Con el diputado Martín Couto.
“Iskra” –“chispa”– bautizó Lenin un periódico con el que quiso iniciar una revolución. Claro que aquel era un tiempo de certezas. Couto, diputado suplente cuyo discurso de la semana pasada durante la discusión de la ley trans lo hizo más conocido que muchísimos titulares, abraza, sin embargo, la incertidumbre, parece cómodo en la militancia multiforme de su generación, trabaja en el territorio donde los nuevos derechos se vuelven, o no, práctica concreta, y reconoce que recientes definiciones del oficialismo no apuntan a más justicia.
“Permítaseme un ejemplo más concreto aun”, pidió el diputado que en la sesión del jueves 18 de octubre intentaba enfatizar la idea de que una cosa son las normas que se supone que rigen y otra la práctica real de todos los días. “Problematicemos cómo entiende esta sociedad –cómo define– el concepto de ‘bufarrón’”, propuso.
“Bufarrón” deviene de un término que originalmente quiso decir “hereje” y es –según la Real Academia– un argentinismo. “Dicho de un hombre: que sodomiza a otro”, explica ese diccionario. Es decir, un varón que no es, al menos del todo, heterosexual, pero que para la sociedad y el diccionario de la monarquía igual sigue siendo “un hombre”. Como el resto de los así llamados, su esperanza de vida es de 74 años.
Hace mucho, el poeta, sociólogo y militante porteño Néstor Perlongher hablaba del “modelo latino”, refiriéndose a una forma tradicional en el Cono Sur de conceptualizar las relaciones sexuales entre varones. Era un modelo caracterizado por la preocupación de distinguir entre el que cumple un rol “activo”, el que penetra, y el que desempeña el rol “pasivo”, y es penetrado. “Bufarrón” o “chongo” son expresiones corrientes para referirse a los supuestos “activos”. Eso casi todo el mundo lo sabe y casi todo el mundo sabe también que no son palabras que puedan usarse en público sin producir cierto escándalo, como resultaría escandaloso que un “hombre” se autodefiniese públicamente en esos términos.
En cambio los trans, seguiría diciendo en aquella intervención el diputado Martín Couto, “evidencian que son y se nota, evidencian que hay un desajuste entre normas y prácticas”. Su esperanza de vida es de 40 años.
Faltaban todavía nueve horas para que el representante Sebastián Sabini, en ejercicio de la presidencia de la Cámara, anunciara que estaba aprobada la ley integral para personas trans y estallara el festejo en las barras. Faltaban más de seis para que, prologando un formidable alegato, su colega otrora colorado y hoy del grupo independiente Batllistas Orejanos Fernando Amado anunciara: “Vengo hoy a cara descubierta, a votar y a defender este proyecto, sin peros, sin pedir permiso, sin haber sido presionado por nadie, convencido de que es un eslabón más de una larga cadena, por cierto siempre incompleta y en permanente construcción, que contribuye efectivamente a la consagración de derechos que permitan a un grupo de la población objeto de todas, absolutamente todas las vulnerabilidades habidas y por haber, todas ellas juntas, vivir con un poco más de justicia”, porque “en estos temas, señor presidente, no hay camino del medio”.
Pero al otro día, el video que un veterano militante de Ovejas Negras constató que estaba viendo en el celular su ignota compañera de asiento en el ómnibus era el de la intervención de Martín Couto. Ayer llevaba casi 43 mil visitas. No sólo había sabido llamar la atención usando una expresión escandalosa. También dijo, por ejemplo, “me da vergüenza que hablando de ingresos promedio de 7.418 pesos (que son los de los hogares de las personas trans) se hable de privilegios, que se hable de privilegios desde estas cómodas bancas ganando un sueldo líquido de más de 100 mil pesos. Me da vergüenza que alguna persona trans tenga que escuchar esto y que lo tenga que tolerar”, había dicho Couto, porque como privilegio habían presentado algunos opositores a la ley el hecho de que la ley dispusiese medidas como una reparación económica para aquellas de entre las trans que fueron víctimas de violencia institucional o privadas de libertad por la dictadura, tal como se repara a quienes sufrieron persecución por razones políticas, sindicales o ideológicas.
Couto es suplente en Diputados de Macarena Gelman (Ir-Frente Amplio). Nació el año en que voltearon el muro de Berlín; tiene 29 años; es sociólogo hace cinco, docente e investigador en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. Es gay y quiso entrar el jueves a defender esta ley.
—¿Qué lugar tiene la política, la política partidaria, en su vida?
—En mi vida, incluso para mi identidad, lo central es la política. Punto. Después obviamente que tengo militancia partidaria, pertenezco al Ir, etcétera. En mi caso hubiera sido muy difícil que no tuviera militancia partidaria. Entre otras cosas porque mis viejos, los dos, fueron militantes comunistas. Pero también entiendo que puede llegar un momento en el que lo partidario reste más de lo que sume para pensar la sociedad, para pensar la propia política, y en ese sentido no lo considero imprescindible. Pero la política tiene un rol central en mi vida. Discutía de política desde muy chico. Iba a la escuela de tarde y de mañana; si no estaba el diario arriba de la mesa, se lo reclamaba a mis padres. En la casa de algún amigo de la escuela algún adulto me reprendió aduciendo que “los niños no hablan de política”. Me hacían chistes sobre esa actitud mía.
—Pero si no se trata necesariamente de política partidaria, ¿de qué hablamos cuando hablamos de política?
—Que no se tome como una definición académica, sino como una noción orientadora para la vida cotidiana: todo aquello que se discute, toda actividad que se produce en el ámbito de lo público, la resolución colectiva de determinados problemas. Sé que hay un montón de jóvenes haciendo política a través de centros culturales barriales o en espacios de discusión teórico-práctica sobre la política, como los que han surgido en el último tiempo. Esto incluso no está ocurriendo en la política partidaria. Entonces, si uno adopta una definición más restringida, se olvida de este mundo más complejo y heterogéneo que el que existía antes de la caída del muro, y estará sacando del ámbito de la política un montón de expresiones que tienen que estar y que la izquierda tiene que tener vocación, no de cooptar, sino de tener un diálogo permanente con ellas. Hay jóvenes discutiendo en portales de Internet cosas extremadamente interesantes, cosas que por la dinámica político-partidaria no se pueden discutir dentro de los sectores. Espacios de mayor libertad que tienen que ser parte de la construcción política.
—A veces tengo la impresión de que algunos militantes de muchos años le perdieron el gusto a ese tipo de discusiones, o incluso les incomodan…
—Creo que incomoda la incertidumbre. No era lo mismo resolver de qué lado estoy en el Uruguay del 69, cuando básicamente había dos lados, o el no lado de no tomar partido… Hay una frase del poeta comunista Carlitos Chasale, que murió en el exilio a consecuencia de la tortura, que decía “yo tomo partido hasta cuando se discute la orientación del viento”. Había una lógica de tomar partido por todo y, en segundo término, la cosa era de cruzar de vereda, resolverse entre una u otra.
Creo que hoy la incertidumbre es una cosa que retrae a la gente, y hay que aprender a convivir con ella. Y a saber que probablemente el intento de responder colectivamente determinadas preguntas nos genere una mayor sensación de certidumbre que arribar a determinadas respuestas. En un mundo que cambia todo el tiempo, más que intentar llegar a determinadas respuestas hay que tener el ejercicio de pensar colectivamente. Las conclusiones, necesariamente, siempre tendrán que ser revisadas, cuestionadas y tienen que exponerse al contacto directo con la realidad concreta.
—¿El camino es la recompensa, como dice el Maestro?
—Una lógica así. La certidumbre no puede ser “vamos a llegar a cuartos de final”. La certidumbre es: estamos llevando adelante un proceso colectivo con determinadas normas, confiados en lo que estamos haciendo, etcétera. Si uno va a buscar un documento de 100 páginas que le diga cómo es la vida, va a terminar perdido.
En la educación debería ser igual. Esta cuestión de los y las escolares y adolescentes laburando a partir de problemas de su comunidad, y entonces investigando y aprendiendo en esas prácticas, me parece una gran entrada de lo nuevo. Creo que uno tiene que tener una manera de militar y discutir políticas en que lo nuevo pueda entrar, y creo que al Frente Amplio eso le ha costado cada vez más. Lo nuevo viene a cuestionar, y si no se habitúa a convivir con el cuestionamiento, creo que la izquierda político-partidaria estará haciendo política para otro tiempo que no es el suyo, que no es el actual.
—Académicamente ha trabajado bastante en torno a cuestiones de salud sexual y reproductiva, por ejemplo sobre la izquierda y el aborto. ¿Cree que Vázquez obró en solitario cuando vetó su legalización en 2008 o estaba representando una discrepancia presente en la izquierda?
—Estoy analizando la penalización social del aborto en América Latina, en ocho países: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú y Uruguay. Una de las cosas que encontré es que Uruguay es de los países que tienen más alineada la escala de autoubicación ideológica con la posición ante el aborto. En la mayoría de los países, en cambio, la posición se distribuye más transversalmente. Esto quiere decir que Vázquez debería haber pensado que la izquierda está muy asociada a las luchas por la despenalización del aborto, y cada vez más, mientras que la derecha está asociada a la conservación del statu quo. Creo que fue una posición tomada de espaldas a lo que la mayoría de la sociedad pensaba, a lo que la mayoría del Frente Amplio pensaba, y sobre todo a lo que la mayoría de dos sectores de la población históricamente excluidos de la política al más alto nivel pensaban, que son los y las jóvenes de izquierda y las mujeres. Lo que Tabaré generó nos hizo daño entre otros motivos porque iba contra esta cosa de construir una izquierda que contemple a las personas en su integralidad, que abandone todo tipo de economicismo y deseche la noción de que moviendo tal perilla termino cambiando toda la sociedad. Esa construcción de una izquierda más cultural, que diera cuenta de todos los resortes de poder que hay que tocar, habría marchado mejor si en ese lugar hubiésemos tenido a una persona que al menos hubiera impulsado el debate. En Uruguay la despenalización era apoyada por la mayoría de la población desde mediados de los noventa en todas las mediciones. Fue una actitud de egoísmo. Creo que estas cosas no son de conciencia y que uno no viene a la política a representarse a sí mismo. No somos un conjunto de conciencias notables, somos un conjunto de personas que intenta representar. Bueno, ¿a quién?
—Tiene un trabajo sobre los problemas para abortar en el área metropolitana de Montevideo. La percepción común es que los problemas son de Salto.
—Sí, los problemas de Salto son los más extremos, cuando la mujer no dispone en su medio de servicios de calidad. Pero aun allí donde los servicios están instalados, hay barreras al acceso. Este proyecto se realiza mediante la cooperación de la Facultad de Psicología con la Red de Atención Primaria de Asse y Mysu, instituto con el que veníamos investigando las dificultades en el Interior. Lo que encontramos son barreras que impone la propia ley. Encontramos muchas mujeres que, después de haber abortado, manifestaban que estaban en desacuerdo con la ley, lo que podría parecer contradictorio. No lo es tanto. Las consultadas declararon casi unánimemente que tenían la resolución tomada antes de llegar al centro de salud, y la ley parte del supuesto inverso, de que las mujeres necesitan al centro de salud para resolver. La investigación acumulada constata que las mujeres sufren una situación de ansiedad que se interrumpe con el aborto y da paso a una sensación de alivio. Esta cuestión de los cinco días de reflexión a los que la ley obliga desconoce en primer lugar que las mujeres llegan con la decisión tomada (el 92 por ciento continúa con el proceso y sólo el 8 desiste) y, en segundo lugar, prolonga el momento de angustia y posterga el momento de alivio.
—El Ir se opuso solitariamente a la resolución adoptada sobre los llamados “cincuentones”, que supuso comprometer recursos económicos de enorme magnitud para mejorar las jubilaciones de los que ganan salarios relativamente buenos. Pero ni siquiera hubo un debate sustantivo sobre eso.
—Tiene que ver con olvidar a los que no tienen voz. Yo creo que una de las claves de la izquierda y de la profundización democrática por la izquierda tiene que ver con darles voz a los sin voz. ¿Quiénes son los que no tienen voz en nuestra sociedad? Los presos, los adolescentes en conflicto con la ley, y nada menos que los niños, niñas y adolescentes. Lo mismo se hizo con esta reforma de la caja militar. Las generaciones actuales le están dejando la bomba a las generaciones futuras. Gente que no nació va a pagar con creces las definiciones que tomamos hoy. También es cierto que en la reforma de los cincuentones logramos, con otros sectores, bajar las tasas de administración que cobran las Afap. En eso nos dimos cuenta de que todos los sectores, desde los más radicalizados en la defensa del proyecto de los cincuentones hasta el Ministerio de Economía y el de Trabajo, estábamos de acuerdo en eso. Pero en términos generales, tanto la ley de cincuentones como la de la caja militar significaron trasladar costos a las nuevas generaciones, y en el primer caso vimos que significaba también seguir aumentando la brecha existente en el gasto público entre niñez y adolescencia por un lado, y vejez por el otro. El déficit de la caja militar va a seguir creciendo hasta 2040. Va a ser entonces mucho más que los actuales 570 millones. Como decía Alejandro Zavala en el Parlamento, esto lo vamos a tener que tocar antes de que empiece a tener efecto. No tiene sustento alguno. Y por supuesto que nada de esto resuelve los pésimos salarios del personal subalterno. Pero no nos olvidemos además de que las trabajadoras domésticas también tienen sueldos pésimos y no se jubilan con el doble de lo que percibían en actividad.