamarla de alguna manera, también es omnipresente.
La expectativa de vida de los trans uruguayos ronda los 40 años y debido a las dificultades para conseguir un empleo y completar sus estudios, la mayoría suele recurrir al trabajo sexual como forma de ganarse la vida. De los trans consultados para la investigación, la mitad de los que trabajaban ejercían la prostitución y dentro de los que estudiaban, casi un tercio lo hacía fuera del sistema formal (cursos o talleres).
De hecho, en Uruguay hay sólo una trans que completó sus estudios universitarios: la abogada Michelle Suárez. Michelle nació como Nelson y fue al liceo de Salinas, donde la relación con sus compañeros fue "terrible". En la Universidad, en cambio, quienes pusieron palos en la rueda fueron los docentes. Paradójicamente, el profesor de Derechos Humanos resultó uno de los más radicales. "Cuando supo mi identidad de género, me invitó a abandonar su clase, me dijo que no iba a corregir mis trabajos y que tampoco me tomaría examen", dijo Suárez a El País poco después de recibirse.
Una de las "pistas más consistentes" de la investigación señala al espacio educativo como uno de los lugares con mayor nivel de discriminación, confirmado por más de la mitad de los varones (53%) y la totalidad de las personas trans (100%).
En ese contexto, hay un dato que sorprende -o no-: "Los referentes educativos no aparecen como garantes de los derechos de estos jóvenes y algunas veces se muestran como verdugos cayendo en actos inexplicables de incomprensión e intolerancia", puntualiza Puiggrós. Según la psicóloga, los centros de estudio "no asumen un rol definido" en el proceso de construcción de la identidad. "No es un mundo fácil, ni un lugar cómodo. Estos centros de enseñanza están preparados sólo para recibir personas heterosexuales. Impera en los sectores educativos la ley del silencio para expresarse sexualmente".
"TRAS NEGRO, TROLO". Mirá, mirá, el negro", dijo el guarda de un ómnibus interdepartamental sobre uno de los jóvenes encuestados. "Y tras negro, trolo", remató el funcionario del transporte. "Tengo los tres ítems de discriminación principales, soy pobre, negro y gay. Entonces siempre es `negro esto`, `negro lo otro`", dice este joven para quien los dos primeros años de liceo fueron una tortura. "No quería ir, me escondía, nunca entraba a clase, el liceo me marcó bastante. Y después en la calle todos los días, pero te vas acostumbrando, llega un punto como que no escuchás".
Es que, sin dudas, el espacio público es uno de los lugares donde las actitudes de rechazo y agresión se vuelven más visibles. Las cifras son elocuentes: 50% de las jóvenes trans fueron víctimas de agresión física, 50% de las mujeres de insultos o amenazas y 33% de los varones de burlas. ¿Dónde? En lugares públicos, la casa, el trabajo y el centro de estudio, en ese orden.
Históricamente, dice Stella Domínguez de la ONG Fransida, "las actitudes homofóbicas tuvieron anclaje en fundamentos religiosos, científicos, médicos y legales". Y si bien en Uruguay se han registrado logros importantes -la ley de cambio de sexo registral, la modificación del código de adopción y la unión concubinaria- todavía no se puede afirmar que las instituciones por las que transitan los adolescentes y jóvenes estén libres de homofobia.
"Los espacios públicos, como `la calle`, donde el anonimato es el aliado, son visualizados como el área cotidiana de la discriminación, de la cual es imposible zafar. De la no aceptación familiar se zafa yéndose de la casa, de la discriminación en el ámbito liceal abandonando la educación formal. De las miradas acusadoras de un empleador, ejerciendo la prostitución", remata la licenciada.
Sin embargo, en esa misma calle donde la discriminación es moneda corriente, la cantidad de personas que se suman a la marcha anual por la diversidad sexual pasó de 600 en 2004 a más de diez mil en 2011. Pero todavía hay conceptos para corregir. Según el sociólogo Juan José Meré, de Onusida, la apuesta no debe ser a la aceptación y la tolerancia, sino al respeto mutuo. Freitas coincide y señala que hace falta más "negociación social". En tanto, prepara las valijas rumbo a una playa escondida cerca de Florianópolis junto a Bruno, su pareja. Y aclara: "No es Praia da Rosa, adonde van todos los surfistas, que no sé porqué son tan homofóbicos".
CUANDO el sistema no es amigable
La epidemia del VIH- Sida "afecta desproporcionadamente" a la comunidad gay y trans en el continente y Uruguay no es la excepción, dice Juan José Meré, sociólogo de Onusida. "No se trata de un conjunto de vulnerabilidades ligadas a lo biológico, sino que está vinculado a fenómenos de vulneración de derechos y restricción de la ciudadanía por causas de orientación sexual e identidad de género", asegura el experto. Por ello, es fundamental conocer el contexto en el que vive la comunidad LGBT local.
Según el estudio, casi la mitad de los varones (47%) y un tercio de las mujeres (27%) no compartió su orientación con los profesionales de la salud. "Aunque se hacen intentos, el sistema de salud y sus profesionales no están preparados, no hay lugares amigables y eso trae aparejado el costo de que los hombres no atiendan su salud anorectal", señala Meré.
En Uruguay, el sistema de salud se muestra orientado al binomio madre-hijo/a, lo que genera un distanciamiento de la comunidad gay. "Las entrevistas con las chicas lesbianas lo demuestran", dice Meré. "Cuando le dicen al médico que tienen una pareja mujer, el ginecólogo cierra la historia como diciendo `acá se acabó todo`".
Este año, con el apoyo del Fondo de Población de Naciones Unidas, está previsto extender el estudio a Maldonado, Rocha, Artigas y Rivera, departamentos "sensibles epidemiológicamente", adelantó el especialista.
testimonios de primera mano
¿Has dicho que eres lesbiana, gay, bisexual o transexual? ¿Cuán discriminado te sientes? ¿Por quién te has sentido más atraído sexualmente? ¿Cuántas parejas tuviste en los últimos 12 meses? ¿Usaste preservativo en las últimas relaciones? Esas son algunas de las preguntas que debieron responder los jóvenes entrevistados para el estudio "Derechos, VIH/Sida y jóvenes LGBT".
Los resultados, publicados recientemente, evidencian "demasiado sufrimiento". Pese a que Uruguay ha tenido avances a nivel jurídico y legal, los testimonios demuestran que estos jóvenes "siguen enfrentando muchos obstáculos para reconocerse a sí mismos y ante los demás. La agresión, el insulto y las burlas o el miedo a las mismas, son una constante en la vida cotidiana".
Las cifras
7% De la población mundial tiene una orientación homosexual, según la OMS. En Uruguay no hay cifras oficiales al respecto.
80% De los jóvenes trans fueron discriminados o agredidos por policías o guardias de seguridad, según el informe local.
30% De los varones encuestados para la investigación, declaró no haber usado preservativo en su última relación sexual.
10% De las mujeres consultadas fueron marginadas de sus familias. La cifra asciende a 20% en varones y 50% en transexuales.
Tres protagonistas
El espejo. "Era yo enamorada de mí"
Carina y Soledad eran amigas de toda la vida. Carina era la linda, la que ganaba con los chicos. Soledad era la fea, la que lograba unos besos pero poco más. Para no escuchar más quejas, Carina asumió "la tarea de embellecerla". La hizo a su imagen y semejanza, dijeron algunos amigos. Soledad no tardó en hacer sus primeras conquistas y Carina empezó a notar que se ponía "estúpida", término que utilizaba para decir que se estaba enamorando. Un día, Soledad llegó "muerta de risa" porque un chico le había arrancado el piercing del labio al besarla. Para Carina eso "fue el colmo" y la confirmación de que la estupidez había llegado muy lejos. Se besaron una vez. Y luego otra. "`Soy lesbiana`", pensé en el medio de un beso que me arrancó un grito. Pero no me pareció un buen adjetivo. Simplemente era yo, enamorada de mi espejo", recuerda Carina.
No besar. "Te quiero, seguís siendo mi hijo"
Martín y Marisa eran hermanos. A José, un amigo en común, le gustaban los dos. "Ella me gustaba para imitarla, él para acariciarlo", recuerda. Eran vecinos, iban al mismo liceo y pasaban las tardes juntos. Un día, los dos varones quedaron solos en una habitación, frente a un póster de Pulp Fiction. Un beso en la mano, "suave y profundo", fue lo último que recuerda José antes de escuchar el "taconeo" de su madre. Cuando su amigo se fue llegó la charla de rigor. Sentada en su cama y con la mirada fija en la alfombra, ella le dijo: "Entre varones no se dan esas muestras de afecto". A partir de ahí intentó presentarle chicas, lo llevaba de compras y conversaba sobre todos los temas. "Yo creo que debe haber escuchado que el diálogo con los hijos puede `curar` cualquier `desviación`", dice José. Un día le preguntó si era homosexual, y ante la respuesta afirmativa respiró hondo y le dijo: "No me importa, seguís siendo mi hijo y te quiero igual".
Rótulos. "Yo pienso seguir buscando"
Elisa siempre se sintió extraña. Cuando jugaba con las muñecas de su hermana, cuando tomaba el té con su vecina, cuando se probaba la ropa de su mamá. Pero Elisa, escondida en su "cáscara de varón", no era homosexual. "Gritaba, sin saber con qué palabras ponerlo: `¡Oíme, por favor, están todos equivocados, soy una chica!`". Nunca logró hablarlo con su madre. "Sueño, a veces, con enfrentarla y decirle: `Mamá, olvidate de tu hijo, no soy varón, parezco varón, pero en mi interior soy como vos. ¿Por qué no me regalás algo que a vos a tu edad te habría encantado? Pero no me atrevo". No se siente identificada con los rótulos y todavía no ha encontrado una palabra que la defina. "Pienso seguir buscando. Y no permitiré que nadie que no sea yo misma la encuentre por mí".