Este 2025 La Proa cumplió dos décadas acercando el ajedrez a niños, jóvenes y adultos. El club sostiene talleres gratuitos que abordan tanto la parte técnica como la dimensión social del deporte. Acá, su historia.
Cada movimiento ocurre con calma y precisión. Hay concentración, casi siempre silencio, pero no quietud: en las 170 mentes presentes, las jugadas se entrelazan como si formaran un lenguaje común. Eso sucedió en el último Festival Nacional de la Juventud, celebrado en la IMM, que batió récord de participación con jugadores de todo el país. Pero bien podría repetirse en una plaza, una biblioteca o un club de barrio, porque el ajedrez —con su ejercicio de estrategia y paciencia— trasciende el juego y se convierte en herramienta de crecimiento.
En Montevideo, muchas de estas instancias existen gracias al impulso de un club que, desde hace 20 años, lo promueve con una convicción simple y potente: que nadie se quede sin la posibilidad de aprender y jugar.
La Proa nació en 2004, cuando Miguel Labrés y amigos pusieron tableros en la vereda de un local del Buceo. Empezaron a la intemperie, pero luego vino el frío, el techo prestado, los talleres y, finalmente, la comunidad. “Cuando nos federamos, el único requisito era tener personería jurídica. La Comisión de Fomento La Proa nos prestó la suya y nos puso una condición: que llevásemos el mismo nombre. Así nació el Club de Ajedrez La Proa, y así seguimos, como un barquito empujado por muchas manos”, cuenta Labrés, quien hoy dedica su vida a la enseñanza del juego, declarado por la Unesco patrimonio cultural intangible y, desde 2000, reconocido como deporte por el Comité Olímpico Internacional.
La relación de Miguel con el ajedrez empezó de chico: su padre se lo enseñó, él le agarró el gusto y jugó de los 7 a los 17 años. La historia se repitió con su hijo. Para aquel entonces, a principios de los 2000, no se pensaba el ajedrez como actividad profesional. No había el “boom” que hay ahora, dice.
“En los campeonatos en los que él participaba, entre ronda y ronda, yo agarraba un tablerito y al rato había 15 gurises alrededor mío. Ese profesor vio la onda que yo tenía con los gurises y me avisó que tenía algunos colegios que lo estaban excediendo en cantidad de alumnos y que yo lo podía ayudar. Me dijo: ‘Miguel, tenés que dedicarte a esto. Somos poquitos profesores de ajedrez en Montevideo y hay campo para trabajar’”, recuerda.
Al principio le costó aceptar, no quería transformar algo tan disfrutable en trabajo. “Yo pensaba: vengo acá, me divierto con los gurises, pero no quiero trabajar de esto. Hasta que un día empecé en una escuela donde mi hermana era maestra. La primera vez que me pagaron, sentí vergüenza. Porque con lo que me gusta, lo hubiera hecho gratis”, dice y se ríe.
Fue así como Miguel comenzó un trabajo que solo crecería, al punto de que en un momento tuvo que empezar a decir que no, porque la demanda de escuelas y liceos era grande. Entonces se le ocurrió crear el club para que los niños y adolescentes tuvieran un espacio donde jugar en otros horarios.
Hoy trabajan en La Proa 26 personas que voluntariamente dan clases, organizan torneos y sostienen talleres gratuitos en cinco puntos de Montevideo —Buceo, Malvín, Brazo Oriental, Sayago y Cordón—. En cada lugar, dos talleristas abordan tanto la parte técnica como la dimensión social del ajedrez. Además, con recursos autogestionados, cubren viáticos de los chicos que clasifican a torneos internacionales. Ahora sueñan con conseguir un local propio. “Soñamos con dar los primeros pasos para conseguir nuestra sede. Queremos seguir creciendo”, anota.
Cada mes, el club organiza un torneo infantil rotativo. El próximo se realizará el domingo 27, a las 10.00 en el Liceo García Lorca, con inscripción previa hasta el sábado 26.
Un juego que deja huella
Clara Porteiro tiene 8 años y fue campeona uruguaya sub-10 este 2025, ganando incluso a todos los varones (ver abajo). Aprendió a mover las piezas a los 3, le gusta concentrarse y, sobre todo, divertirse. “Me gusta porque cuando pierdo, aprendo algo. Siempre hay algo para aprender”, dice. Luis Vigo tiene 10 y ya fue tricampeón sub-12. Para ambos, el ajedrez es más que un juego: es un espacio donde crecer y hacer amigos. “Conocés amigos, te divertís. Me ayuda a tener paciencia, a estar tranquilo”, dice Luis, que sueña con representar a Uruguay en el Sudamericano que se celebrará en Colombia en diciembre.
Historias como las de Clara y Luis reflejan algo más que intuición: hay evidencia concreta de los beneficios del ajedrez en la infancia. Hace unos años, un equipo de la Facultad de Psicología de la Udelar midió sus efectos en niños de 8 a 10 años. Los resultados mostraron mejoras en la concentración, la planificación y la toma de decisiones.
“Lo que más me quedó fue una escena: los niños que no jugaban ajedrez hacían los ejercicios enseguida. Los que sí jugaban, se quedaban quietos. ‘¿No entendieron?’, les preguntaban. ‘Sí, estamos pensando’, respondían. Eso lo dice todo”, recuerda Miguel, quien acompañó el estudio.
“Podemos hablar de muchísimas virtudes que da el ajedrez, pero si hablamos de gurises que, ante cualquier decisión que tengan que tomar ya se están reservando el tiempo de reflexión, es muy interesante. Es casi como estar a contramano del mundo”, subraya.
Por eso, remarca, lo que enseñan en La Proa, a simple vista, es solo un juego. Pero detrás hay herramientas como aprender a ganar sin soberbia y a descubrir los errores sin juzgarse. Para las familias, los efectos son evidentes. “Luis cambió mucho desde que juega: cómo enfrenta los problemas, cómo se relaciona”, dice su madre, Verona.
Rodrigo, el padre de Clara, lo resume así: “Es como un laboratorio. Un lugar donde podés equivocarte, pero también aprender a decidir, a esperar, a pensar”, dice y rescata el libro Cómo la vida imita al ajedrez, de Garry Kasparov. Él lo asocia con lo que ve en su hija: una herramienta que le va a servir incluso si un día deja de jugar. Porque el ajedrez, como la infancia, deja marcas. Ayuda a ordenar el pensamiento, a calmar la ansiedad, a tolerar la frustración, a descubrir el valor del tiempo y la paciencia. En un mundo que corre sin pausa, el simple acto de quedarse quieto frente a un tablero durante 45 minutos parece revolucionario. Y quizás lo sea.
Trabajo que busca alcanzar la paridad
“Las niñas juegan menos y por eso los campeones casi siempre son varones. Al punto de que en los torneos se da el premio al campeón y después a la mejor femenina colocada”, cuenta Miguel. Por eso, desde La Proa activaron acciones para promover un cambio. “Lo primero que hicimos fue preguntarle a las chiquilinas que jugaban qué pensaban de esto, y te cuentan muchísimas cosas como, por ejemplo, ‘yo quise jugar a los 13 años y cuando mi papá me llevó a un club había 30 hombres y yo era la única chica, entonces no me quiso dejar allá’”.
La alternativa, además del trabajo de incentivo para que más niñas aprendan a jugar, fue crear torneos exclusivamente femeninos como puerta de entrada e invitar a campeonas históricas a compartir su experiencia. “El sueño es que dentro de unos años ya no haya que dar un premio ‘a la mejor femenina’ y todos compitan en igualdad”, concluye.