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"El duelo por el hijo que no es"

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Temática
LGBT
Medio
El País
Medio
Medio digital
Conductor/a - Periodista
Daniela Bluth
Entrevistado/a o mencionado/a por Facultad
Otro/a entrevistado/a
Ruben Campero / Alejandro De Barbieri / Paola Batalla
Fecha
FUENTE
http://www.psico.edu.uy/gestion/comunicacion/medios/el-duelo-por-el-hijo-que-no-es

Cuando un chico decide salir del clóset, sus padres deben elaborar la pérdida que incluye sus ideales y expectativas. En Uruguay, los prejuicios todavía mandan.

"Ya se te va a pasar". Culpa. "¿Por qué a mí?" Fracaso. "¿Por qué justo a vos?" Tristeza. "Dejame procesarlo". Incertidumbre. "Capaz que se te pasa". Dolor. "No le digas a papá". Miedo. Un mundo que se derrumba. La obligación de sentarse a pensar. Un escenario desconocido. Todas estas sensaciones y situaciones se pueden disparar cuando un hijo le cuenta a sus padres que es homosexual. Y tras la primera reacción, que puede ir desde una completa aceptación hasta la violencia de echarlo de la casa, aparece el duelo. Es que aunque no haya una pérdida física, sí hay otras: de un ideal, de una expectativa, de un proyecto y hasta de la seguridad.

"Como estamos en una cultura centrada en lo heterosexual, las instituciones también son construidas en clave heterosexual: pareja, matrimonio, reproducción… entonces la expectativa va a ser en clave heterosexual", opina el psicólogo, sexólogo y docente Ruben Campero. "Cuando esto no se cumple aparece un duelo por la pérdida de ese ideal, de esa expectativa o de ese conjunto de expectactivas, que son los relatos sobre lo que quiero que mi hijo o hija sea", agrega.

Incluso se puede llegar a duelar la "supuesta seguridad", insiste el especialista. Porque si bien los tiempos han cambiado —y siguen cambiando— aparece la pérdida de lo que no tenía que ser pensado. "Es que la heterosexualidad es planteada como lo dado, como lo aparentemente natural". A partir de esa noticia, entonces, los padres empiezan a preguntarse "cómo le irá en el futuro, si sufrirá o si será feliz...". Eso, siempre y cuando exista un mínimo grado de empatía padre-hijo.

En 2011, el licenciado Parinabú Freitas, investigador y docente de la Facultad de Psicología, realizó una de las primeras investigaciones cuanti-cualitativas sobre jóvenes lesbianas, gays, bisexuales o trans (LGBT) en Uruguay. El estudio, para el cual se entrevistaron 33 personas (12 mujeres, 15 hombres y seis transexuales), reveló que la "salida del armario" era vivida con violencia en las familias. Hoy, después de haber trabajado varios años en el Centro de Referencia Amigable (CRAM), un proyecto en conjunto entre la Facultad de Psicología y el Mides que brinda atención psicológica a la comunidad LGBT, Freitas sostiene que si bien no hay tantas "experiencias de quiebre", se siguen viendo "situaciones de violencia", desde el desprecio hasta lisa y llanamente echar al chico de la casa.

En aquel trabajo —que sigue siendo referente—, la familia se destacaba como el espacio "menos amigable" para compartir su opción sexual. Casi un tercio de los varones gays y homosexuales no había logrado hablar del tema en su casa. En el otro extremo, el círculo de amigos prevalecía como "un lugar de empatía y comprensión" y muchas veces oficiaba "de sostén" ante el abandono o el desprecio del entorno cercano.

En la familia, advierte Freitas, "hay un mandato heteronormativo que se juega mucho mas fuerte que en otros ámbitos". Allí es donde "aprendemos a ser varones y mujeres heterosexuales". Además, claro, de que todos nacemos en familias heterosexuales. Según su experiencia, que ahora desarrolla en el Centro de Atención en Piscología Afirmativa (CAPA) de Salto, incluso en las familias en las que "no hay una hostilidad enorme", siempre aparece la pregunta de qué se ha hecho mal.

En general, la salida del armario ocurre en la adolescencia tardía, entre los 16 y 18 años, aunque hay excepciones. A esa edad, lograr "traducirse" con los otros —sean familiares, amigos o docentes— no es tarea sencilla, advierte Campero. "Le tengo que explicar al otro lo que siento, casi como si fuera un marciano, o como se dice a veces, le tengo que confesar al otro lo que me pasa, como si fuera un delito... porque nadie va a pensar naturalmente que (la homosexualidad) sea una posibilidad de mi existencia".

Cambio de guion.

Aquello de que cada-familia-es-un-mundo se vuelve una máxima en estos casos. Las reacciones pueden ser de lo más diversas y remover, también, las experiencias o recuerdos más remotos. "A veces, cuando hay una elección de pareja homosexual aparecen traumas de la infancia o vivencias sexuales en donde el adulto se culpabiliza de que el chico sea homosexual porque a él le pasó tal o cual cosa… Ese miedo está", dice el psicólogo Alejandro De Barbieri a partir de su experiencia en la consulta.

Campero, docente de Sexur y conductor del programa de radio Historias de Piel, coincide en que las reacciones homofóbicas y lesbofóbicas pueden tener que ver "con una vivencia de ataque a la propia identidad de la figura parental". Frases del tipo "¡Cómo me hacés esto!" o ¿"Por qué me pasa esto?" son bastante frecuentes y aparecen, casi siempre, ligadas a los cuestionamientos y la culpabilización. "Son aspectos más bien inconscientes, pero de alguna manera al padre le complica la vida, le plantea un accidente, un cambio de guion que lo obliga a pensar y pensarse", reflexiona Campero.

Una vez que el joven o adolescente hace pública su orientación sexual, toda la familia pasa a estar en un supuesto clóset. "Tiene que pensar qué comunica de sí al mundo exterior, cosa que antes no pensaba", señala Campero. ¿Qué se hace en reuniones familiares? ¿Se invita al yerno o nuera? ¿Cómo se lo presenta? Es que si bien para el joven la "comunicación pública" es uno de los últimos pasos de un largo proceso —en el cual primero se siente diferente, duda, se cuestiona y se acepta— para la familia la noticia llega de un día para el otro, dice Freitas. "Son noticias más o menos repentinas y habitualmente no tienen instrumentos para seguir negociando", cuenta.

A los padres, De Barbieri primero les aconseja transitar la situación "con tranquilidad", sin prisas y "sin juzgar". Según su experiencia clínica, la adolescencia es una etapa de exploración en la cual, a veces, este tipo de parejas son transitorias. "Los jóvenes están en un juego de construcción de la identidad", opina. "Es muy común que haya gente que tiene una relación homosexual y no por eso configuró una identidad homosexual". Ante todo, sugiere evitar que el hijo se cierre y empiece con secretos. Y, sobre todo, invita a "manifestar el amor incondicional de un padre con un hijo, que va más allá de la opción sexual que este elija".

Aun hoy, la respuesta de las personas allegadas puede llegar a incluir rechazo, ocultamiento y violencia. "Me echaron de mi casa, mi padre me fisuró las costillas a patadas, incluso le tuve que hacer una denuncia y todo. Eso fue feo", contó uno de los entrevistados en la investigación de Freitas. Con el tiempo, suelen aparecer frases como "igual te quiero" o "seguís siendo mi hijo/a", pero no conforman.

Para Campero, cuando las emociones salen hacia afuera —aunque en el momento la catarsis resulte cruel— hay "esperanzas y buen pronóstico". "Cuando la gente es más tana, larga para afuera, se decepciona, el padre grita, la madre llora... Yo como psicólogo diría que ahí hay afecto, hay material para trabajar". En cambio, entiende "peligroso" el discurso políticamente correcto y la actitud supuestamente abierta. Uno de los escenarios más complicados, dice, es cuando el hijo revela su opción a la familia, que lo toma bien pero nunca más habla del tema. "Eso es como haber enterrado un muerto en el jardín —ejemplifica—. Todos lo sabemos pero nadie lo dice".

Desde Salto y a dos meses de inaugurar el CAPA, Freitas empieza a ver los primeros signos de un cambio. "Hay padres o familiares que acompañan al chico en su primera consulta y plantean sus propias dudas y prejuicios. A veces, incluso viene la familia entera". Todavía es la excepción, aclara, pero aspira a que se convierta en la regla.

JÓVENES TRANS

En otro cuerpo.

"Es difícil verla así, porque nosotras la vemos y la aceptamos, pero la hermana no, le cuesta". "Creo que voy a tirar todas las fotos de él, porque me hace mal. Quizá así lo pueda aceptar, no sé". "Yo la acepto como es, yo lo que quiero es que sea feliz; no me importa si es X o P". Esas frases son parte de los testimonios de tres familiares de chicos transexuales, recogidos en la tesis final de grado de la psicóloga Paola Batalla. Tras su experiencia trabajando en el Centro de Referencia Amigable (CRAM), Batalla investigó sobre el duelo vivido por los padres en el tránsito de la diversidad de género de sus hijos.

Según el estudio, no se pueden comparar los procesos de cada padre "porque lo que adolecen no es el objeto en sí, sino el sentido y la carga afectiva puesta en él y el impacto en la vida de cada uno".

Para las mujeres y varones trans, la salida del armario es aún más compleja que en el caso de gays y lesbianas. En ellos, la sensación de haber nacido en el cuerpo equivocado existe desde "siempre", pero las dificultades del entorno para comprenderlos es casi absoluta. En las historias recogidas por Batalla aparecen sentimientos de vergüenza, dolor y decepción. "Tengo miedo que después, cuando se vea con barba, no sea lo que ella quiere…", comenta una mamá. "Él de chiquito agarraba las muñecas para jugar y yo le decía que eso era de nenas", dice otra.

En el relato de los padres se ve "el fin de la existencia de un hijo/a para dar lugar a que nazca el otro hijo/a". Para que eso suceda, "hay un proceso de duelo que transitar, hay que trabajar para que reconozcan la fragilidad y la carga afectiva depositada en los hijos/as, llevándolos a mantener viva a esa persona en lo simbólico". En ese camino, ambas partes tienen que reorganizarse emocionalmente "creando una nueva relación y conductas de apego con este nuevo vínculo". En la clínica, agrega Batalla, se ve el esfuerzo "pero la intolerancia por no transitar con los mismos tiempos los hijos/as y los padres, genera asperezas en la familia".

El peso de lo religioso.

Si bien el Estado uruguayo es laico, el psicólogo Paribanú Freitas opina que en la sociedad los valores religiosos son un factor determinante en la aceptación de la comunidad LGBT. "En las familias, hemos visto situaciones donde el discurso religioso oficia como un reforzador enorme de la segregación e incluso de la violencia", señala el psicólogo, coordinador del Centro de Atención en Psicología Afirmativa (CAPA), en Salto, junto a su colega Leonardo Peluso. Además, dice, la religión influye en "la incapacidad de comprensión del fenómeno humano", viendo la homosexualidad como "una maldición" o "un pecado".

En ese sentido, "el rol de la religión, cuando es parte de la ideología familiar, obtura la posibilidad de generar un proceso post duelo, una adaptación al nuevo contexto", advierte Freitas.

De hecho, la investigación de 2011 mostraba que un alto porcentaje de jóvenes había sido expulsado de sus grupos religiosos tras revelar su identidad sexual. En aquel entonces, Stella Domínguez de la ONG Onusida, explicaba que, históricamente, "las actitudes homofóbicas tuvieron anclaje en fundamentos religiosos, científicos, médicos y legales".

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