Egresó como licenciado en Psicología de la Universidad de la República (Udelar) en el año 1992 y en el 2018 se doctoró en Psicología en la Universidad del Salvador, Argentina.
Es docente del Instituto Clínico de la Facultad de Psicología. Además, también integra la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y del Grupo Lacaniano de Monttevideo (GLM).
Desarrollas líneas de investigación científica “Enseñanza y aprendizaje de la clínica” así como “Cuadros psicopatológicos”.
Cuenta con un vasta producción bibliográfica dentro de las cuales destacan los textos: El oficio del analista (Debate, 2022), Tan cerca de brillar (Sudamericana, 2021), Vidas contemporáneas (Ediciones de la Plaza, 2019), La vida sigue (Sudamericana, 2018), El origen de la Monstruosidad (Urano, Argentina, 2015, Restos de historias (Aguilar ,2014), Cosas que pasan (Aguilar, 2012, Los perros me hablan (Ediciones de la Plaza, 2011), Lo cotidiano (Psicolibros, 2009), ¿Hablamos de amor? (Ediciones de la Plaza, 2008) y Casos locos (Fin de Siglo, 2006).
Línea de investigación/Grupo de investigación: Asesinos seriales y psicosis.
Instituto de Psicología Clínica
Dirección: Tristán Narvaja 1674 (EDIFICIO CENTRAL)
Ubicación: NIVEL 1
Teléfono: (598) 2400 8555
Interno: 300
Es psicoanalista y aunque no se define como escritor tiene cinco libros publicados. A fines de setiembre llega a las librerías el próximo, Vidas contemporáneas.
A Jorge Bafico (50) le gusta escribir sobre la vida, sobre lo que se puede observar de la realidad, sobre lo que a todos, un poco más o un poco menos, nos pasa. También sobre lo que le pasa a él, sobre lo que aprende en la clínica con sus pacientes, sobre sus maestros. Le gusta, en definitiva, escribir sobre la gente. Pero también, (o sobre todo), Jorge escribe por necesidad. Como una forma de liberar todas las tensiones que acumula, de ponerlas en otro lugar y sacarlas del cuerpo y de la cabeza.
Jorge es psicoanalista. No se define como escritor, pero es alguien que escribe libros. De hecho, está a punto de publicar Vidas contemporáneas, un libro sobre “los malestares, desde el terreno psicopatológico, para decirlo de alguna manera, de la actualidad”. Estará en librerías a partir del 20 de setiembre y, como todos sus libros, habla de nosotros.
“Para mí escribir es terapéutico, me libera de una cantidad de cosas, me permite poder pensarme desde otro lugar. El lugar de la clínica es muy difícil. No por las patologías, eso es lo menos complicado. Sino por la transferencia, por esa relación que se genera entre el analizante y el analista que es de mucha angustia, de mucho dolor, de mucho sufrimiento y permanentemente uno está escuchando eso, le guste o no le guste, siempre está sumergido en el dolor y en la angustia del otro. Me parece que una de las formas de aliviar, y poder hacer algo a partir de eso, es escribiendo. Creo que la escritura tiene un efecto de metabolizar el dolor”.
La escritura y la psicología han ido siempre de la mano. Una siempre fue parte de su vida siempre y a la otra la eligió como profesión porque, además de gustarle, le iba a permitir escribir.
“Creo que la escritura tiene que ver con el origen de mi carrera. Cuando era un adolescente y arranqué a hacer terapia, estaba un poco preguntándome acerca de lo que quería hacer en la vida. Y me seducía mucho la posibilidad de la medicina o de la psicología. Pero lo que me hizo elegir psicología fue la posibilidad de escribir. Me acuerdo con 17 años de plantearle a mi psicóloga que quería escribir sobre los fenómenos cotidianos. Y finalmente logré hacerlo”.
Peces y barcos
Jorge nació en el Centro de Montevideo pero al año su familia se mudó al Prado. Allí creció jugando con su hermano y con sus amigos del barrio. Aunque hoy viva en el Centro, aunque nunca más vuelva a vivir allí el Prado -dice- siempre va ser su lugar, su barrio, ese que le marcó la infancia, la adolescencia y hasta el inicio de su carrera como psicólogo.
“Mi infancia es de las cosas más felices que tengo. Y mi adolescencia también, con sus claroscuros, por supuesto, pero muy feliz. En el barrio nos juntábamos todos, éramos un grupo de más o menos 20 adolescentes y hacíamos bailes, jugábamos al fútbol, teníamos una relación muy fuerte y también nos íbamos moldeando unos a otros, íbamos aprendiendo determinadas cosas juntos”.
Fueron esos amigos del barrio los que lo ayudaron a arreglar y acondicionar una pieza en la casa de uno de ellos que Jorge alquilaba por muy poco dinero para poner su primer consultorio, inmediatamente después de que se recibió de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, donde ahora es docente.
“Una semana antes de tener mi último examen, jugando al fútbol con mis amigos me quiebran la clavícula derecha, así que no podía escribir. Hablé con la cátedra y me tomaron el examen oral. En ese mismo momento empecé a armar el consultorio con la ayuda de mis amigos. A la semana de recibirme ya tenía el consultorio pronto para atender, por supuesto que sin pacientes. Era solo la ilusión de tenerlo, lo puse con dos amigas que aún siguen siendo amigas mías. Era una cosa muy romántica. Poco a poco el consultorio empezó a tener gente, pero era una situación un poco atípica porque era una casa de familia. Fueron mis primeros pasos, pero para mí fueron muy importantes”.
Su vida también está marcada por la infancia en la casa de Punta Fría. Era una casa antigua muy cerca del mar donde Jorge pasaba los veranos con familia y amigos entre asados, guitarreadas, música, calles de tierra, juegos, partidos de fútbol y pies descalzos. Cuando su familia tuvo que vender la casa él tenía 13 años. “Me dolió mucho perderla. Perdí todo eso que no era solo la casa, sino que tiene que ver con el mar. De hecho, muchas cosas que yo escribo están vinculadas a Punta Fría”.
Hace un tiempo descubrió que hay algo del mar y de los veranos en aquella casa antigua que se quedó impregnado en él: gracias a un libro y a una canción que aparecieron mientras escribía La vida sigue, se dio cuenta de que su consultorio está lleno de peces y de barcos en cuadros y en adornos. “Y ahí me doy cuenta de la importancia que ha tenido mi infancia y mi adolescencia en Punta Fría. De hecho, en el prólogo de mi primer libro digo que, de no ser psicoanalista, me hubiera gustado ser marinero. No sé por qué escribí eso, fue lo que me salió en el momento. En ese libro también hablaba de las aguas frías de Punta Fría. Entonces me parece que el consultorio es, estéticamente, una continuación de mi infancia y mi adolescencia”.
Al psicoanálisis llegó de casualidad. Cuando empezó la carrera pensaba hacer psicología social porque creía que eso le iba a permitir observar la realidad para poder escribirla. Pero la primera vez que entró a una clase de psicoanálisis algo sucedió y decidió que eso era lo que quería hacer. “Cuando entro veo a un auditorio repleto con 500 personas y veo a un docente parado frente a esa multitud que generaba un efecto de fascinación y de silencio como nunca vi en mi vida. Me impactó la escena y me impactó él. Ese día habló del caso Dora de (Sigmund) Freud. Y me pareció tan interesante lo que ese docente decía que dije ‘esto es lo que yo estoy buscando, lo encontré’”.
Desde entonces Jorge ha estado en formación constante, particularmente en psicoanálisis lacaniano, la rama en la que se especializó, y es parte de la Asociación Mundial de Psicoanálisis que nuclea a los psicoanalistas de orientación lacaniana. “Desde el punto de vista clínico me sigue pareciendo lo más interesante para abordar, sin dudas, porque es un psicoanálisis que todo el tiempo se está renovando, investigando los acontecimientos de la actualidad, las patologías actuales”.
—¿Qué es lo que más surge en el consultorio hoy? ¿Qué le pasa a la gente?
—Yo creo que hay dos niveles. Uno es el nivel del síntoma por el que se consulta y otro es la problemática que tiene. La problemática por lo general de los sujetos en esta época es la dificultad de soportar la vida cotidiana. Una vida cargada de exigencias que dicen que tenemos que ser felices, que tenemos que ser exitosos, productivos. Hay una maquinaria que se ha generado en torno a todos nosotros que nos lleva al punto de tener que estar bien, se nos exige estar bien todo el tiempo. Y eso genera lo contrario, genera depresión, genera ansiedad. Entonces, desde el punto de vista clínico los pacientes vienen sobre todo deprimidos.O vienen mucho por el lado del acto: son sujetos que están atravesados por la impulsividad en sus actos, es decir, cosas que hacen que en realidad no pueden evitar hacer. Son sujetos que más bien se presentan medio desorientados desde el punto de vista de su diario vivir. Ahora el sujeto pide más, quiere más y no puede conseguirlo. El propio mundo nos lleva a un lugar bastante peligroso.
Cree, Jorge, que en este tiempo algunos conceptos se han desvirtuado. “La globalización en general, también ha llevado a la globalización de los síntomas. Palabras que antes estaban restringidas al ámbito de los consultorios psicológicos o psiquiátricos, han devenido en palabras comunes y corrientes donde la gente se identifica rápidamente”. Estamos en el tiempo de la ansiedad, de la depresión, de los psicofármacos. Sobre eso también escribe.
La radio y la televisión
Durante once años Jorge tuvo una columna en el programa Abrepalabra, de Océano FM. “A la radio llegué porque con mi libro Casos locos tuve algunas entrevistas. Una de ellas fue con Gustavo Rey, cuando tenía el programa Caras y más caras. A Gustavo le gustó la charla y me planteó si me gustaría tener una columna. Eso fue en 2006. Ese mismo año se termina el programa y en 2007 arranca Abrepalabra y yo ahí arranco como columnista. Fue una época divina que yo disfruté mucho, pero a finales del año pasado dejé, porque me parece que después de once años, tenía que tomar un descanso. Cada tanto igual voy a la radio, es un lugar muy lindo, me gusta mucho”.
Además fue columnista de Desayunos informales. Hace un tiempo decidió alejarse de los medios en general. “Lo hice conscientemente, porque la visibilidad tiene cosas buenas y cosas malas, sobre todo la televisión. Lo que se genera en la gente puede ser ingrato. No necesariamente es muy bueno para un psicólogo estar en los medios porque puede terminar por pensarse como un opinólogo. La gente puede empezar a verlo no como un psicólogo sino como alguien que opina de todo”.