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"La primera pregunta"

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Temática
Las personas intersex en Uruguay.
Medio
Semanario Brecha
Medio
Medio digital
Conductor/a - Periodista
Betania Núñez
Fecha
FUENTE
https://brecha.com.uy/la-primera-pregunta/

Las personas intersex en Uruguay. Pocos se han preguntado cómo viven, qué problemáticas tienen, qué necesitan las personas intersex en Uruguay. Pero si se toman las referencias internacionales, entre 35.185 y 59.815 uruguayos serían intersex. Y muchos, probablemente, ni siquiera lo sepan. Pese a que los testimonios indican que la sensibilidad está cambiando, las prácticas médicas abarcaron, en ocasiones, la mutilación de cuerpos y la asignación arbitraria de un sexo, sin el consentimiento de las personas.

“Yo sigo pensando… ¿dónde están las personas intersex en Uruguay?”, señala Diana González, una abogada que, cuando se redactó el proyecto de ley de violencia basada en género, se obstinó en lograr una alusión a ellas –al menos una–, en un país donde la prensa prácticamente no ha hablado del tema, es escasísimo el trabajo académico, y ni que hablar de las políticas públicas; personas para las que no se cuenta siquiera con un diagnóstico. “Se necesitan investigaciones para evaluar cómo viven, qué dificultades tienen, qué quieren, porque además quedaron invisibilizados dentro del movimiento Lgbti, son una letra que nunca aparece”, plantea González.

Esta vez en la voz de Clara Niz, médica familiar y comunitaria de la Unidad Docente Asistencial del hospital Saint Bois, vuelve a aparecer la misma pregunta: “Si es el 1 por ciento de la población (como lo calcula la Organización Mundial de la Salud), no sé dónde están”. En el Saint Bois se asiste a buena parte de la población trans, pero se han acercado también algunas personas intersex; algo similar ha ocurrido con el Centro de Referencia Amigable de Facultad de Psicología, que se propone brindar atención psicológica a toda la comunidad de la diversidad sexual, pero a donde sólo han acudido algunas pocas personas intersex. Lo cierto es que la cantidad real, como en el resto del mundo, no puede ser menor.

Es difícil arriesgar el dato porque las cifras son muy parciales, y todo indica que existe un importante subregistro, pero al menos aquí va una pauta: las Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud dicen que de 2008 a 2018 fueron apuntados al momento del nacimiento 103 bebés bajo la clasificación “sexo indeterminado” –expresión muy desafortunada, ya se verá–.1 Sin embargo, si se trasladan las estimaciones internacionales a la realidad nacional, entre 35.185 y 59.815 uruguayos serían intersex.2 La intersexualidad incluye “todas aquellas situaciones en las que el cuerpo sexuado de un individuo varía respecto al estándar de corporalidad femenina o masculina culturalmente vigente”, según la definición acuñada por el activista argentino Mauro Cabral en 2005, más tarde tomada por la Oea (véase recuadro “La letra i”).

Hay personas que directamente no saben que son intersex porque se les realizaron procedimientos médicos al nacer para “normalizar” sus cuerpos y la información les fue ocultada; hay quienes lo descubren de grandes. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos llamó la atención a Uruguay en 2015 y, entre otras cosas, dio cuenta de que el estudio “Derechos humanos entre los sexos”, realizado por Dan Christian Ghattas y publicado por la Heinrich Böll Foundation, concluyó que la mayoría de las personas sometidas a cirugías de “normalización” en Uruguay no fue informada de que era intersex, “sino con posterioridad a las cirugías. De hecho, debido al tabú que generalmente rodea a las personas intersex, las personas entrevistadas en dicho estudio no conocían a otras personas ‘abiertamente’ intersex, incluso dentro de la comunidad Lgbt”.

Diego Sempol, doctor en ciencias sociales y uno de los fundadores de Ovejas Negras, arriesga que el tema no ha logrado instalarse en Uruguay porque no hay nadie que lo haya politizado en primera persona. “Lo único que sabemos –apunta Diana González– lo sabemos por personas de otros países.”

La activista mexicana Laura Inter, coordinadora del proyecto Brújula Intersexual, explica que los médicos suelen emplear términos técnicos que patologizan la condición, en lugar de referirse a la expresión “intersex”: “Si la persona llega a descubrir su diagnóstico y busca, lo que encuentra es información proveniente de médicos u hospitales, la cual medicaliza sus variaciones de las características sexuales y no le permite resignificarlas. Sólo algunas de estas personas llegan a encontrar el término ‘intersexual’”. Además, la discriminación y la sobreexposición dejan secuelas: “Es común que inviten a residentes o a otros médicos a ver el cuerpo de un niño o niña intersexual; los cuerpos de las personas intersexuales también son sobreexpuestos en algunos artículos periodísticos como una ‘curiosidad’ médica o un ‘fenómeno’ de la naturaleza, así que muchas personas han decidido no hacer pública su imagen como una forma de protesta”, agrega Laura Inter.

Mauro Cabral da vuelta los términos: “La dificultad no está del lado del activismo intersex, está del lado de la sociedad endosex que se resiste a ver y a escuchar. Esa resistencia es muy difícil de desmantelar porque a nadie le gusta ser parte de una sociedad que mutila a niños y niñas por la sola razón de que existe un imperativo acerca de cómo deben ser los cuerpos”. A la gente le cuesta asumir, agrega, “que lo que sabe del mundo puede estar equivocado, que las personas no necesariamente nacen con un cuerpo o el otro y, también, que se producen violaciones a los derechos humanos en contextos médicos”.

AYER Y HOY. ¿Por qué se impone con tanta fuerza que los cuerpos tienen unos órganos y no otros, unos genitales y no otros, unas formas y no otras? A los cuerpos que se salen del promedio, ¿hay que intervenirlos?

“Aunque desde la Antigüedad se han reportado casos de bebés nacidos con genitales que no son claramente masculinos ni claramente femeninos, sólo a fines del siglo XX la tecnología médica avanzó lo suficiente como para permitir a los científicos determinar el género cromosómico y hormonal, que se toma como el género real, natural y biológico, y al que se llama ‘sexo’”, describieron Mauro Cabral y Diana Maffía en el artículo “Los sexos ¿son o se hacen?”. Y continuaron: “Los médicos parecen considerar una gran cantidad de factores, junto con los biológicos, para asignar el sexo del bebé; pero muchas veces se confunden en las deliberaciones aspectos prescriptivos de tipo cultural (como la ‘correcta’ capacidad de la vagina y el ‘correcto’ largo del pene)”.

Maffía y Cabral postulan que “aquello que no entra naturalmente en el dimorfismo sexual no se tolera, y se mutila un pene demasiado pequeño para ser aceptable, transformando al niño en niña, se corta un clítoris demasiado largo para ser aceptable, transformándolo en insensible, se abren y ensanchan vaginas o se construyen con otros tejidos a fin de permitir la penetración, se extirpan gónadas que no pueden convivir con la anatomía externa, todo por la futura ‘felicidad’ de un bebé que así podrá mostrar su sexo sin avergonzarse”.

La ansiedad desborda estas situaciones desde la primera pregunta de los padres, de la familia, de todo aquel que toma contacto con un bebé: “¿Qué es: nena o varón?”. La socióloga Valentina Larrosa concluyó en “¿Qué nombre le ponemos?”, tesis de grado defendida en 2014, que “el temor del contacto social, la vergüenza y el tabú terminan por limitar más la experiencia de la intersexualidad a la realidad institucional del hospital. La falta de visibilidad en los medios de comunicación o en campañas de salud pública contribuye a la promoción de una idea de fantasía e imágenes mitológicas, que desalienta la búsqueda de respuestas fuera del equipo y acaba dándole la responsabilidad de buscar y ‘resolver’ lo más rápido posible”.

Esperar hasta que la persona pueda decidir por sí misma es la solución que activistas intersex, profesionales sensibilizados con el tema y diversas organizaciones internacionales proponen. El punto es que, con la mejor intención, “se puede hacer mucho daño”, sostiene Niz: “Los médicos no estamos formados, vamos tratando de identificar con qué hacemos menos daño. Ahora la gente se puede cambiar el nombre, y eso es un alivio. Tal vez la persona se siente intersexual y no tiene que definir nada”.

Daniel Borbonet, director del Departamento de Neonatología del Pereira Rossell, habla de un cambio de enfoque: “El término que empleaste, ‘intersex’, alude a una diversidad corporal. Tenemos que empezar a ver que hay individuos que no encajan en el esquema binario, mujer u hombre, y hay que trabajar algo que escapa al abordaje médico para apoyar a una familia que se va de alta sin saber si el bebé es una niña o un niño”. Luego de que no se pudo contestar esa primera pregunta, aparece una segunda: “Doctor, ¿qué nombre le ponemos?”. En el Pereira Rossell, cuenta Borbonet, hay una lista de nombres, que incluye a René, Monserrat, Dominique, que no direccionan en un sentido u otro: “La idea es permitir un camino común, porque luego es muy difícil desandar”.

Parecería que las cosas han cambiado un poco, aunque, de nuevo, el tema no ha estado en la agenda y no hay políticas públicas claras, por lo que la realidad podría ser muy distinta según donde se mire. “Yo quise averiguar qué protocolos se siguen en Uruguay, y busqué bastante, y nunca encontré. No tengo la certeza de que no haya, pero da la sensación de que cada cual hace lo que le parece, y eso sería terrible. No sabemos si se siguen haciendo operaciones. Si no hay protocolos, es probable que sigan aplicando la práctica tradicional, que era operar para normalizar”, analiza González, que antes de participar en la redacción del proyecto de ley de violencia basada en género ya había trabajado en varios estudios sobre el tema. A una conclusión parecida llegó Larrosa cuando hizo la investigación para su tesis: “Cada profesional se rige por un protocolo internacional cuya aplicación varía según el caso y su contexto”.

La ley de violencia basada en género fue aprobada en diciembre de 2017 y establece que se deben “protocolizar las intervenciones respecto de personas intersexuales, prohibiendo los procedimientos médicos innecesarios en niñas, niños y adolescentes”. A partir de aquí, hay quienes consideran que el criterio quedó establecido: las operaciones están prohibidas cuando son innecesarias y no son consentidas por la persona. Daniel Márquez, médico que hasta hace poco trabajaba junto a Niz en el hospital Saint Bois, cuenta que la norma “la difundimos en todos los centros quirúrgicos del país; si alguien sigue aplicando esas prácticas, sabe que está incumpliendo la ley”. La interpretación en el Ministerio de Salud es otra: a partir de la reglamentación de la ley, que es muy reciente, comenzó a correr un plazo de dos años para que se redacte y empiece a regir un protocolo.

Borbonet aporta una noticia: su equipo se encuentra elaborando un protocolo que se aplicará en el hospital y que parte de la base de que no se deben realizar intervenciones quirúrgicas al momento del nacimiento, porque “esa es una decisión que el individuo debe tomar en su momento”, y agrega: “Esto que estamos hablando me da pie para terminar el protocolo, sólo le falta la parte relacionada al abordaje psicológico, calculo que en diez o quince días estará pronto, y antes de fin de año podría ser elevado al Ministerio de Salud”. Luego de estudiarlo, el Ministerio podría adoptarlo y trasladarlo al resto de las instituciones, como ha ocurrido en otros casos.

Cabral advierte: mientras no haya un protocolo en cada hospital, las leyes no cambian las prácticas. Y mientras el tema no se instale y la información no sea pública, se corren riesgos de que el mandato cultural se pueda seguir traduciendo, en las palabras que usaron ya en 2009 Cabral y Maffía, en “eliminar esa ambigüedad que se considera monstruosa, adaptar los genitales a las medidas que estipulan aceptables y, si es posible, asegurar que en el futuro la persona pueda ‘casarse y tener hijos’. El sexo es equiparado a penetración y reproducción. El placer ni siquiera es tomado en cuenta (de hecho, muchas de estas intervenciones lo impiden o dificultan gravemente). Y por supuesto, ni siquiera se considera la posibilidad de que sin los genitales apropiados esa persona pueda ser amada por alguien tal como es. Los casos médicos reseñados en la actualidad muestran, por otra parte, que ese futuro perfecto no fue asegurado por el bisturí”.

1. A partir de 2008 se introdujo la categoría “indeterminado” y el dato responde únicamente a lo que el médico indicó al momento del nacimiento, por lo que debe ser tomado con pinzas (no se conoce si más tarde la persona fue “catalogada” con el sexo masculino o femenino, y podría haber casos de personas intersex que fueron incluidas dentro de las categorías femenino, masculino o que quedaron disfrazadas bajo el ítem “no indicado”).

2. Se calcula que entre el 1 y el 1,7 por ciento de la población mundial es intersex (la Organización Mundial de la Salud habla del 1 por ciento, mientras que la investigación realizada por la doctora en filosofía Anne Fausto Sterling y publicada en la obra Cuerpos sexuados estima que el 1,7 por ciento lo es). El rango surge, entonces, de cruzar esas dos tasas de prevalencia con la población total de Uruguay (según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, para 2019, de 3.518.552).

Definiciones y diversidad
La letra i

“El término intersexual o intersex hace referencia a personas cuyos cuerpos no coinciden con lo esperado para una de las categorías clásicamente descriptas (macho o hembra), sino que tienen una o más características de uno u otro sexo biológico”, define la “Guía de Salud y Diversidad Sexual” destinada al personal de la salud en Uruguay.

La intersexualidad es un abanico dentro del que existe una gran variedad de posibilidades: “El cuerpo de una persona puede parecerse externamente al identificado con la categoría hembra, pero tener mayoritariamente anatomía sexual o reproductiva asimilable con la categoría macho. O una persona puede nacer con genitales que parecen ser ambiguos (por ejemplo, una mujer con un clítoris notablemente grande, o sin orificio vaginal, o puede haber un varón con un pene notablemente pequeño, o con un escroto dividido de tal modo que asemeje labios vaginales). También puede ser que la persona haya nacido con genes en mosaico, de forma tal que algunas de sus células tienen cromosomas XX y algunas tienen cromosomas XY”, retoma la guía uruguaya de la descripción que hace la Sociedad Intersex de Norteamérica.

Con Mauro Cabral, activista argentino
El movimiento intersex

Mauro Cabral es cordobés, doctor en historia y presidente de Gate, una organización abocada a cuestiones de identidad de género, expresión de género y características sexuales en el sistema internacional de derechos humanos. Cuando se le pregunta cómo se define, dice: “Soy un tipo que, además de intersex y trans, soy judío, no es una cosa demasiado importante…”. Empezó a militar “en conexión con el activismo Lgbt, pero también de manera autónoma. Debe haber sido en el año 96 o 97, no sabría decir cómo, se fue dando: haber nacido con un tipo de cuerpo, pasar por determinadas experiencias y politizarlas”.

—¿En qué época ubicás el auge del movimiento intersex y por qué cuesta tanto que se instale en la agenda?

—Existe desde mediados de la década del 90 y ha tenido una gran expansión en los últimos cinco años. Para que este movimiento se desarrolle hace falta, fundamentalmente, financiamiento, y en este momento muchas organizaciones Lgbti reciben fondos, pero no invierten en el desarrollo de la agenda política intersex. Lo que está ocurriendo –y a mí no me cabe duda de que va a ocurrir también en Uruguay– es una explosión de nuevos activistas jóvenes que empiezan a trabajar estas temáticas. Para el foro latinoamericano del año que viene yo creo que vamos a recibir aplicaciones de Uruguay.

—¿Las prácticas médicas en Uruguay son similares a las del resto del mundo?

—Sí, y eso es un tema que le hemos planteado varias veces a la misión de Uruguay en Naciones Unidas. Uruguay tiene una posición muy activa sobre los temas Lgbti; como primer cocoordinador de la coalición mundial por los derechos de las personas Lgbti, junto con Holanda, se comprometió con estos temas, pero, como pasa con todos los países, una cosa es lo que dicen y otra es lo que hacen.

—¿En Argentina se ha logrado algún cambio?

—En este momento hay en el Senado un proyecto de ley de protección integral de las características sexuales, que probablemente sea discutido el año que viene. Además, se vienen manteniendo una serie de reuniones con profesionales de hospitales pediátricos, se ha conseguido que se retrasen algunas cirugías innecesarias hasta que las personas puedan consentir, aunque no se lo ha logrado en todos los casos.

—¿Cómo se define cuáles son necesarias y cuáles no?

—Las intervenciones normalizantes son siempre innecesarias. Necesario es aquello que compromete la vida o la salud de manera seria y urgente, todo lo demás puede esperar hasta que la persona pueda consentir. Hay otro tipo de intervenciones, como los casos de hiperplasia suprarrenal congénita con pérdida de sal o de malignización de gónadas no descendidas, que requieren tratamiento, pero la diferencia (entre ser intersex y requerir un tratamiento) es la misma que entre tener ovarios y cáncer de ovarios, a nadie le van a sacar los ovarios por la posibilidad de tener cáncer. Si tenés un cuerpo intersex, hay cosas que te pueden pasar, pero eso no justifica cortarle el clítoris o hacerle una vaginoplastia a alguien.

—Los reclamos parecen ser bien diferentes de los del movimiento Lgbt, ¿cómo conviven?

—Los reclamos no necesariamente se combinan, son alianzas. El movimiento intersex trabaja con movimientos de diversidad de género y de diversidad sexual, pero en general se presenta como un movimiento de diversidad corporal. En ese sentido, tenemos más relación con organizaciones de personas con diversidad funcional o de personas gordas que con las Lgbt.

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